“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/11/13

La curiosa aventura de ‘The Oxford English Dictionary’

William Chester Minor ✆ Huadi
Juan Forn  |  El barrio londinense de Lambeth, sobre el lado “malo” del Támesis, era la letrina de la ciudad en la época victoriana. Se podía beber ajenjo hasta la madrugada, conseguir putas a bajo precio y traficar en todo lo prohibido entre los fétidos efluvios de las destilerías de cerveza, pero incluso allí el sonido de un balazo era motivo de estupor (las armas de fuego eran para la caza o para la guerra en Inglaterra, los bobbies británicos no portaban pistola por la calle hasta ayer nomás).

Así que el barrio entero vio cómo se llevaba la policía a William Minor cuando éste bajó en calzoncillos a la calle en plena noche y mató de cinco balazos a un tipo que pasaba fatalmente por ahí (después de vaciar el arma contra su víctima, Minor no opuso resistencia al arresto; se limitó a decir: “Creo que maté al hombre equivocado”).

El asunto se volvió una papa caliente para las autoridades cuando se supo que el asesino era norteamericano, médico cirujano y oficial del ejército, veterano de la guerra civil entre el Norte y el Sur. También había estado internado en St. Elizabeth’s, el manicomio que años después albergaría a Ezra Pound. Minor había enloquecido durante la guerra, nomás llegar al frente como cirujano, cuando sus superiores lo sometieron a una prueba iniciática: el ejército del norte tenía muchos desertores, la mayoría eran inmigrantes pobres irlandeses que veían con creciente frustración que los

Julio Cortázar | La lista negra de la dictadura argentina

Julio Cortázar ✆ Allan McDonald
Álvaro Cuadra  |  Sin saberlo, aunque seguro lo adivinó, su nombre estaba inscrito desde hace mucho en la “lista negra” de los militares argentinos. Ellos sabían de su obstinada denuncia de los crímenes que se cometían en su país, pero también en Chile y en Centroamérica. Sus libros y su nombre estaban proscritos durante aquellos tiempos de muerte y oscuridad en muchos países latinoamericanos. Tal como imaginó en uno de sus relatos, esa rata gigante que comandaba a todas las ratas había dado con su nombre.“Satarsa”había inscrito en su hoja de terror a Julio Cortázar.

Las ratas estaban en la Casa Rosada, allá en Buenos Aires, también en La Moneda cenicienta de Santiago, pero “Satarsa” estaba en otra parte, imponiendo su orden nauseabundo, lanzando personas desde los helicópteros sobre el Río de la Plata o sobre las olas del Pacífico. En brumosas noches de pleamar, los cuerpos mutilados eran arrojados como bultos por negras libélulas metálicas. Cuerpos desaparecidos para siempre, tragados por el océano.