“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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9/1/17

Ricardo Piglia, el escritor que enseñaba a leer

Ricardo Piglia ✆ René González
Juan Forn

En el tedio de las siestas de verano, todas las persianas bajas, toda la casa en silencio, un chico de tres años observa desde la penumbra a su abuelo sentado en un sillón, inmóvil, concentradísimo en el libro que sostiene en las manos. Al nieto le gusta copiar todo lo que hace el abuelo, así que arrima una silla a los estantes de la biblioteca, saca un tomazo y va a sentarse en los escalones de la puerta de su casa, con el libro abierto sobre las rodillas y la misma expresión de su abuelo. La casa queda a una cuadra de la estación de Adrogué. Cada media hora pasan por la calle los que bajan del tren. A la hora de la siesta son pocos, en ese verano de 1943. Uno de ellos, el único que repara en él, frena su marcha, le muestra sin decir palabra al chico que tiene el libro al revés y sigue su cansino camino. En 1943, la familia de Borges todavía pasaba los veranos en el Hotel Las Delicias de Adrogué. De manera que ese pasajero que le enderezó el libro al chico bien pudo ser ya sabemos quién.

16/10/15

La pequeña historia de Tommie “Jet” Smith, John Carlos y el tercero de la foto: Peter Norman

Tommie “Jet” Smith, John Carlos
y el tercero de la foto: Peter Norman
Juan Forn   |   Todos conocemos la imagen: se ha vuelto ícono e incluso estatua, sólo que en la estatua se eliminó a uno de sus tres protagonistas. No es una crítica ni una denuncia: también nosotros eliminamos mentalmente de la foto a aquel flaquito pelirrojo que parecía estar de prestado en la escena. El año era 1968: la masacre de My Lai en Vietnam, el Mayo francés, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy en Estados Unidos, los tanques rusos acabando con la Primavera de Praga, la matanza de Tlatelolco y, apenas unos días después, empiezan las Olimpíadas, precisamente en México, con la sangre de los estudiantes muertos todavía fresca. En la final de los 200 metros llanos, el podio es ocupado por dos atletas negros norteamericanos y un australiano, bastante más bajito y esmirriado que ellos. Los dos negros suben a recibir sus medallas descalzos y con un guante negro cada uno, y cuando suena el himno americano bajan sus cabezas y alzan el puño enguantado, haciendo el saludo de los Panteras Negras (iban también descalzos, en alusión a sus hermanos de raza de los algodonales de Luisiana, que no tenían derecho a usar calzado). La foto dio la vuelta al mundo: en el reino de la confraternidad ecuménica a través del deporte, hacía su fulminante ingreso la protesta política. Casi medio siglo después me escribe un lector, uno de esos lectores exigentes que es una bendición tener, y me pide que cuente la historia de la foto y del blanquito que aparece en ella de prestado: el australiano Peter Norman. Yo tenía ocho años en 1968, y había sido educado en los valores del Barón de Coubertin: me acuerdo todavía de la consternación que despertó aquel episodio pero, como el resto del mundo, lo ignoraba todo sobre Peter Norman.

12/12/14

Jan Van Heijenoort | El secretario tenaz [traductor y guardaespaldas] de Leon Trotsky

Foto: Leon Trotsky
&
Jan Van Heijenoort
Juan Forn
Jan Van Heijenoort tenía un don para la matemática: podía resolver de un golpe de vista ecuaciones con tres incógnitas. Por esa razón recibió beca completa para el Lycée St-Louis de París, pero no fue por eso que se convirtió en secretario, traductor y guardaespaldas de León Trotsky cuando acababa de cumplir veinte años, aunque la situación que enfrentaba Trotsky en su exilio era una suma de incógnitas casi imposible de resolver para una cabeza normal. Como bien se sabe, Stalin expulsó de la URSS a su archienemigo y casi enseguida decidió enmendar el error a su manera habitual: haciéndolo matar. La tarea le demandó casi diez años y buena parte de esa demora se debió a la silenciosa y fiel presencia de Van Heijenoort junto a Trotsky.

“Su apellido es impronunciable, joven. Lo llamaremos Van”, dijo la mujer de Trotsky cuando el robusto muchacho llegó a la isla de Prinkipo, frente a Estambul, en 1932, sin otro equipaje que una máquina de escribir con caracteres cirílicos. Sus únicos pergaminos eran su conocimiento del ruso (aprendido a solas, con un diccionario y un libro de gramática que robó de una biblioteca) y su fidelidad a toda prueba: hijo de un obrero y una criada, Van había abandonado su beca y sus estudios para entregar su vida a la causa. La situación de los Trotsky en Prinkipo era precaria: ningún país quería recibirlos, el gobierno turco les había dado cobijo pero de incógnito. Los Trotsky estaban sin papeles, confinados en esa isla con custodia policial.

