“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

28/9/12

La crisis del neoliberalismo y la globalización

Aldo Ferrer

Las épocas de transformación del orden mundial son siempre acompañadas por un cambio radical en las ideas económicas predominantes. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando emergía la Revolución Industrial, el paradigma mercantilista fue sustituido por el liberalismo de la teoría económica clásica. En el derrumbe del orden mundial, en la década de 1930, la ortodoxia liberal fue desplazada por el enfoque keynesiano. En la actualidad, la crisis ha desacreditado el paradigma neoliberal. Sin embargo, el mismo sobrevive (BAE, 14/6/12), arraigado en la influencia que la financiarización y los intereses transnacionales ejercen en la opinión pública y las políticas de los antiguos países centrales del sistema global. Es oportuno, por lo tanto, recordar las inconsistencias del relato neoliberal.

El neoliberalismo supone que se ha producido una transferencia irreversible del poder dentro del sistema internacional. Actualmente, serían los mercados financieros, las corporaciones transnacionales y los gobiernos de un reducido grupo de grandes países industriales, en primer lugar los Estados Unidos, los depositarios del poder de decidir la asignación de recursos y la distribución del ingreso en la economía mundial.

En consecuencia, la globalización sería un conjunto de redes de comercio, inversiones y finanzas, administrado por los titulares del poder, dentro del cual los países periféricos del sistema mundial han perdido capacidad de decidir su propio destino. Es decir, no tendrían posibilidad alguna de administrar la globalización, trazar su desarrollo y su forma de inserción en el sistema mundial.

El “realismo periférico” de los países marginales del sistema, como los de América latina, consistiría en aceptar esta situación irreversible y actuar en consecuencia. Se trataría, entonces, de transmitir señales amistosas a los mercados, abrir incondicionalmente las economías a los actores transnacionales, desregular los mercados y esperar que, desde afuera, se organice la producción, la acumulación de capital y la inserción en la división internacional del trabajo.

La Argentina fue el país que llevó este enfoque a la conducción de su política económica y de sus relaciones internacionales hasta sus últimas consecuencias. Se puso en práctica a partir del golpe de Estado de 1976 y culminó con las decisiones de la década de 1990, las cuales incluyeron la convertibilidad, el uno a uno, la extranjerización de la infraestructura y de las mayores empresas, el aumento incontenible de la deuda, y la participación en conflictos internacionales subordinada a la estrategia de una de las grandes potencias.

Semejante postura culminó con la crisis terminal del 2001/2002. Los resultados eran previsibles por dos motivos principales. Primero: porque el desarrollo es un proceso de acumulación de capital, tecnología, organización de recursos, educación y capacitación de los recursos humanos, sinergias entre los público y lo privado, que un país realiza, en primer lugar, dentro de su espacio nacional. La visión neoliberal desorganiza ese espacio, lo articula en torno de ejes transnacionales y, por lo tanto, es incompatible con el desarrollo. Segundo: porque la experiencia histórica y la contemporánea revelan que la globalización puede administrarse en beneficio propio ampliando, al mismo tiempo, las relaciones con la economía mundial. Las evidencias más recientes y notables las proporcionan las economías emergentes de Asia, que administran las tendencias del comercio mundial al crecimiento relativo de los bienes de creciente valor agregado y tecnología, promoviendo la industrialización, la integración de las cadenas de valor, el impulso a la educación, la ciencia y la tecnología y la especialización intraindustrial en la división internacional del trabajo. Administran también la presencia de filiales de las corporaciones transnacionales vinculándolas al tejido productivo interno y al acceso a los mercados internacionales, preservando el liderazgo de las empresas de capital nacional y del Estado. Regulan, asimismo, la globalización financiera manteniendo los equilibrios macroeconómicos, evitando las burbujas especulativas y apoyando la acumulación de capital en el ahorro interno y, complementariamente, en el extranjero.

Administrar la globalización es una condición necesaria para desplegar el potencial de desarrollo argentino y ocupar una posición simétrica, no subordinada, en las relaciones internacionales. Para tales fines es imprescindible la gobernabilidad de la economía. Es imposible construir nada sólido y permanente en el desorden que caracterizó, en otros tiempos, la realidad del país. Todos los países que despliegan exitosamente su potencial de desarrollo dentro del orden global, mantienen una fuerte solvencia fiscal, superávit en sus balances de pagos en cuenta corriente, elevadas reservas internacionales genuinas no fundadas en deuda, sistemas monetarios asentados en la moneda nacional, tipos de cambio que sustentan la rentabilidad de la producción de bienes transables sujetos a la competencia internacional.

En todos estos terrenos, la Argentina realizó avances importantes. La recuperación de la economía nacional se explica porque se logro recuperar la gobernabilidad de la economía y administrar la globalización. Actualmente, el país puede mantener sus cuentas al día y en orden, con recursos propios, porque administra la globalización. Esto requiere el aumento y la movilización del ahorro interno el cual supera el 25% del PBI. Para tales fines, deben erradicarse las consecuencias de la prolongada memoria inflacionaria y la ausencia de instrumentos de ahorro y de aplicación de recursos, de mediano y largo plazo, para la inversión privada y pública y el comercio exterior. Es necesario el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro y el talento argentino es nuestro propio país.
 
La Argentina puede administrar la globalización y confirmar que los países se construyen desde adentro hacia afuera y no a la inversa, como se intentó aquí, con las consecuencias conocidas.