“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

28/9/12

Quien escribe lo hace para sí mismo

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
He leído y releído un artículo llamado `La resistencia del ideal´, del escritor, o al menos creo que es un escritor, llamado Toni Montesinos. El tono del texto es académico, es decir, rígido e indigno de la versatilidad que hemos heredado de la lengua castellana, siempre serpenteante, tamboril y sonora.

Montesinos inicia la narración de su dolor citando al pintor Van Gogh, quien dice: "Así es como encaro las cosas: continuar, continuar". Esta cita nos obliga a hacernos las siguientes preguntas: ¿cómo afrontar el mundo siendo escritores?, ¿lee el mundo?, ¿escribimos para el mundo? Montesinos, a grandes trazos, urde esta tesis: que nada nos importen los demás y escribamos por el amor al arte.


Poetas y críticos como Pound han sugerido lo contrario. Maldita sea, un hombre necesita sentirse hombre y necesita sentirse apreciado, o al menos admirado por unos cuantos. Montesinos no dice nada nuevo, pues sostiene que el mundo periodístico domina en la actualidad al mundo literario. No hay espacios para publicar y no hay públicos dignos que lean la gran literatura. Karl Kraus, al que Montesinos cita, se preocupaba por el buen uso del alemán, pero también fomentaba la ironía, quintaesencia de la alta literatura.

¿Quién impone los parámetros estéticos de los libros nuevos? El autor del texto supracitado afirma: "veo lagunas, vacíos, falta de exigencia, demasiado marketing y demasiadas pautas que no establecen los propios autores". ¿Es bueno escribir bajo pedido? No sabemos si es bueno, pero tampoco sabemos si es malo, y una prueba de ello yace en los libros de Sor Juana, que todo lo pensó bajo la presión de la obligación. Y Shakespeare, que escribía únicamente para sus actores, también es una prueba de lo antelado.

Dice Montesinos que los jóvenes sufren cuando enfrentan el poder de la industria, pues se ven limitados. Ya nadie puede innovar. Se supone que el buen escritor transforma la gramática y el léxico, citando a José Ortega y Gasset. Todos escribimos bajo la sombra de los clásicos, pero lo hacemos más bajo la sombra de la economía (dice Montesinos: parece que "rescatar obras pretéritas fuera sinónimo directo de virtuosismo literario"). ¿Pueden los jóvenes escribir novedades antes de dominar el mundo clásico? Goethe diría que no.

El mercado editorial ensalza a los autores extranjeros, autores que ni siquiera conocen bien el idioma. ¿Por qué sucede todo esto? Sucede porque deseamos con furor ser cosmopolitas. "Poderoso caballero es Don Dinero", dice Quevedo. ¿En dónde ha quedado la literatura urbana, callejera, real, es decir, la poesía y la crítica? Ha quedado relegada a las partes bajas y polvorientas de las librerías.

Montesinos pretende emular a los cosmopolitas (hablo en el sentido estoico del asunto) y nos cuenta sus andanzas por Nueva York, lugar en el que tal vez todavía resuenen los versos de Hughes, Martí, King o Ellison. ¿Es Norteamérica el destino de las letras? ¿Sirve de algo saber literatura griega, latina, sajona o germánica en Norteamérica? Tal vez Karl Rossmann, personaje de Kafka, pueda responder. Las virtudes clásicas, es decir, los libros morales, son despreciados, y son despreciados porque no entretienen. Borges sostenía que `Las mil y una noches´ no conforman un libro inferior a los libros científicos.

¿Qué busca la gente en los libros? Actualidad, cifras, tecnicismos. Inventar nuevas palabras no es inventar nuevas ciencias, pero así lo cree la balbuciente modernidad, bebé que necesita el biberón del realismo, parafraseando a Kraus. La gente ya no lee por placer en un mundo en el que sólo "eres alguien si produces", citando a Montesinos, que muestra buenas intenciones, pero una pésima técnica para comunicarlas. Me gustó que Montesinos dijera que para leer a Kafka, a Proust o a Joyce es necesaria la paciencia y la reflexión (recuerdo que Kierkegaard decía que la paciencia es una virtud preciosa, pues es la perseverancia disfrazada de tiempo).

Autores como Rawls, Sartre o Sen han dicho que el mundo está lleno de injusticias y de gente con poca imaginación (Lenin escribió que el capitalismo es posible porque hay imbéciles). ¿Qué busca, repito, la gente en los libros? Busca nombres, no autores. ¿Qué es un autor, o mejor dicho, un artista? Respondamos haciendo hablar a Pessoa, citado por Montesinos: "Enciérrate, pero sin dar un portazo, en tu torre de marfil". Los verdaderos autores representan verdaderos "casos de aislamiento". ¿Puede un hombre vivir solitario y conviviendo sólo y solo con su pluma? Un verso de Chocano dictamina algo así: "Solo en mi torre cristalina,/ trabajo el verso de la mina/ que hay en mi propio corazón".

Sé que hubo hombres capaces de aislarse para escribir (me agrada imaginar a José Hernández escribiendo su `Martín Fierro´ y me agrada imaginar a Cervantes soñando al Quijote para paliar su vejez). Nuestro referido Montesinos habla de Montaigne, que se encerró después de la muerte de su amigo De la Boétie. Pero Montaigne vivía en un mundo de riquezas, en un mundo que no era fustigado por las "prisas por publicar". Cuando tenemos tiempo podemos verbalizar, sazonar el tiempo (Quevedo cocinaba y leía al mismo tiempo), pero cuando no tenemos tiempo tenemos que comunicarnos con iconos, con síntesis, con la prensa.

¿Quién se atreve hoy a fracasar? ¿Quién desea arriesgar su vida en las olas de las letras, olas en un océano lleno de libros que hablan sobre la espuma del triunfo? Nadie. Decía Cocteau que sólo triunfa el que fracasa, es decir, el que se aleja del gusto del gran público (Oscar Wilde era de la misma opinión). Creo que los sabios nos han dejado solos, creo que los dioses de las letras nos han abandonado, y este abandono ha hecho que el ignorante público sea censor y juez y verdugo de las bellas letras. Las masas ya no quieren leer absolutos, pero sí relativismos, vicios, opiniones propias dichas sin propiedad.

Montesinos se cuestiona así: "¿qué puedo aportar de nuevo acerca de Giacomo Leopardi, Emily Dickinson, Rubén Darío, Pablo Neruda, o incluso autores más próximos, como José Hierro?". Y responde "ansí", con decrepitud: "mi sensibilidad". Para justificarse, Montesinos cita a Rilke, a Thoreau y a Kraus. Montesinos dice que leyendo la miseria de los grandes logra curar su miseria, dice que leyendo a Bukowski le dan ganas de beber, dice, o pide, que seamos "como el robledal, cuya grandeza/ necesita del agua y no la implora", siguiendo un poema de Almafuerte. No creo que sean factibles sus propuestas.