“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

2/1/14

Cuando el ‘Ulises’ de James Joyce fue eximido de la acusación de obscenidad

  • La extraordinaria sentencia de una Corte de Distrito de los Estados Unidos, pronunciada el 6 de diciembre de 1933 por el honorable John M. Woolsey, mediante la cual se  levantaba la absurda prohibición que pesaba sobre la circulación del libro 'Ulises' del escritor irlandés.
James Joyce ✆ Gisele Freund
Demandante: Corte de Distrito de los Estados Unidos Distrito del Sud de Nueva York Estados Unidos de América
Reclamante: Un libro llamado «Ulises» de Random House, Inc.
Fallo: A. 110-59

Las cuestiones contradictorias originadas por un decreto de confiscación acompañado por una requisitoria —descrita más abajo— presentada por los Estados Unidos contra el libro Ulises, de James Joyce, comprendidas en las disposiciones de la Sección 305 de la Ley de Impuestos de 1930, título 19 del Código de los Estados Unidos, por ser dicho libro obsceno dentro del significado de esa Sección y, por lo tanto, no permitiéndosele su entrada en los Estados Unidos, sujeto a embargo, decomiso, confiscación y destrucción. Fiscal de los Estados Unidos —señor Samuel C. Coleman y el señor Nicolás Atlas, consejero —en representación del Ministerio Público de los Estados Unidos, sosteniendo la legalidad de un decreto de confiscación y oponiéndose a un pedido de revocatoria del
decreto que prohíbe la circulación.

Los señores Greembaum, Wolff y Ernst —por el señor Morris L. Ernst y el señor Alejandro Lindey como consejero—, apoderados del reclamante Random House, Inc., pidiendo una declaratoria de ilegalidad del decreto que ordena la confiscación del libro Ulises. Woolsey, J.

El pedido de la declaratoria de ilegalidad es acordado y, en consecuencia, la medida del Gobierno decretando el decomiso y la confiscación es denegada.

Por consiguiente, un fallo invalidando ese decreto sin costas puede ser pronunciado en este caso.

I — La práctica seguida en este asunto está de acuerdo con la tesis sostenida por mí en el caso de: Estados Unidos v. Un libro intitulado «Anti-Concepción», 51 F. (2°) 525 y es como sigue:

Después que la cuestión quedara debidamente planteada y abierta la causa, se llegó a un acuerdo entre el Fiscal de los Estados Unidos y los apoderados del reclamante, proveyendo:
1) Que el libro Ulises, en su integridad literaria y tal como ha sido escrito, informa la materia de este juicio y ha sido incorporado al proceso.
2) Que los litigantes desistieron de su derecho a un juicio por jurado.
3) Que cada litigante se reserva el derecho de formular las peticiones a su favor que creyera justas.
4) Que sobre las cuestiones contradictorias la Corte decidirá toda cuestión de hecho y derecho y pronunciará un latido general sobre el mismo.
5) Que sobre la decisión de tales impedimentos, el decreto de la Corte podrá ser incoado como una sentencia pronunciada en juicio. Me parece que un procedimiento de esta clase es altamente apropiado a resoluciones sobre confiscación de libros como el que nos ocupa. Es un procedimiento especialmente ventajoso en el presente caso, pues en virtud de la extensión del libro Ulises y la dificultad que ofrece su lectura, un juicio por jurado hubiera sido un método en extremo desacertado, por no decir imposible de llevar a cabo.
Grabado para Ulises, 1935 ✆ Henri Matisse
II — He leído Ulises una vez en su totalidad y varias veces los pasajes de los cuales el Gobierno se queja en forma particular. De hecho, durante muchas semanas he dedicado mi tiempo libre a la consideración del fallo que mi deber me exigía en este asunto. Ulises no es un libro fácil de leer o comprender. Pero se ha escrito mucho sobre él y para acercarse con propiedad a su consideración es conveniente leer cierto número de libros que ahora se han convertido en sus satélites. El estudio de Ulises es, en consecuencia, una pesada tarea.

