“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

12/9/16

Vivir sin Nikolái Gógol

Nikolái Gógol ✆ Fabrizio Cassetta
Higinio Polo
En el número 7A del bulevar Nikitski de Moscú se alza la casa donde murió Nikolái Gógol. Aquí pasó los últimos cuatro años de su vida, progresivamente envuelto en las brumas de la incoherencia y la perturbación. Está en el barrio del Arbat, y es un sólido edificio de dos plantas, con arcadas que forman un porche y grandes ventanales; cuenta con una magnífica biblioteca con doscientos cincuenta mil libros y se ha convertido en un centro de investigación sobre el desdichado escritor ruso y sobre ciencias sociales. Cuando llegó allí Gógol, en diciembre de 1848, vivían en la mansión el conde Alexander Petrovich Tolstói y su esposa Anna, que lo acogieron. El escritor era todavía un hombre joven, no había cumplido aún cuarenta años, pero se encontraba ya prisionero de sus demonios, del fuego y el dolor que le sumergieron en una noche agonizante. 

Una reja, con dos pequeños arcos de entrada, cierra el jardín que da al bulevar Nikitski. En el centro del parterre, mirando al paseo, se alza la estatua de Gógol, cubierto con un capote, cabizbajo (“deseo que no se alce ningún monumento en mi honor”, escribió en su testamento), rodeado por bancos donde conversan estudiantes, y, a la derecha del patio, se levanta la mansión, con el pequeño porche que sostiene una terraza. En las habitaciones de la planta baja, expositores que ilustran la vida de Gógol, manuscritos, vitrinas, relojes, mesitas con libros abiertos, y, en la gran sala central de paredes carmesí y cortinas de rojo persa, un daguerrotipo del escritor, posando con bastón, de 1845.