“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

5/11/15

Las niñas de Balthus — ¿Inocencia o perversidad?


Autorretrato de Balthus
Balthasar Kłossowski de Rola
José María Herrera   |   El escándalo y la controversia han acompañado el nombre de Balthus desde que presentó en el año 1934 La lección de guitarra, una pintura que recuerda las ilustraciones de los libros eróticos del siglo XIX. Ningún artista antes había tratado con tal desenfado en una obra de semejante formato y calidad el asunto de la maestra que somete a la pupila y la inicia en los misterios de la carne. Puesto que el autor era un joven de veintiséis años, ansioso presuntamente por hacerse un hueco en el mundo del arte, algunos supusieron que tomaba la senda de la provocación con el único propósito de que se hablara de él. Cubistas, futuristas y surrealistas llevaban tiempo practicando con éxito esta ruidosa estrategia. Balthus, sin embargo, no se limitó a escoger un motivo que obligó a exhibir la obra en una sala aparte, sino que se sirvió para ello de un estilo figurativo lleno de alusiones clásicas que soliviantó a la vanguardia entonces en boga y lo convirtió, de golpe, en un proscrito. Mientras que sus predecesores habían incomodado al público cuestionando sus creencias y denunciando su hipocresía (Las amigas, de Courbet, o la Olimpia, de Manet), él fue más allá violentando a sus propios colegas con un uso inesperado de los recursos de la tradición.

Perros y aperreamientos en la conquista de América


Grabado para la “Brevísima”: Aperreamiento de indios
Theodore de Bry, s. XVI
Esteban Mira Caballos   |   Los conquistadores llevaban consigo jaurías de perros, amaestrados para ensañarse con los pobres nativos. Según Alberto Mario Salas la mayoría eran mastines o alanos, es decir, un cruce entre dogos y mastines. Casi todos los cronistas se hicieron eco del uso de estos perros, de gran utilidad lo mismo en combate que para castigar ejemplarmente a algún nativo con la intención de aterrorizar al resto. Fernández de Oviedo escribió que fue común aperrearlos lo que no era otra cosa que hacer que perros le comiesen o matasen, despedazando al indio. No menos claro se mostró el padre Las Casas al decir que estos canes amaestrados, cuando alcanzaban a uno, lo hacían pedazos en un credo. Además, cuando los indios recibían a los españoles pacíficamente eran muy útiles. Dejaban que uno de ellos se abalanzase sobre algún nativo y lo despedazase para provocar el inicio de las hostilidades. Obviamente, esto era precisamente lo que querían, pues, de esta forma podían robar, expoliar y esclavizar a los aborígenes en buena guerra. Pero, además, una vez sometidos, constituían la mejor medida disuasoria contra posibles alzamientos, dado el miedo que estos les tenían.