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Foto: Ana Enriqueta Terán |
En esa ocasión la Universidad Latinoamericana y del Caribe le rendía un merecido y significativo homenaje a la poetisa, al conferirle el Doctorado Honoris Causa, como un justo reconocimiento a la obra, la vida y los sueños de la distinguida dama que esa tarde celebramos: “...hermosa poeta, en la flor de los años, dotada de un sentido íntimo y refrenado de la poesía, con una gracia espontánea, muy femenina…”, como la percibe Fernando Paz Castillo, en su primer encuentro (hace ya algunos años).
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Luego, vendrán, sin solución de continuidad,
porque nuestra autora no cesa de escribir: Verdor
secreto y Presencia terrena (Montevideo,
1949), Testimonio (editado aquí en
Valencia, en 1954), De bosque a bosque
(Caracas, 1970), El libro de los oficios
(Caracas, 1975), Libro en cifra nueva
para alabanza y Confesión de Islas
(textos escritos entre 1967 y 1975), Música
con pie de salmo (de 1985, con textos escritos entre 1952 y 1964), Libro de Jajó (con textos escritos entre
1980 y 1987), Casa de pasos (con
poemas escritos entre 1981 y 1985), Casa de
hablas (Caracas, en 1991), Albatros
(editado en Mérida, por la Universidad de los Andes, en 1992), Décimas andinas (de 1998), La poetisa cuenta hasta cien y se retira (selección
de textos publicada, en edición bilingüe, por la Universidad de Princeton, en 2005)
y Autobiografía (en tercetos trabados
con apoyos y descansos en Don Luis de Góngora) (Gobernación Bolivariana del
estado Trujillo, en 2007).
En todos estos textos, Ana Enriqueta Terán
Madrid asume vivencialmente el misterio, esa nueva modalidad del conocimiento
que el alma acepta deliberadamente.
Porque en sus versos el lenguaje va y viene en una rítmica
peregrinación: del dolor a la angustia, de la desesperación a la esperanza, del
júbilo a la duda, como el agua que, agitada por un molino inmenso, estruja la
incesante vendimia, el aluvión sorpresivo, en donde se descubre la evidencia
irresistible, en una suerte de zozobra metafísica que le crece desde del fondo:
la de haber lanzado desde su arco las flechas acuminosas de las preguntas sin
respuestas.
Colaboración
especial de mi amigo Julio Rafael Silva Sánchez, una amistad que ha traspasado
el medio siglo