“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

24/1/13

Secuencias, efectos y espejos en el oficio poético de Ana Enriqueta Terán

Ana Enriqueta Terán
Julio Rafael Silva Sánchez

Especial para La Página
Nuestro admirado juglar Luis Pastori expresaba en alguna ocasión que:
                        
La poesía
Como una lámpara
Como una medalla perdida
Recorre las calles.

Y esto es profundamente cierto. Se puede decir que la poesía es un signo alucinado de la conciencia. Parte del vértigo y llega al éxtasis. Recorre el deliquio y se sublima a solas o en compañía infinita con el sueño. No acepta sino de ella misma, de su alma, para inocular el cuerpo creador, la materia intangible. Es por eso más solemne y más
bella cuando su canto padece como una veta por dentro: en puro fuego azul, el de una elegía sin fin. Elegía de intenso grito, como el llanto, A veces, la poesía no gime, sino canta. No sufre, sino estremece. Es nuestra y cotidiana. Es la entrega total del hombre hacia los sueños subconscientes; su oficio consuetudinario, el ejercicio de su noble angustia, de su soledad, su visión, su percepción y, por tanto, acto total del ser: el momento en el cual hombre y mundo forman esa unidad que ninguna metafísica  ha podido dilucidar: la plurívoca fijación de lo externo mediante su imagen coloreada.

Sirvan estas palabras como preámbulo para este sencillo pero significativo homenaje que nuestra Universidad Latinoamericana y del Caribe rinde hoy a la poetisa Ana Enriqueta Terán Madrid, al conferirle el Doctorado Honoris Causa, como un merecido reconocimiento a la obra, la vida y los sueños de la distinguida dama que esta tarde celebramos: ...hermosa poeta, en la flor de los años, dotada de un sentido íntimo y refrenado de la poesía... con una gracia espontánea, muy femenina…como la percibe Fernando Paz Castillo, en su primer encuentro (hace ya algunos años).

Porque así es (así ha sido siempre y, por supuesto, continuará siendo) Ana Enriqueta Terán Madrid. Todos sabemos que adviene al mundo el 4 de mayo de 1918, en la hacienda Santa Elena, a extramuros de Valera, Estado Trujillo, una brumosa tarde de verano, cuando el pueblo entraba calladamente a su primer centenario. En esta meseta del piedemonte andino comienza su periplo existencial  esta singular orfebre de la palabra: la neblina, la albura y las tinieblas de esos días comienzan a modelar su rostro, ese hermoso rostro que hoy nos deslumbra, hecho de nervaduras y raíces, atractivo y bello, perfumado por aromas intensos, por el ámbar y el mosto de la granada: la perfilada agudeza de su nariz y cejas vuelven más terso su semblante, el cual ahora se derrama, pleno, en el medido vaivén de los renglones acompasados que mecen nuestra mente.

Si, amigos… es un verdadero privilegio estar aquí, esta fresca tarde estival, en la casa de hablas, lugar de encuentros, de solaz espiritual, ámbito de la solidaridad y el afecto…territorio en el cual nos encontramos una vez más con la presencia de esta voz nueva, única, llena de aspiraciones, búsquedas, decepciones, abriéndose al despertar de la conciencia, al trascender esa barrera sutil y enigmática de las palabras y las imágenes, imbuida del coraje y la determinación necesarias para conquistar su espacio poético, como lo observamos en este cuarteto de su primer libro, Al Norte de la Sangre (publicado en Caracas, en 1946):

Aquella lumbre que necesitaba
y que en mi propia sangre relucía,
en este día la he sabido mía
cuando mi sangre ya no la esperaba.

