Alberto Garzón
Espinosa | La tradición socialdemócrata suele defender,
una vez abandonado el objetivo del socialismo, que es posible vivir bajo un
capitalismo de rostro humano. Se acepta que el sistema económico capitalista
tiene una lógica interna que provoca que cada cierto tiempo se sucedan las
crisis económicas, pero a la vez se asegura que es posible evitar muchas de ellas
y desde luego responder ante todas salvaguardando los pilares básicos de la
economía y, sobre todo, los derechos conquistados por la lucha obrera. En
términos políticos eso significa apoyar la intervención del Estado, regulando
la economía a priori o con grandes desembolsos de dinero a posteriori. Desde J.
M. Keynes hasta H. Minsky, la tradición teórica de la economía socialdemócrata
ha tenido claro que era posible alcanzar un equilibrio entre la lógica del
capitalismo y la satisfacción de las necesidades básicas de los seres humanos.
En definitiva, la tesis es que es posible domesticar al capitalismo salvaje.
“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell
15/11/13
El dilema imposible de la socialdemocracia europea
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