“Un entendido me dijo / que los escritores tienen un plazo de quince años –se lee en un poema de la norteamericana Linda Pastan–: / luego llega la repetición, / incluso la locura”. Ella se aplicará la cuenta: “Solo quedan cinco años”; pero antes deja una descripción de lo que ocurre dentro del periodo de gracia y fuera, luego, de él: “Como Midas, supongo que / todo lo que tocamos se convierte / en un poema / cuando el hechizo existe. / Pero piensa en el poeta después de ese plazo / tocando los árboles que / siempre ha tocado, / y esta vez no ocurre nada. / Imagínatelo yendo de un tronco / a otro, magullándose / las manos con la áspera corteza”.
Arthur Rimbaud ✆ Pablo Picasso |
Bartleby y compañía, el libro de Vila-Matas, analiza con notable lucidez –y voluntad de reflexión, no de conclusión– los motivos de los artistas que interrumpen de pronto su obra; tantos, de Duchamp a Rulfo y Salinger –yo añadiría la continua labor de zapa que realizó Lorenzo García Vega en torno a la figura del escritor-no escritor. Es decir –y Vila-Matas sugiere también esa lectura– que el arte moderno se constituye en la conciencia de su imposibilidad, y que la renuncia y el silencio son algunas de las formas que asume su conflicto interior. Rimbaud es fundador de esta conciencia y su leyenda le ha conferido una singularidad que quizá en este punto no sea tal.
El mito biográfico de Rimbaud suma básicamente tres
elementos: la extraordinaria precocidad y rapidez fulminante (escribe su obra,
como se sabe, entre los 16 y los 19 años de edad), la turbulencia de su vida
social (sus provocaciones inasumibles aun para la bohemia, la historia amorosa
con Verlaine y su final a tiros, el vagabundeo, la miseria libremente adoptada)
y el abandono de Europa, su inmersión en el incipiente comercio colonial de
Abisinia –y además la temprana muerte, el tráfico de armas, la pierna serrada.
Siendo apasionante esta peripecia e inagotables sus preguntas, su radical
olvido de la poesía (al menos desde los 21 años, en 1875, cuando le dio a
Verlaine –en un último y fugaz encuentro– el manuscrito de las Iluminaciones, hasta su muerte en 1891)
no impidió que dejara una obra completa y poderosa, viva enteramente todavía.
Esto parece lo fundamental visto desde hoy y diluye lo tal vez dramático de su
deserción.
La precocidad no produjo una obra desarticulada y
adolescente, sino la de un autor culto, de amplias lecturas, que conocía al
dedillo el panorama poético en que iba a insertarse e hizo con absoluto
conocimiento cada una de sus opciones de escritura. Dos libros plenos,
articulados, rotundos –Una temporada en
el infierno e Iluminaciones–,
que contrastan curiosamente con el legado de un Mallarmé, poeta de presunta
vida convencional (aunque esto sea tan relativo y dudoso), que recibió la
admiración de sus colegas, y que se vio siempre acuciado por la impotencia, por
una angustia permanente ante la dificultad de escribir; su obra ofrece hoy un
amplio porcentaje de textos inacabados y, verdaderamente, ningún libro.
¿Salvó la radicalidad a Rimbaud?, ¿construyeron a medias en él la velocidad y
el silencio?
Lo cierto es que esa obra suya, así acabada, es también
abierta; somos muchos quienes pensamos que, en buena medida, está todavía por
leer; lo piensan también algunos poetas franceses –Bonnefoy, Gleize...– que se
han movido entre los rimeros de bibliografía que la aplastan. Está ‘abierta’
por su singular forma de unirse a la vida, y no de un modo temático ni, aun
menos, biográfico. Por la nueva lengua que propone, de imágenes y realidades
sin figuras, cada vez más cerca –a nuestros ojos– de la literalidad. Por
la consistencia con que resisten sus textos ‘sin forma’, capaces de abrir la
difícil vía de la forma libre. Por eso no puedo decir que lamente, como lector,
su abandono de la poesía; lo veo como uno de los gestos más intensos y eficaces
de su obra.
Lecturas
– Arthur Rimbaud, Obra
poética completa. Traducción de Miguel Casado y Eduardo Moga.
Barcelona, DVD, 2007.
– Siete poetas
norteamericanas actuales. Edición de Rosa Lentini y Susan Schreibman.
Pamplona, Pamiela, 1991.
– Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía. Barcelona, Anagrama, 2000.
– Lorenzo García Vega, El oficio de perder. Sevilla, Espuela de Plata, 2005.
– Yves Bonnefoy, Notre
besoin de Rimbaud. París, Seuil, 2009.
– Jean-Marie Gleize, A
noir. Poésie et littéralité . París, Seuil , 1992.
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