Quisiéramos detenernos brevemente en esta época. Correspondientes a este mismo año 1946 (o quizás a 1947) son cuatro sonetos publicados tal vez en El País, La Esfera o El Universal  de Caracas (dos de ellos incluidos en el libro Verdor Secreto, de 1949), y ubicados en el archivo personal del desaparecido escritor cojedeño José Carrillo Moreno, gracias a la acuciosidad investigativa del poeta Miguel Pérez, quien prepara un ensayo sobre este prolífico autor venezolano y nos ha suministrado el facsímil (sin dato editorial), producto de sus pesquisas infatigables.  Estos sonetos, publicados bajo el título Poesía Nacional Contemporánea y el subtítulo Sonetos Inéditos de Ana Enriqueta Terán, revelan a una escritora en equilibrado dominio de su oficio creador, expresando el dolor de la propia soledad, en tránsito hacia un tono deslumbrante y amoroso que alcanza su plenitud cuando escribe en este soneto

Si mi voz recobrara lo perdido
y el corazón su clara transparencia,
si mis ojos hallaran la inocencia
en todo el campo de lo ya vivido

si rescatar pudiera del olvido
al rostro del amor y su presencia,
si llegara hasta el llanto por la ausencia
del valle que en mis brazos he tenido,

podría renacer a la frescura
de mansos arroyuelos, de profundo
vegetal en verdor y espesura,

pero no, que mi voz no se conmueve
y aquel inmenso llanto no se atreve
a transitar mi fuego y sangre oscura.

Luego, vendrán, sin solución de continuidad, porque nuestra autora no cesa de escribir:

- Verdor secreto (publicado en Montevideo, en 1949)
Presencia terrena (publicado también en Montevideo, el mismo año 1949)
Testimonio (editado aquí en Valencia, en 1954)
De bosque a bosque (Caracas, 1970)
El libro de los oficios (Caracas, 1975)
Libro en cifra nueva para alabanza y Confesión de Islas (textos escritos entre 1967 y 1975)
Música con pie de salmo (de 1985, con textos escritos entre 1952 y 1964)
Libro de Jajó (con textos escritos entre 1980 y 1987)
Casa de pasos (con poemas escritos entre 1981 y  1985)
Casa de hablas (publicado en Caracas, en 1991)
Albatros (editado en Mérida, por la Universidad de los Andes, en 1992)
Décimas andinas (de 1998)
La poetisa cuenta hasta cien y se retira (selección de textos publicada, en edición bilingüe, por la Universidad de Princeton) (2005)
Autobiografía (en tercetos trabados con apoyos y descansos en Don Luis de Góngora) (editado por la Gobernación Bolivariana del estado Trujillo, en 2007)

En todos estos textos, Ana Enriqueta Terán asume vivencialmente el misterio, esa nueva modalidad del conocimiento que el alma acepta deliberadamente.  Porque en sus versos el lenguaje va y viene en una rítmica peregrinación: del dolor a la angustia, de la desesperación a la esperanza, del júbilo a la duda, como el agua que, agitada por un molino inmenso, estruja la incesante vendimia, el aluvión sorpresivo, en donde se descubre la evidencia irresistible.

El oficio poético de Ana Enriqueta Terán nos recuerda a Stéphane Mallarmé, quien concebía al poeta como una suerte de hechicero, y recomendaba que el poema, frente al lector, debía ser propuesto como un enigma, como un oráculo, porque, al develarse, el poema perdía todo su misterio encantatorio: si el lector descubre el poema-afirmaba-lo hace desaparecer como tal. Tal vez por eso, en algunos textos de la poetisa asoman zonas tan oscuras como las del maestro del simbolismo francés.

La poetisa, otras veces, reitera siempre las palabras simples y amadas, la memoriosa escena de lo familiar: es la insistencia en la contemplación, la diaria contemplación que significa altura de serenidad. Los muros derruidos y amorosamente contemplados han dejado de ser esa verdad material agobiada de intemperie, para estar colocados en un plano más trascendente, más esencialmente vigente.

