Simón Bolívar, El Libertador |
Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie. Aunque
grande apreciador y conocedor de la buena cocina, comía con gusto los sencillos
y primitivos manjares del llanero o del indio. Era muy sobrio; sus vinos
favoritos eran grave y champaña; ni en la época en que más vino tomaba, nunca
le vi beber más de cuatro copas de los de aquel y dos de éste.
Daniel Florencio O'Leary |
Hacía mucho ejercicio. Nunca he conocido a nadie que
soportase como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir
al hombre más robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas, o bailar otras
tantas, con aquella pasión que tenía por el baile, dormía cinco o seis horas de
las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero o envuelto en su capa en
el suelo y a campo raso, como pudiera hacerlo sobre blanda pluma. Su sueño era
tan ligero y su despertar tan pronto, que no a otra cosa debió la salvación de
la vida en el Rincón de los toros. En
el alcance de la vista y lo fino del oído no le aventajaban ni los llaneros.
Era diestro en el manejo de las armas y diestrísimo y atrevido jinete, aunque
no muy apuesto a caballo.
Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su
cuidado y en campaña o en la ciudad visitaba varias veces al día las
caballerizas. Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos
los días, y en tierras calientes hasta tres veces al día. Prefería la vida del
campo a la de la ciudad. Detestaba a los borrachos y a los jugadores y
embusteros. Era tan leal y caballeroso que no permitía que en su presencia se
hablase mal de los otros. La amistad era para él palabra sagrada. Confiado como
nadie, si descubría engaño o falsía no perdonaba al que de su confianza hubiese
abusado. Su generosidad rayaba en lo pródigo. No solo daba cuanto tenía suyo,
sino que se endeudaba para servir a los demás. Pródigo con lo propio, era casi
mezquino con los caudales públicos. Pudo alguna vez dar oídos a la lisonja,
pero le indignaba la adulación. Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la
conversación, y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada… Tenía el don de
la persuasión y sabía inspirar confianza a los demás… A estas cualidades se
deben en gran parte los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan
difíciles, que otros hombres, sin esas dotes y sin su temple de alma, se
hubiesen desalentado. Genio creador, éralo en mayor grado en la adversidad.
Bolívar derrotado era más temible que vencedor, decían sus enemigos. Los
reveses le hacían superior a sí mismo.
Tomado de Daniel
Florencio O’Leary, Bolívar y la
emancipación de Sur América. Madrid