“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/6/12

Viaje de familiarización geopolítica a las islas Malvinas

Alfredo Portillo

Especial para La Página
Se está preparando un viaje a las islas Malvinas, territorio éste del que se ha hablado mucho durante los últimos días, debido a la disputa que en torno a él mantienen Argentina y Gran Bretaña. El propósito del viaje es familiarizar a los asistentes con lo que se conoce como la geopolítica, especialmente a aquellos que ven y analizan la realidad sociopolítica, como si el territorio no existiera o fuera algo hueco.

Durante el viaje se revisarán los textos de algunos autores, entre los que destacan el francés Ives Lacoste y el argentino Carlos Pereyra Mele. El primero de ellos define a la geopolítica como el estudio de las rivalidades de poder en el territorio, y fue el mismo que en 1992 señaló que, “contrariamente a aquellos que proclaman que el mundo se desgeopolitiza, debido a la finalización de la guerra fría, se puede pensar más bien  que el mundo entró progresivamente en la era de la geopolítica”. El segundo, por su parte, expresó recientemente que “se acabó la lucha ideológica y empiezan las luchas geopolíticas y estratégicas para el control de los recursos naturales”.

Una vez en territorio del archipiélago de las Malvinas, se procederá a realizar un reconocimiento del mismo y, con mapas en mano, se hará el correspondiente análisis geopolítico. Lo primero que será destacado es que el territorio en disputa tiene una superficie de 12.173 km2, pero da derechos sobre un mar epicontinental que tiene una extensión cercana a los 3 millones de km2, en cuyo lecho hay inmensos yacimientos minerales y petrolíferos. Además, se comprobará que, el ejercer dominio sobre las islas Malvinas, posibilita el control del estrecho de Magallanes y el paso de Drake, da proyección sobre el  territorio de la Antártida y permite el funcionamiento de una base militar para el monitoreo del Atlántico Sur. He ahí entonces la importancia de este territorio, cuyo destino está en estos momentos en manos de la dinámica geopolítica, más allá de los conceptos del derecho internacional, la democracia y la soberanía.

Ucrania es mejor / Porque el Este también existe…

Mientras el fútbol se rinde a sus pies (vaya lugar común), algunas viejas generaciones añoran un pasado comunista y las nuevas huestes esperan en la puerta entrar a la Comunidad Europea. Si es que ésta no se desarma antes.

Matías Franchini

Empezó la Eurocopa, y entonces el torneo futbolero más importante después de los mundiales representa un buen motivo para darse una vuelta y preguntarse cómo se vive por uno de sus países organizadores: Ucrania (el otro es Polonia). Parte de la Unión Soviética hasta hace dos décadas, la tierra que vio nacer a Leon Trotsky es un verdadero mundo aparte en el que conviven imágenes que transportan a la etapa sovietista y cierta nostalgia por algunas virtudes de aquel sistema, con las ansias y la necesidad de las nuevas generaciones de profundizar el proceso de integración al mundo globalizado, soñando con el Estado de Bienestar de la juventud de Occidente y esperando la chance de hacerse la América en un país con más futuro. Pues bien, nada mejor que inmiscuirse en usos y costumbres de jóvenes (y adultos) en esta tierra de bebedores entrenados, mujeres infartantes que se saludan con un beso en la boca entre amigas, gente cálida y abierta que en general hace malabares para sobrevivir y llegar a fin de mes, y en la que aún perdura un pasado que invade el presente bastante seguido. Allá vamos, pasen y vean.

Historia de dos amigos / Jürgen & Simón

 Nicolas Duffaut 
Marcelo Colussi

Desde sus respectivos nacimientos estuvieron siempre juntos. Vieron el mundo con escasas dos semanas de diferencia, y sus vidas quedaron casi hermanadas desde un primer momento. Aunque no eran hermanos, lo parecían. Compartieron juegos infantiles, estudios primarios, penas y alegrías de niños, nevadas y calores. Simón siempre fue algo gordo, característica que se acentuó en su adolescencia. Jürgen, por el contrario, fue siempre delgado, enjuto. Ambos eran altos.

Se protegían mutuamente, en todo: con mentiras piadosas antes sus madres o maestros para apañar fechorías menores del otro; con puños y puntapiés antes niños hostiles.

Sus respectivos padres no tenían muy en cuenta la relación; eran amiguitos, así de simple, buenos amiguitos, y ello no daba para abrir ninguna reflexión al respecto. La cuestión de la religión no contaba.

En realidad, si bien ambas familias eran practicantes de sus respectivos credos, ninguna era particularmente devota. Seguían sus ritos como las tradiciones lo mandaban, pero no pasaban de allí. Jürgen era católico; Simón, judío.

Los dos niños fueron formados en sus creencias, pero entre sí nunca hablaban de ello. No era necesario; los unía otra infinidad de cosas, y el tema religioso no contaba. Como tantos niños –¿como todos?– sus preocupaciones no iban por el lado teológico; el ámbito espiritual era una obligación más, pesada como todas las obligaciones, como lavarse los dientes o bañarse cada sábado.