III — La reputación de Ulises en el mundo literario justificaba, empero, mi decisión de emplear todo el tiempo que fuera necesario para compenetrarme a mi entera satisfacción de la intención con que el libro fue escrito, pues, desde luego, en todos los casos en que un libro es tachado de obsceno, primero se debe determinar si la intención del autor al escribirlo fue lo que comúnmente se llama pornografía; es decir, escribir con el propósito de explotar la obscenidad. Si se llega a la conclusión de que el libro es pornográfico, habrá terminado la consulta y el decomiso deberá hacerse. Pero en Ulises, a pesar de su franqueza inusitada, no encuentro en ningún lugar el propósito equívoco del sensualista. Sostengo, por consiguiente, que no es pornográfico.

IV — Al escribir Ulises, Joyce trató de hacer un experimento serio en un género literario nuevo, si no enteramente inédito. Toma a personas de la más modesta clase media, que viven en Dublín en 1904 y trata no solamente de describir lo que hicieron cierto día, a comienzos del mes de junio, mientras iban y venían por la ciudad empeñadas en sus ocupaciones habituales, sino que también trata de contar lo que muchas de ellas pensaron entretanto. Joyce ha intentado —con éxito asombroso, según creo— mostrar cómo la pantalla de la conciencia, con sus impresiones calidoscópicas siempre fugaces, lleva, cual si fuese un palimpsesto plástico, no solamente lo que queda de las cosas que suceden a su alrededor en el foco de observación de una persona, sino también los residuos de impresiones pasadas que quedan en una zona de penumbra y que surgen por asociación de ideas desde las profundidades del subconsciente. Luego muestra cómo cada una de esas impresiones influye en la vida y en la conducta del personaje que está describiendo. Lo que él trata de conseguir no difiere del resultado de una doble exposición sobre una película cinematográfica o, si ello es posible, de una exposición múltiple que diera un primer plano claro sobre un fondo visible pero algo borroso, y fuera de foco en grados constantemente variables.

Tener que explicar con palabras un efecto que evidentemente se presta más para una técnica gráfica, es causa principalísima, según creo, de la obscuridad con que tropieza el lector de Ulises. Y también justifica otro aspecto del libro que debo, además, considerar, o sea la sinceridad de Joyce y su honesto esfuerzo para mostrar con exactitud cómo operan las mentes de sus personajes.

Si Joyce no intentara ser honesto desarrollando la técnica que ha adoptado en Ulises, el resultado sería psicológicamente falso e infiel, por lo tanto, a la técnica elegida. Tal actitud sería artísticamente imperdonable. Y es porque Joyce se ha mantenido leal a su técnica y no ha intentado evadirse de sus necesarias implicaciones, sino que ha tratado honestamente de contar con plenitud lo que sus personajes piensan, que ha sido objeto de tantos ataques y que la finalidad por él perseguida ha sido tan a menudo mal entendida y mal interpretada. Pues su propósito de realizar sincera y lealmente el móvil propuesto le exigió usar incidentalmente ciertas palabras que en general son consideradas sucias y lo ha llevado a veces a lo que muchos consideran una preocupación demasiado acentuadamente sexual en los pensamientos de sus personajes. Las palabras tildadas de sucias son viejos términos sajones, conocidos por casi todos los hombres y, me arriesgo a decir, por muchas mujeres, y son las palabras que emplearía natural y habitualmente, creo yo, la clase de gente cuya vida física y mental Joyce está tratando de describir. Respecto a la reaparición insistente del tema del sexo en la mente de los personajes, no se debe olvidar que éstos actúan en un ambiente céltico y en plena temporada primaveral.

Que a uno le agrade o no una técnica como la que usa Joyce, es cuestión de gusto y sobre la cual toda discusión es inútil. Pero pretender someter esa técnica a los puntos de vista de otras técnicas me parece punto menos que absurdo. 

Por consiguiente, sostengo que Ulises un libro sincero y honesto, y pienso que las críticas quedan enteramente compensadas por su razonada exposición.

V — Además, Ulises un asombroso tour de force si se considera el éxito que ha obtenido, en principio, con un objeto tan difícil como el que Joyce se había propuesto. Como ya he dicho, Ulises no es un libro de fácil lectura. Es brillante y aburrido, inteligible y oscuro alternativamente. En muchos pasajes me resulta desagradable; pero, aunque contiene —como ya he mencionado— muchas palabras consideradas vulgarmente sucias, no he hallado nada que denote complacencia en tal suciedad. Cada palabra del libro contribuye como un trozo de mosaico al detalle del cuadro que Joyce está tratando de ofrecer a sus lectores.

