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Albert Camus ✆ A.d. |
Tony Judt | Camus
era un hombre apolítico. Eso no significa que no le preocuparan los asuntos
públicos, o que fuese indiferente a las decisiones políticas. Pero por instinto
y temperamento era una persona no afiliada (no menos en su vida
sentimental que en la pública), y los encantos del compromiso, que ejercieron
una fascinación enorme entre sus contemporáneos franceses, tenían poco
atractivo para él. Si es cierto que, como dijo Hannah Arendt, Camus y su
generación se vieron “tragados por la política como si los absorbiera la fuerza
del vacío”, Camus, al menos, siempre intentaba resistir ese impulso. Eso era
algo que muchos le recriminaban; no solo por su rechazo a posicionarse en la
cuestión de Argelia sino también, y quizá especialmente, porque sus textos en
conjunto parecían ir contra la corriente de las pasiones públicas. Pese a ser
un hombre que ejerció una influencia intelectual enorme, Camus les parecía a
sus contemporáneos casi irresponsable, por su rechazo a investir su obra de una
lección o un mensaje: de la lectura de Camus no se podía extraer ningún mensaje
político claro, y mucho menos una directiva con respecto al uso adecuado de las
energías políticas personales. En palabras de Alain Peyrefitte, “si eres
políticamente fiel a Camus, es difícil imaginar que puedas