“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

23/1/14

Las mujeres y su actuación en la huelga de las bananeras de 1928 en Colombia

La masacre de las bananeras ✆ Fernando Botero
Ricardo Sánchez Ángel  |  Las mujeres jugaron un papel decisivo que hay que resaltar. Por supuesto que el imaginario de María Cano, quien había visitado la Zona y el litoral Atlántico en ese año de 1928, estaba vivo con la presencia de sus compañeros de lucha de la Confederación Obrera Nacional y el Partido Socialista Revolucionario (PSR).

Destaco esta recuperación de María Tila Uribe:
Otros aspectos también son dignos de mención como el beligerante papel femenino. Josefa Blanco, quien se llamó a sí misma obrera de los obreros, secretaria del Sindicato de Orihueca, tuvo bajo su responsabilidad a cien obreros; con ellos vigilaba que no hubiera corte, se metía entre los guineales y no poca veces emboscó y redujo pequeños grupos de uniformados para llevárselos luego al Comité de Huelga, bien para sacarles información, para hacerles reflexionar si era el caso, o para juzgarlos. Petrona Yance, recordada por su temperamento alegre, fe en el triunfo y la recursividad con que planeaba cada acción, fue la más destacada dirigente de las 800 mujeres que participaron en la huelga: echaba machete a los cultivos para impedir el corte de esquiroles; se movían por la Zona como enlaces; en sus canastos cubrían con almojábanas las herramientas utilizadas para descarrilar los trenes que transportaban tropa; repartían Vanguardia Obrera, El Obrero de Ciénaga y otro pequeño tabloide socialista.[1]

El Teorema de Pasolini presente en nuestras vidas

Pier Paolo Pasolini ✆ Quico Rivas
Pepe Escobar  |  Bolonia.- Temprano por la mañana del 2 de noviembre de 1975, en Idroscato, una barriada terminalmente espantosa en Ostia, en las afueras de Roma, hallaron el cuerpo de Pier Paolo Pasolini, de 53 años, un fenómeno intelectual y uno de los más grandes cineastas de los años sesenta y setenta, atrozmente golpeado y atropellado por su propio Alfa Romeo. Fue difícil concebir una mezcla moderna más sorprendente, desgarradora, de tragedia griega con iconografía del Renacimiento; en un desolado escenario como sacado directamente de un filme de Pasolini; el propio autor fue inmolado como su personaje principal en Mamma Roma (1962) yaciendo en prisión como el Cristo Muerto, también conocido como Lamentación de Cristo, de Andrea Mantegna.

Podría haber sido una cita gay terminada terriblemente mal; un “mala vida” de 17 años fue acusado de asesinato, pero el joven también estaba vinculado a los neofascistas italianos. La verdadera historia nunca salió a flote. Lo que apareció es que “la nueva Italia” –o las secuelas de una nueva revolución capitalista– mató a Pasolini.

Albert Camus en su centenario | Un retrato interesado

Albert Camus ✆ Garufa
Pepe Gutiérrez-Álvarez  |  Sorprende el hecho de que el centenario de Albert Camus haya pasado tan desapercibido, incluso en Francia. Fue a principios de noviembre del año pasado cuando los diarios convencionales decidieron dar testimonio con cierta tibieza de dicha conmemoración. A la cita no faltaron las firmas establecidas —Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina y tutti quanti—, que, como ya es habitual, volvieron a confeccionar un Camus a su propia medida. Leyéndolos, uno podría creer que Albert Camus fue un escritor homologable, alguien que habría comido en la mano de Juan Carlos I, que nunca habría molestado la buena mesa de la democracia existente con artículos insidiosos sobre las pateras.

Camus fue un gran escritor (la lectura de algunas de sus obras resultan experiencias apasionantes, inolvidables), también un excepcional intelectual, alguien comprometido con los asuntos de su tiempo, y que trata de hacerlo desde un rigor moral profundo y valioso, algo que se le puede reconocer incluso desde la discrepancia. Pero estos compromisos no