Si uno no desea asociarse con gente como la que Joyce pinta, es asunto que queda librado al criterio personal. Para evitar contactos indirectos como esos personajes, uno puede no desear la lectura de Ulises; eso es bastante comprensible. Pero si un verdadero artista de la palabra, como Joyce lo es indudablemente, intenta trazar una imagen real de la clase media más baja de una ciudad europea, ¿debe ser legalmente imposible para el público norteamericano ver esa imagen?

Para contestar a esta pregunta no es suficiente llegar a la conclusión, como lo he hecho más arriba, de que Joyce no escribió Ulises con lo que vulgarmente se llama «intención pornográfica». Debo esforzarme por aplicar un criterio más objetivo a su libro a fin de determinar su efecto, prescindiendo de la intención con que fue escrito.

VI — La ley en la cual el decreto está comprendido, solamente pena, en lo que nos concierne, la introducción en los Estados Unidos de cualquier libro obsceno proveniente de cualquier país extranjero. (Sección 305 de la Ley de Impuestos de 1930. Título 19, Código de los Estados Unidos, pág. 1305.) No esgrime contra los libros la amenaza de los adjetivos condenatorios que generalmente se hallan en leyes que tratan asuntos de esta índole. Se requiere de mí, por lo tanto, únicamente que determine si Ulises es obsceno dentro de la definición legal de dicha palabra.

El significado de la palabra «obsceno», como la definen legalmente las Cortes, es: Tendiente a excitar los impulsos sexuales o a inducir a pensamientos sexualmente impuros y sensuales. Dunlop v. Estados Unidos, 165 U. S. 486, 501; Estados Unidos v. Un libro intitulado Amor conyugal, 48 F. (2°) 821, 824; Estados Unidos v. Un libro intitulado Anti-Concepción, 51 F. (2°) 525, 528; y compárese Dysart v. Estados Unidos, 272 U. S. 622, 657; Swearingen v. Estados Unidos, 161 U. S. 446, 450; Estados Unidos v. Dennett, 39 F. (29) 564, 568 (C. C.A. 2); El Pueblo v. Wendling, 258 N. Y. 451, 453. Si un determinado libro tendiera a excitar tales impulsos y pensamientos, tendría que ser probado por la Corte, en cuanto a su efecto, en una persona de instintos sexuales normales —lo que los franceses llaman l’homme moyen sensuel—, que desempeña en esta rama de investigaciones legales el mismo papel de reactivo hipotético que el «hombre razonable» en la Ley de Agravios y «el hombre entendido en arte» respecto a cuestiones de invención en la Ley de Patentes.

El riesgo involucrado en el uso de tales reactivos surge de la tendencia inherente del examinador de hechos, por imparcial que intente ser, de subordinar demasiado su reactivo a su propia idiosincrasia. Aquí he intentado evitar esto en lo posible y hacer mi reactivo más objetivo de lo que hubiese podido ser de otra manera, adoptando el siguiente proceder:

Después de haber tomado mi decisión acerca de ese aspecto de Ulises que ahora se considera, confronté mis impresiones con las de dos amigos míos, que en mi opinión reunían los requisitos arriba mencionados para mi reactivo.

Estos asesores literarios —como bien podría llamarlos— fueron visitados separadamente y ninguno sabía que yo había consultado al otro. Son ellos hombres cuya opinión sobre la literatura y la vida valoro muy altamente. Los dos habían leído Ulises y, desde luego, estaban completamente desvinculados de esta causa.

Sin hacer saber a ninguno de mis asesores cuál era mi decisión, di a cada uno la definición legal de «obsceno» y le pregunté si en su opinión Ulises era «obsceno» dentro de esa definición.

Me interesó comprobar que ambos estaban de acuerdo con mi opinión: Que Ulises, leído en su integridad, como un libro debe ser leído en una prueba como ésta, no tendía a excitar impulsos sexuales o pensamientos sensuales, sino que su efecto sobre ellos era solamente el de un comentario algo trágico y muy poderoso sobre la vida íntima de hombres y mujeres.

