“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

19/1/16

Woody Allen, pariente y amigo

Woody Allen ✆ Pablo Lobato
Álvaro del Amo   |   Irrational Man, la última película de Woody Allen, vuelve a plantear la peculiar relación que el espectador que conserva aún la costumbre de ir al cine mantiene con un grupo de directores cada vez más escaso. Los realizadores veteranos que se mantienen activos, capaces de ofrecer un nuevo título cada año, cuentan con un público fiel al que se dirigen desde una posición caracterizada por una coloración personal. Un libro clásico consideraba al director de cine la estrella capaz de caracterizar una película, sustituyendo la antigua costumbre de apoyarse sobre los actores y actrices para sintetizar el reclamo, el atractivo, el tirón, que animará a acudir a una sala para pagar una entrada por el privilegio de ver a Clark Gable o a Sarita Montiel. Algunos realizadores siguen siendo la estrella, y, entre ellos, Woody Allen destaca con un fulgor quizá más brillante que el irradiado por otros colegas como su compatriota Clint Eastwood o, entre nosotros, Pedro Almodóvar. Una nueva entrega de Woody Allen concita un inmediato interés, en su caso teñido por una gama de emociones que exceden la curiosidad o apetencia estrictamente cinematográfica. Porque no es solo una película lo que nos convoca en el cine. Vamos a volver a visitar a un pariente, a encontrarnos con un amigo, a confirmar la admiración que sentimos por el artista que dejamos de admirar, o a conceder otra oportunidad al artífice que tanto nos decepcionó la última vez.