29/11/13

La entrada de Marie de Gournay en la historia de la literatura

Juan  Forn  |  En la época de Montaigne, se tardaba diez días para hacer los 600 kilómetros entre París y Burdeos, y él no estaba para encarar el viaje, después de que lo asaltaran, lo apalearan y lo dejaran por muerto en las afueras de París. Había ido a interceder ante la corte para detener las guerras de religión que estaban desangrando el país, pero lo único que le interesaba era volver cuanto antes a la famosa torre repleta de libros que tenía en sus tierras en Burdeos. Llevaba consigo un ejemplar de la primera edición de su libro, el único que escribiría en su vida, el que lo haría inmortal, pero todavía no: Montaigne había quedado insatisfecho con la primera versión publicada, el ejemplar que arrastraba consigo había duplicado elefantiásicamente su volumen con los agregados que quería hacerle (para lograr que fuese “un espejo en que cada hombre se vea reflejado”), llevaba diez años agregando cosas y ya había cumplido los cincuenta: sentía cada día más cerca la cita con

22/11/13

Norman Mailer & James Baldwin | Uno de los riesgos del escritor norteamericano es convertirse en una personalidad

  • Uno querría a veces entrarle a martillazos al cristalino domo de su ego y reducirlo a lo que habría de ser el manojo de nervios más mágicamente atormentados de nuestro tiempo. Hasta que eso suceda, está condenado a ser un escritor menor
Juan Forn  |  Eran jovencitos los dos cuando se conocieron en París, en 1956, en un departamento abarrotado de gente, y los demás invitados les dieron espacio y se arracimaron alrededor esperando el gran enfrentamiento. Ninguno de los dos superaba el metro sesenta, pero uno era blanco y morrudo como un Kohinoor y el otro era un negro puro ojo, flaquito como una nena. Eran las dos mentes más brillantes y afiladas de su generación, y los dos lo sabían. Norman Mailer miró a James Baldwin y le preguntó si ser negro, pobre y puto era una ventaja o una desventaja como escritor. Baldwin le contestó con su famosa voz envolvente (Langston Hughes dijo una vez que Baldwin

8/11/13

La curiosa aventura de ‘The Oxford English Dictionary’

William Chester Minor ✆ Huadi
Juan Forn  |  El barrio londinense de Lambeth, sobre el lado “malo” del Támesis, era la letrina de la ciudad en la época victoriana. Se podía beber ajenjo hasta la madrugada, conseguir putas a bajo precio y traficar en todo lo prohibido entre los fétidos efluvios de las destilerías de cerveza, pero incluso allí el sonido de un balazo era motivo de estupor (las armas de fuego eran para la caza o para la guerra en Inglaterra, los bobbies británicos no portaban pistola por la calle hasta ayer nomás).

Así que el barrio entero vio cómo se llevaba la policía a William Minor cuando éste bajó en calzoncillos a la calle en plena noche y mató de cinco balazos a un tipo que pasaba fatalmente por ahí (después de vaciar el arma contra su víctima, Minor no opuso resistencia al arresto; se limitó a decir: “Creo que maté al hombre equivocado”).

El asunto se volvió una papa caliente para las autoridades cuando se supo que el asesino era norteamericano, médico cirujano y oficial del ejército, veterano de la guerra civil entre el Norte y el Sur. También había estado internado en St. Elizabeth’s, el manicomio que años después albergaría a Ezra Pound. Minor había enloquecido durante la guerra, nomás llegar al frente como cirujano, cuando sus superiores lo sometieron a una prueba iniciática: el ejército del norte tenía muchos desertores, la mayoría eran inmigrantes pobres irlandeses que veían con creciente frustración que los

18/10/13

Nietzsche: Los útiles de escritura inciden en la formación de nuestros pensamientos

