“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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7/10/17

Urnas y calles: Lenin electoral — III

“El problema de la ‘forma de la lucha’ se hallaba ligada íntimamente al problema de la ‘organización para la lucha’”   Lenin, 1906
 
Nicolás González Varela

Para el Lenin de 1906-1907 toda lucha electoral es una forma de lucha subordinada, secundaria en condiciones objetivas revolucionarias. El problema de la “forma de la lucha” se halla ligado por ello íntimamente al de la organización de la lucha. Pero: ¿en qué consiste una condición objetiva revolucionaria? Recordemos qué significa para Lenin una situación revolucionaria, “análisis concreto de la situación concreta” que se deriva del marco general de una categoría crítica decisiva en Marx: la de formación económico-social. [1] En Lenin funge el principio marxista de entender la “lógica específica del objeto específico”. El análisis materialista crítico (que Lenin muchas veces llama al mejor estilo de Lakatos “métodos de investigación del Marxismo”) simplemente busca las formas de la “transición” o el “acceso” a la Revolución proletaria, ni más ni menos. Lenin estableció de forma clásica y tardía en varias ocasiones lo que denominó “Ley fundamental de la Revolución”. Es sintomático que Lenin se exija en definir las coordenadas fundamentales de un acontecimiento revolucionario objetivo (base de toda táctica eficaz), que denomina políticamente como “crisis nacional general”, a medida que se sumerge en la compleja arena parlamentaria burguesa. En 1902: “[en un primer momento] reivindicaciones de carácter puramente económico, se transforman con rapidez en un acontecimiento político, a pesar de participar en ella un número insuficiente en extremo de fuerzas revolucionarias organizadas… [sin embargo] la verdadera desorganización del gobierno se consigue sólo cuando las amplias masas, realmente organizadas por la propia lucha, obligan al gobierno a desconcertarse; cuando la legitimidad de las reivindicaciones de los componentes avanzados de la clase obrera es esclarecida ante la multitud en la calle…; cuando a las acciones militares contra decenas de miles de hombres del Pueblo precede la vacilación de las autoridades, que carecen de toda posibilidad real de determinar a dónde conducirán esas acciones militares; cuando la multitud ve y reconoce en los muertos en el campo de la guerra civil a sus camaradas, a sus compañeros, y acumula nuevas reservas de odio y el deseo de una lucha más resuelta contra el enemigo… [entonces] todo el régimen actual el que aparece como enemigo del Pueblo.” [2] 

8/9/17

Dos periodistas contra el poder — El caso Watergate, más actual que nunca

Carlos García Santa Cecilia

La reciente reedición de Todos los hombres del presidente, de Bob Woodward y Carl Bernstein (los libros del lince, 2017), un clásico del periodismo, con un epílogo escrito por los autores en 2012, cobra, como reza un paratexto editorial, “una imprevista actualidad cuando la Casa Blanca está ocupada por otro (y no menos peligroso) aprendiz de brujo”. La investigación llevada a cabo por los dos periodistas de The Washington Post, que logró desvelar los manejos de un poder que se creía impune, comenzó con una llamada intempestiva.

“Día 17 de junio de 1972, sábado por la mañana. Hora: las nueve. Demasiado temprano para telefonear. Woodward tentó la mesilla hasta alcanzar el auricular y terminó de despertarse. El redactor jefe de la sección Local de The Washington Post [Barry Sussman] estaba al otro lado de la línea. Cinco hombres habían sido detenidos esa madrugada en el cuartel general del Partido Demócrata llevando consigo un equipo fotográfico y una serie de instrumentos electrónicos. ¿Podía ir a la redacción para hacerse cargo del asunto?”.

18/8/17

A propósito de la invocación de la posición de Lenin sobre el derecho de autodeterminación

Lenin ✆ V. Annekov
José Luis Martín Ramos

Un argumento que una parte del independentismo revolucionario utiliza para defender su posición en el actual “proceso” nacional catalán y también para echar en cara la posición adoptada por Izquierda Unida o cualquier izquierda que no comparta la suya, es la defensa del derecho de autodeterminación por parte de Lenin, como si ésta fuera un derecho incondicional que no tuviera más traducción práctica admisible que el referéndum unilateral que, con una precaria base de apoyo político y social, está convocado para el 1 de octubre.

