La reciente reedición de Todos los hombres del presidente, de Bob Woodward y Carl Bernstein (los libros del lince, 2017), un clásico del periodismo, con un epílogo escrito por los autores en 2012, cobra, como reza un paratexto editorial, “una imprevista actualidad cuando la Casa Blanca está ocupada por otro (y no menos peligroso) aprendiz de brujo”. La investigación llevada a cabo por los dos periodistas de The Washington Post, que logró desvelar los manejos de un poder que se creía impune, comenzó con una llamada intempestiva.
“Día 17 de junio de 1972, sábado por la mañana. Hora:
las nueve. Demasiado temprano para telefonear. Woodward tentó la mesilla
hasta alcanzar el auricular y terminó de despertarse. El redactor jefe
de la sección Local de The Washington Post [Barry Sussman]
estaba al otro lado de la línea. Cinco hombres habían sido detenidos esa
madrugada en el cuartel general del Partido Demócrata llevando consigo
un equipo fotográfico y una serie de instrumentos electrónicos. ¿Podía
ir a la redacción para hacerse cargo del asunto?”.