Friedrich Nietzsche ✆ Shigeru Ito
Juan Forn  |  Aristóteles juraba que la función del cerebro era evitar que el cuerpo se recalentara. A Nietzsche, en cambio, lo que le preocupaba era el recalentamiento del cerebro: “Podemos sentir cómo late nuestro corazón, cómo se expanden nuestros pulmones, cómo trabaja nuestro estómago, pero no tenemos ninguna señal de la actividad de nuestro cerebro. La fuente de nuestra conciencia es inaccesible a nuestra conciencia”. En 1881, luego de perder su puesto como profesor en la Universidad de Basilea por su salud cada vez más desequilibrada, autoexiliado en Génova, Nietzsche encargó a Dinamarca una de las primeras máquinas de escribir (muy exitosas en el tratamiento de sordomudos). Llevaba cinco años sin escribir. Cuando empezó a probar el artefacto, descubrió que podía escribir con los ojos cerrados, que las palabras podían ir de su mente a la página sin distracción. Le dedicó una oda (“La máquina de escribir es una cosa como yo / hecha de hierro pero fácilmente dañable / paciencia y tacto se requieren en abundancia”) y avisó a su amigo Overbeck que había vuelto a escribir. Este viajó a Génova y descubrió que el estilo de Nietzsche se había vuelto más apretado, más

4/10/13

Praga: La ciudad que perdía el tiempo

Una vista maravillosa a la ciudad de Praga [¬ Ampliar]
Juan Forn  |  En lo alto del parque Letná en Praga hay un metrónomo gigantesco, pintado de rojo y visible desde cualquier parte de la ciudad. La mitad del tiempo la aguja está inmóvil: el aparato gasta una fortuna en electricidad y el municipio no consigue sponsors que paguen la cuenta, pero a los praguenses les gusta igual, han tenido siempre fama de perder el tiempo en las tabernas, de hacer todo con retraso. Cuando Stalin cumplió setenta años, en 1949, todos los países socialistas homenajearon puntualmente al Padrecito de los Pueblos pero los checos se atrasaron con la estatua que querían erigir en su honor. Para congraciarse con Moscú no les quedó otro remedio que prometer el monumento más grande erigido nunca en honor a Stalin. Se alzaría en la colina del parque Letná y sería la primera visión de la ciudad que tuviera

27/9/13

Balzac, “La obra maestra desconocida”: Frenhofer, Paul Cézanne, Arnold Schönberg & Picasso

Honoré de Balzac ✆ Aude
Juan Forn  |  Mientras todos sus colegas impresionistas triunfan en París, Paul Cézanne se refugia en Aix, es el viejo loco al que apedrean de lejos los niños del pueblo. Un día recibe en su casa a un aspirante a coleccionista llamado Vollard. El visitante le comenta que acababa de leer un cuento perdido de Balzac entre la montaña de novelas que escribió el autor de La Comedia Humana. El cuento se llama “La obra maestra desconocida”, dice el joven Vollard. Y se apresta a contar de qué trata cuando el viejo pintor se pone de pie tirando la silla al piso, se señala el pecho con los ojos llenos de lágrimas, murmura “Frenhofer soy yo” y abandona la habitación.

“La obra maestra desconocida” es un cuento de pintores. Dos de sus tres personajes eran reales y Balzac los usó con sus propios nombres (Poussin y Porbus), pero inventó un tercero, el tal Frenhofer. La historia es así: el joven Poussin llega a París y va al taller de su admirado Porbus, aunque éste acaba de perder los favores de la corte, desplazado por Rubens. Porbus acepta a Poussin como discípulo cuando entra en el taller un viejo

14/9/13

El Hombre que escribía demasiado | La vida especial de Anthony Burgess

Anthony Burges ✆ Rachel Burgess
Juan Forn  |  En Borneo, cuando no está lloviendo, el sol te trepana la cabeza. El profesor John Wilson está dando clase al frente del aula cuando de repente se acuesta en el piso y decide no seguir. El profesor Wilson parece estar sufriendo un coma alcohólico, aunque conteste normalmente las preguntas que le hacen. En el hospital le preguntan si ha sufrido alucinaciones. El dice que, en los últimos días, cada vez que entra al baño de su casa, por la mañana, ve sentado en el inodoro a un hombre muy parecido a él, con una máquina de escribir sobre las rodillas, componiendo poemas. El Servicio Colonial lo fleta al Hospital de Enfermedades Tropicales de Londres, donde le diagnostican un tumor cerebral y le dan un año de vida. El profesor Wilson huye del hospital en camisón, pero el neurólogo que iba a trepanarle el cerebro era Roger Bannister, el primer hombre en correr la milla en menos de cuatro minutos: lo alcanzó enseguida, lo llevó de vuelta, le exigió que se portara como un hombre. El profesor Wilson se pasó la noche en vela y terminó interpretando así su sentencia de muerte: “No me pisaría un ómnibus, ni me