Recientemente, en un intercambio hecho público, Alberto Garzón respondió a Pau Llonch, que le echó en cara un texto de Lenin para recriminarle su rechazo a un referéndum unilateral y sin garantía, que él no estaba por las sagradas escrituras sino por el análisis concreto de la situación concreta. No es una respuesta inadecuada; invita a no caer en la patrística y menos cuando ésta se reduce al recordatorio descontextualizado de escritos supuestamente “canónicos”. Sin embargo, no hay porque no tomar en consideración el pensamiento y la acción de Lenin en su conjunto –no en la foto fija de un momento– como parte de la tradición de la izquierda, que no se ha de tomar como receta pero sí como experiencia acumulada. Lo malo del asunto es que a Lenin se le acostumbra, en esta cuestión, a recordar por una imagen fragmentada de la reflexión de un momento, entre 1913 y 1917, cuando en sus habituales polémicas políticas enfatizó de manera particular la consideración de que el derecho de autodeterminación significaba el reconocimiento de la igualdad de las naciones, en derechos, y por tanto también el de la constitución de una nación como estado independiente, separándose si era el caso de aquel al que hasta entonces había estado integrado. Y digo malo porque siendo cierta esa imagen, se desvirtúa cuando se la aísla del conjunto de la reflexión de Lenin sobre la cuestión nacional y el nacionalismo, y de toda la trayectoria de pensamiento, acción e intervención de Lenin al respecto, desde comienzos de siglo hasta su muerte. Esa doble descontextualización permite una manipulación absoluta de Lenin, voluntaria o involuntaria.

7/8/17

Las mismas disyuntivas que en 1917

Claudio Katz

La revolución rusa fue el principal acontecimiento del siglo XX. Generó enormes transformaciones sociales y suscitó una inédita expectativa de emancipación entre millones de oprimidos. Ese impacto se verificó en el pánico que invadió a las clases dominantes. Algunos temieron la pérdida de sus privilegios, otros creyeron que se extinguía su control de la sociedad y muchos se prepararon para el ocaso final de la supremacía burguesa.

Ese miedo explica las enormes concesiones de posguerra. El estado de bienestar, la gratuidad de ciertos servicios básicos, el objetivo del pleno empleo y el aumento del consumo popular eran mejoras impensables antes del bolchevismo. Los capitalistas aceptaron esas conquistas por temor al comunismo.

De ese pavor surgió el concepto de justicia social, como un conjunto de derechos de los desamparados y el registro de la desigualdad como una adversidad. La revolución impuso la mayor incorporación de derechos colectivos de la historia.

Los capitalistas copiaron normas establecidas por el régimen soviético para disuadir la imitación de ese modelo. Aceptaron la universalización de las pensiones y la seguridad laboral.

El propio esquema keynesiano de consumo masivo irrumpió por temor al socialismo. La dinámica espontánea de la acumulación privilegiaba las ganancias y no contemplaba mejoras estables de los ingresos populares.

10/7/17

Crónica de la llegada de Lenin a Rusia

Lenin en Petrogrado ✆ F. Liubimova
Gregory Zinoviev

El autor de estas líneas escuchó la noticia del estallido de la revolución de febrero en Berna. En ese momento, Vladimir Ilich vivía en Zurich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: ‘Revolución en Rusia’. La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zurich “inmediatamente”.

¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.

¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe. Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad.

6/7/17

Octubre rojo: Un siglo después del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia

Higinio Polo

Un siglo después de su triunfo, la revolución bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.

5/6/17

El fotógrafo que inmortalizó al mariscal Gueorgui Zhúkov y a la Patria soviética

El mariscal Gueorgui Zhukov pasando revista a las tropas
en la Plaza Roja, Moscú, 1945 ✆ Foto: Yevgeni Jaldéi
Higinio Polo

A las diez en punto de la mañana del veinticuatro de junio de 1945, dos jinetes aparecieron en la puerta de la Torre Spásskaya del Kremlin y entraron en la Plaza Roja de Moscú. Después, uno de ellos llegó a la esquina de la calle Kuibysheva: era el mariscal Gueorgui Zhúkov, que empezó a cabalgar al trote con su caballo blanco por los adoquines de la plaza, a lo largo de la fachada de los Almacenes GUM, que ostentaban las insignias de las repúblicas soviéticas, para pasar revista a las tropas, mientras sonaba la marcha de Glinka, Gloria a la patria, interpretada por mil quinientos músicos militares. Llovía, y el agua resbalaba por las viseras de las gorras de la tropa en aquel día gris y jubiloso. Entonces, el mariscal Konstantín Rokossovski, también a caballo, le dio la novedad a Zhúkov ante los almacenes populares engalanados con enseñas, mientras los soldados del Ejército Rojo observaban el paso marcial del jinete, orgullosos de la victoria sobre el nazismo, sabiendo que estaban protagonizando uno de los momentos más deslumbrantes de la historia. En aquel instante, un joven fotógrafo armado con su cámara Leica se hallaba al otro lado de la plaza, a la derecha del mausoleo de Lenin donde estaban los dirigentes soviéticos: era Yevgueni Jaldéi, que fotografió a Zhúkov cuando pasaba ante la catedral de San Basilio, y, unos segundos después, apretó de nuevo el obturador para captar la escena en que el mariscal, cuando ninguno de los cascos de su caballo tocaba los adoquines, sujetando las riendas y con los ojos puestos en la bandera roja que tapaba la fachada barroca del Museo de Historia, escuchaba el silencio expectante de la victoria, mientras el corcel árabe arañaba con las patas delanteras el aire de la Plaza Roja, ante la mirada de los soldados que habían aplastado a los nazis y liberado Berlín.