Un ejemplo claro de esto fue la votación no muy pareja en la
Organización de Estados Americanos (OEA) en relación con Venezuela el 7 de
marzo. Veintinueve de 32 países no solamente rechazaron el intento de
Washington de hacer que la OEA interviniera en Venezuela, sino que también, por
si fuera poco, aprobaron una resolución en la que expresaron su solidaridad con
el gobierno del presidente Nicolás Maduro. Es difícil imaginar una derrota
diplomática más rotunda que esta en una institución en la que el gobierno
estadunidense aún tiene un alto y desproporcionado grado de influencia.
El gobierno de Obama, de manera surrealista, parece no tener
idea de que este es un continente muy diferente al que era hace 15 años. Los
gobiernos que representan la mayoría de Latinoamérica son actualmente de
izquierda, incluidos Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Venezuela en
Sudamérica, y El Salvador y Nicaragua en Centroamérica. Estos gobiernos
rechazan enfáticamente la representación hecha por Washington de los recientes
sucesos en Venezuela como la de un gobierno que está intentando reprimir a
manifestantes pacíficos. Si consideramos las declaraciones de estos gobiernos e
instituciones, como el bloque comercial sudamericano Mercosur y la Unión de
Naciones Suramericanas, éstos comparten el punto de vista de Maduro sobre las
manifestaciones. Las ven como un intento por derrocar a un gobierno
democráticamente elegido. Incluso la presidenta Michelle Bachelet de Chile,
quien es renuente a criticar a Washington, al igual que muchos de los otros,
utilizó la palabra desestabilización al describir las
manifestaciones. Además, ven que Washington una vez más está utilizando su
poder para apoyar ese esfuerzo.
Es una película que ya han visto anteriormente. En el año
2002, el gobierno de Bush proporcionó entrenamiento, desarrollo
institucional y otros tipos de apoyo a individuos y organizaciones a quienes se
les considera haber estado involucrados activamente en el golpe militar que
derrocó brevemente al entonces presidente Hugo Chávez, según el Departamento de
Estado. Tras el fracaso del golpe, Washington aumentó el nivel de
financiamiento a grupos de oposición, lo cual ha continuado hasta el día de
hoy.
Estos líderes respetan a Maduro y tienen razones de sobra
para creer en él cuando dice que está tratando de prevenir la violencia. El
gobierno ha arrestado a por lo menos 21 agentes de seguridad hasta el momento.
A pesar de los crímenes cometidos individualmente por agentes de seguridad, no
hay evidencia de que el gobierno de Maduro haya tenido la intención de recurrir
a la violencia para reprimir la disidencia. Desde que se iniciaron las manifestaciones,
la mayoría de muertes a raíz de éstas han sido a manos de manifestantes, no de
las fuerzas de seguridad.
Ecuador y Bolivia también enfrentaron manifestaciones
violentas cuando fuerzas derechistas similares a las que lideran la oposición
en Venezuela intentaron derrocar a sus gobiernos en 2008 y 2010,
respectivamente. Sudamérica, liderada por Brasil, se movilizó a favor de su
causa en esas ocasiones. Hicieron lo mismo por Venezuela en abril, cuando
varias personas fueron asesinadas (en esa ocasión, casi todas chavistas) en
manifestaciones en contra de la victoria electoral de Maduro. En ese entonces,
también vieron que Washington estaba en el lado equivocado, echándole leña al
fuego al rehusarse a reconocer los resultados de unas elecciones democráticas
cuyos resultados fueron completamente seguros. La presidenta brasileña Dilma
Rousseff y su antecesor, el aún muy amado Lula da Silva, denunciaron la interferenciaestadunidense.
La manipulación de la OEA por parte del gobierno de Obama tras el golpe militar de 2009 en Honduras –para ayudar a legitimar la dictadura– provocó que el resto de la región formara una nueva organización continental, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), sin la participación de Estados Unidos y Canadá. Como era de esperar, fueron solamente Estados Unidos y Canadá, a quienes se unió el gobierno derechista de Panamá, los que se opusieron a la resolución del 7 de marzo.
El resto del continente se opondrá a cualquier intento de Estados Unidos por poner a un número relativamente bajo de manifestantes liderados por políticos derechistas al mismo nivel de un gobierno democráticamente elegido, de manera similar a lo que Washington hizo cuando organizó la mediación entre la dictadura hondureña y el gobierno democráticamente elegido al que derrocó en 2009. La región ve a Washington como alguien que intenta restarle legitimidad al gobierno de Venezuela, fomentando así la violencia y la desestabilización.
Si el gobierno de Obama desea mejorar sus relaciones con la
región, podría comenzar por unirse al resto del continente en aceptar los
resultados de las elecciones democráticas.
English |
Artículo aparecido
originalmente en The Boston Globe (22/3/14).
Se publica con autorización de los autores. Oliver Stone es director, guionista
y productor de cine. Ha ganado numerosos premios Oscar por su trabajo en
películas tan icónicas como Pelotón,
Wall Street, JFK, Nacido el 4 de julio, Asesinos por naturaleza y Nixon.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Políticas (Center for Economic and Policy Research) y coescritor del documental de Oliver Stone Al sur de la frontera.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Políticas (Center for Economic and Policy Research) y coescritor del documental de Oliver Stone Al sur de la frontera.
http://www.bostonglobe.com/ |
http://www.jornada.unam.mx/ |