“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

13/10/16

Viaje por Galípoli — La batalla sobre el tiempo

Javier González-Cotta

Siempre se acude a un inicio. Como una frase que necesita de sujeto, verbo y predicado, así en todo inicio suele haber una fecha, cierto lugar, una escena. La historia, cuando el tiempo lo consume todo o casi todo bajo un epitafio de mito y tragedia, suele acudir a un comienzo. Una fecha concreta, un lugar y no otro, la escena de marras. A partir de ahí sucede el resto, lo que de forma común se conoce como el curso de los acontecimientos. En tal sentido la historia puede leerse de otra forma, como una novela de avatares.

Londres, 13 de enero de 1915. El War Council analiza el envío de una apabullante flota con rumbo al antiguo Helesponto, el estrecho de los Dardanelos. El enclave se sitúa en una península turca llamada Galípoli (Çanakkale, para los turcos). Por la costa sur, con vistas al Asia Menor, el espigón de Galípoli se asoma a las contritas ruinas de Troya. El 28 de enero, en el número 10 de Downing Street, el primer ministro Asquith da su apoyo personal a la operación. Acto seguido, al atardecer del mismo día, el War Council aprueba el inicio de la epopeya. El primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill (joven audaz y con veleidades de literato: Savrola es una incipiente novela de juventud), no oculta su contento. Pero conviene cuidar la flema, tan británica por otra parte.