“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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20/10/17

El último retrato de Oscar Wilde

Higinio Polo

De todas las fotografías que se conservan de Oscar Wilde, hay algunas que me parecen relevantes, o conmovedoras, conociendo el destino que le estaba reservado.

Una de esas imágenes está tomada en 1897, en el Palacio Real de Nápoles, y en ella vemos al poeta, gordo, tocado con bombín, perdida la distinción y la elegancia que persiguió durante toda su vida. En otra fotografía, disparada en el mismo Nápoles decadente, está sentado ante una mesa, con una botella de vino, y con su amante, lord Alfred Douglas, de pie, tras él, con la mano descansando en el hombro de Wilde. Todavía hay otra, impresionada en abril de 1900, que lo paraliza ante la estatua de Marco Aurelio, en el Campidoglio romano. Posa con bastón, un brazo en la cadera, simulando indolencia, tocado con sombrero, apenas seis meses antes de morir. Reparo ahora en que todas esas fotografías que creo conmovedoras están tomadas en Italia, y es probable que, para mí, su desdichada textura emane del recuerdo prestado que tenemos de los desolados días que la vida le había forzado a derramar, y cuyo ruido no podemos separar de los años de triunfo. Ese es, para mí, el último retrato de Oscar Wilde, el dandi caído que había tenido la insolencia de postular el socialismo.

6/7/17

Octubre rojo: Un siglo después del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia

Higinio Polo

Un siglo después de su triunfo, la revolución bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.

5/6/17

El fotógrafo que inmortalizó al mariscal Gueorgui Zhúkov y a la Patria soviética

El mariscal Gueorgui Zhukov pasando revista a las tropas
en la Plaza Roja, Moscú, 1945 ✆ Foto: Yevgeni Jaldéi
Higinio Polo

A las diez en punto de la mañana del veinticuatro de junio de 1945, dos jinetes aparecieron en la puerta de la Torre Spásskaya del Kremlin y entraron en la Plaza Roja de Moscú. Después, uno de ellos llegó a la esquina de la calle Kuibysheva: era el mariscal Gueorgui Zhúkov, que empezó a cabalgar al trote con su caballo blanco por los adoquines de la plaza, a lo largo de la fachada de los Almacenes GUM, que ostentaban las insignias de las repúblicas soviéticas, para pasar revista a las tropas, mientras sonaba la marcha de Glinka, Gloria a la patria, interpretada por mil quinientos músicos militares. Llovía, y el agua resbalaba por las viseras de las gorras de la tropa en aquel día gris y jubiloso. Entonces, el mariscal Konstantín Rokossovski, también a caballo, le dio la novedad a Zhúkov ante los almacenes populares engalanados con enseñas, mientras los soldados del Ejército Rojo observaban el paso marcial del jinete, orgullosos de la victoria sobre el nazismo, sabiendo que estaban protagonizando uno de los momentos más deslumbrantes de la historia. En aquel instante, un joven fotógrafo armado con su cámara Leica se hallaba al otro lado de la plaza, a la derecha del mausoleo de Lenin donde estaban los dirigentes soviéticos: era Yevgueni Jaldéi, que fotografió a Zhúkov cuando pasaba ante la catedral de San Basilio, y, unos segundos después, apretó de nuevo el obturador para captar la escena en que el mariscal, cuando ninguno de los cascos de su caballo tocaba los adoquines, sujetando las riendas y con los ojos puestos en la bandera roja que tapaba la fachada barroca del Museo de Historia, escuchaba el silencio expectante de la victoria, mientras el corcel árabe arañaba con las patas delanteras el aire de la Plaza Roja, ante la mirada de los soldados que habían aplastado a los nazis y liberado Berlín.