“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

30/5/17

La palabra y el síntoma: Una reflexión sobre el uso del término “populismo”

Jorge Luis Acanda González

Las palabras nombran. Las utilizamos para designar algo que está ahí, un objeto o cosa que nos enfrenta. Y al nombrarlo, establecemos lo que consideramos son sus características esenciales. Esenciales para fijar nuestra conducta con respecto a esa cosa que está ahí, que nos enfrenta. La palabra que utilizamos para nombrar al fenómeno en cuestión dice sobre la cosa a la cual se la aplicamos, pero también dice sobre nosotros. Sobre nuestra capacidad para entender al mundo y para captar la esencia de los fenómenos.

En esa medida, podemos decir que el nombre crea a la cosa. Y también podemos afirmar que el nombre expresa las características del nombrador. Ilustro estas dos afirmaciones con un ejemplo. Si en una noche oscura avanzamos por un camino rural y vemos unas luces que se mueven, el término que utilicemos para designar esa visión marcará nuestra interpretación y nuestra conducta posterior. Si nombramos a esas luces como “espectros” o “fantasmas”, sólo nos quedará el terror y la huida. Si lo nombramos como “fuegos fatuos” continuaremos nuestro camino con tranquilidad, asumiendo que esas luces sólo denotan la existencia de partículas de fosfato que se desprenden de restos orgánicos en descomposición. Quien nombra a esas luces como “fantasmas” denota que su capacidad de nombrar no traspasa la mera experiencia sensorial. Quien las denomina como “fuegos fatuos” demuestra su capacidad para ir más allá de lo meramente fenoménico para captar las determinaciones esenciales del objeto.