La ley concierne únicamente a personas normales. Un ensayo tal como el que he descrito, es, por lo tanto, la única prueba apropiada de «obscenidad» en el caso de un libro como Ulises, que es un intento sincero y serio de crear un nuevo método literario para la observación y descripción de la humanidad.

Me doy perfecta cuenta de que, debido a alguna de sus escenas, Ulises es un trago más bien fuerte para ser gustado por algunas personas sensibles, aunque normales; pero mi opinión, madurada tras larga reflexión, es que mientras en muchos pasajes el efecto queUlises produce sobre el lector es indudablemente algo emético, en ninguna parte tiende a ser un afrodisíaco.

Por lo tanto, Ulises puede ser admitido en los Estados Unidos.

Jorris M. Woosley
Juez de Distrito de los EE.UU. | 6 de diciembre de 1933


Advertencia

El Juez John M. Woolsey ha eximido a Ulises de la acusación de obscenidad, emitiendo una opinión que promete convertirse en un acontecimiento de importancia en la historia de la lucha por la libre expresión. La obra maestra de James Joyce, por cuya circulación la gente ha sido tildada de criminal, puede ahora entrar libremente en este país.

Sería difícil sobreestimar la importancia de la decisión del juez Woolsey. Durante décadas los censores han luchado por mutilar la literatura. Han tratado de exaltar las sensibilidades de los melindrosos como un criterio para la sociedad, han procurado reducir el material de lectura de los adultos al nivel; de los adolescentes y personas subnormales, y han fomentado evasiones y santurronerías.

El caso de Ulises marca un punto decisivo. Es un golpe para los censores. La necesidad de hipocresía y circunloquios en literatura ha sido eliminada. Los escritores no necesitan más buscar refugio en eufemismos. Pueden ahora describir las funciones humanas sin temor a la ley.

El caso de Ulises tiene una triple significación. La definición y el concepto de obscenidad nos han molestado durante mucho tiempo. El juez Woolsey nos ha dado una fórmula que es lúcida, racional y práctica. Al proceder así, no solamente ha definido un concepto laberíntico de la ley, sino que ha sentado una opinión que lo eleva al nivel del antiguo juez de la Corte Suprema Oliver Wendell Holmes como maestro de la prosa jurídica. Su servicio a la causa de las letras libres no ha sido de menor importancia. Pero tal vez su mayor servicio ha sido para la sociedad. El precedente que ha establecido, hará mucho para liberar el pábulo mental del público, de los censores que se han esforzado por convertirlo en un hecho definido.

La primera semana de diciembre de 1933 pasará a la historia por dos revocaciones: la de prohibición y la de compulsión legal por remilgos en la literatura. No es inconcebible que estas dos hayan estado íntimamente ligadas en un reciente pasado, y que las represiones sexuales encontraran desahogo en la intemperancia. Sea como fuere, podemos ahora conocer libremente el contenido de las botellas y de los libros.

Puede ser que, en el futuro, la derogación del tabú sexual en las letras resulte de la mayor importancia. Tal vez la intolerancia que cerró nuestras destilerías fue la intolerancia que decretó que las funciones humanas básicas debían ser tratadas en los libros en forma furtiva. Felizmente, ambas cosas fueron ahora repudiadas.

El caso Ulises es la culminación de una prolongada y porfiada lucha contra los censores, que data de la victoria sobre la New York Vice Society en el caso Mademoiselle de Maupin, en 1922, y en los casos de The Well of Loneliness, el caso Dennet, los casos de los libros del Dr. Stopes, el caso Casanova’s Homecoming, el caso Frankie and Johnnie y el caso deGod’s Little Acre, de Erskine Caldwell, que han servido para liberalizar la ley de la obscenidad. La victoria de Ulises contribuye a la saludable marcha de nuestros tribunales.

Desde el caso de Ulises debe de aquí en adelante ser imposible a los censores sustentar legalmente un ataque contra ningún libro de integridad artística, por franco y crudo que resulte. Hemos recorrido un largo trecho desde los días de Bowdler y Mrs. Grundy y Comstock. Podemos regocijarnos del resultado.
Jorris L. Ernst  |  Nueva York, diciembre 11, 1933

Tomado del libro de Carl Gustav Jung ‘Quién es Ulises’ (1930)
Edición: Santiago Rueda (1944), Luis A. Hernández R. (2013)
Traducción: Santiago Rueda
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