También la angustia invade a ratos sus textos: no es sólo la angustia de la nostalgia y la soledad… es una suerte de angustia metafísica que le crece desde del fondo: la de haber lanzado desde su arco las flechas acuminosas de las preguntas sin respuestas. Tal vez por eso, su amiga, la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou destacaba, en el Prólogo a  Verdor Secreto (de 1949), que:

...La soledad es su sino; un sino fecundo como el de la semilla aislada, palpitante entre el óvulo vegetal; como el de la perla entre la valva hermética; como el del ser que aún no ha nacido y crece hacia su destino entre la sagrada y cálida oscuridad materna. Es sola y abstraída, porque ha de ser grande. En la joven mujer que sufre su poesía y la realiza entre llamas, ya parece advertirse una luz curvándose en torno de la frente. Tiene el ímpetu y el olvido de todo, que cercan a los que traen una misión. Para Ana Enriqueta, su verso es precisamente eso: una misión. Su voz se alza con el coraje y la gravedad de las revelaciones. La poesía es su poderosa aventura.

Porque para Ana Enriqueta Terán la verdadera poesía es incómoda. Es sospechosa en todos los sentidos. El poeta sólo crea en ese retoque rápido y esquivo de la ironía inhábil, del rasgo inconcluso, del fracaso sobrellevado sin pesar. Pero también para ella la poesía es un ejercicio de solidaridad, un acto fraternal, como el que le escucháramos a la poetisa durante el Encuentro Internacional de Poesía, realizado en Valencia, Estado Carabobo, en el invierno del año 2002, brillantemente coordinado por nuestro amigo Adhely Rivero. Allí la poeta recordó, con vehemencia y dulzura, la inextinguible flama de Argimiro Gabaldón, su primo, el querido Comandante Chimiro, en sus andanzas por las sierras de Lara y Biscucuy. Y oímos de nuevo la voz de la poetisa, en excitación dionisíaca  creada por la propia imagen que engendra otro cuerpo con un leve roce, al tomar un vértice y confundirse con otro:

Una vocal: un pájaro de hueso
de tanto en tanto lleva a la madera
rezagada del fondo una severa
meditación sobre áspero suceso.

El tránsito hacia alguna parte nos hace pensar en un destino. Los poetas clásicos cantaron el origen sin revelar el secreto de la poesía, y así nos ofrecieron la circunstancia del hombre y de la historia. Ciertamente, allí había un destino. Pero, preguntarse en estos tiempos hacia dónde va la poesía es interrogar los orígenes. Por tanto, leer a Ana Enriqueta Terán es orar con San Juan de la Cruz. Es sentir la fiebre de Jean-Arthur Rimbaud. Es escuchar lo terrenal de Walt  Whitman. Es perdernos en la simetría y las elusiones de don Luis de Góngora o encontrarnos en la sensualidad descarnada de Miguel Hernández. Es colocar, bloque a bloque, los textos que traducen las heridas que nos infringimos en la cotidianidad.

Ana Enriqueta parece compartir con Octavio Paz su concepción dualista de la poesía: en un extremo, la poesía como fundadora de los pueblos, y, en el otro, el poema como arquetipo de funcionamiento de la sociedad humana. Resulta, así, riesgoso iluminar la conciencia a partir del texto  poético. Tal vez sea insondable creer que la poesía puede salvar lo que conocemos como civilización. Pero estamos convencidos de que sin ella sólo queda este temblor que llamamos realidad.

Nos gustaría concluir, por ahora, este sencillo acercamiento a la esencia vital de nuestra poetisa Ana Enriqueta Terán, con las palabras del poeta Ramón Palomares,  quien (en 1985), en su prosa exquisita, expresaba que:

...Así nos encontramos con Ana Enriqueta Terán, esa figura señorial tan bien afirmada en sus cejas de ave heráldica y la mirada dulce y distante, rodeada de telas y música de hilos y costuras, en el orgullo de una aldea recóndita y  nuestra como su poesía. Allí, a medida que entreteje sus versos, viajan con ellos los familiares y sus mitos, perdidas y nostálgicas constelaciones, historias llenas de sorpresa pero sobre todo un sentimiento que ha encontrado el misterio afín a sus dones de gran reina mística (...) Bienvenida la música sagrada de Ana Enriqueta Terán.

Muchas gracias…

El presente trabajo es el discurso pronunciado por el autor con motivo del conferimiento del doctorado Honoris Causa a la poetisa Ana Enriqueta Terán Madrid, por parte de la Universidad Latinoamericana y del Caribe, en la ciudad de Valencia, el 29 de enero de 2012