“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

11/3/17

‘Rescate al amanecer’, a una década de su estreno — Fuga existencialista, por una nueva racionalidad

Luis Carlos Muñoz Sarmiento

Vietnam, 1965. Rescue Dawn o Rescate al amanecer, del alemán Werner Herzog (n. Werner Stipetic, Münich, 1942), podría pertenecer al género guerra como al drama existencial o al thriller psicológico. En efecto, la historia real del piloto germano Dieter Dengler quien luchando a nombre de EE.UU en Vietnam se accidentó en su avión Douglas A-1 Skyraider y cayó en manos de guerrilleros de Laos, fue llevado luego a un campo de prisioneros de guerra y por último en compañía de unos pocos huyó es un filme anti-bélico como otro de corte existencialista o psicológico. Tras superar grandes escollos, logró ser rescatado por un helicóptero y regresar con vida al hospital Danang (no propiamente para ser felicitado), por último “secuestrado” y llevado a su portaaviones. El filme se inicia a bordo del U.S.S. Ranger, Golfo de Tonkin, un episodio manipulado por EE.UU para justificar su invasión a Vietnam. En efecto, la Resolución del Golfo de Tonkin (oficialmente Southeast Asia Resolution, Public Law 88-408) fue emitida por el Congreso el 7 agosto 1964: autorizaba al Presidente Johnson para actuar de manera integral e irresponsable contra la República Democrática de Vietnam Norte, a la cual acusaba de agresiones en contra de naves gringas en el lugar que da nombre a la resolución. Esta es de importancia histórica porque autorizó al presidente, sin una declaración formal de guerra por el Congreso, para usar fuerza militar en el sudeste de Asia. Documentos recientemente desclasificados proporcionaron todavía más pruebas de que el Gobierno Johnson fingió el incidente para intensificar la Guerra. Un informe de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés) concluye: “Esa noche no ocurrió ningún ataque” al portaaviones USS Maddox.

El crédito inicial reza que en 1965 poca gente creía que el aún limitado conflicto de Vietnam se convertiría en una guerra a gran escala; uno de los primeros signos de lo que sucedería fue el bombardeo gringo a los blancos secretos dentro de Laos. Enseguida, el avión de Dieter Dengler sobrevuela un río soltando bombas y causando incendios y destrucción a su paso. Todo en silencio, como en un filme de Kitano Takeshi, con una sutil y triste música de fondo. En el plano siguiente el oficial Willoghby informa a sus hombres que se dirigen al Norte y que al día siguiente se asentarán en la Estación Yankee: “Iremos en misión de vuelo al norte de Vietnam, por líneas enemigas, lo que significa que debemos cruzar hasta Laos. Misión confidencial. Nada de tarjetas ni cartas a las novias ni llamadas a la familia. Nadie debe saberlo”. Video: “Para vencer a la Naturaleza el soldado más inteligente debe entender que ella no está en su contra, debe lograr que ella trabaje para él usando la amplia variedad de provisiones naturales a su disposición… Y cuando aparezca el helicóptero de rescate…” Todo el mundo le hablaba a Dengler de la rumba, de “las bailarinas sexy” (clara alusión a Apocalypse Now, de F. Coppola). El Tte. Dengler es asignado como piloto de vuelo de Spook. Los aviones pasan por Vietnam del Norte y se dirigen a Laos.

El avión, matrícula AK 37543, cae por los disparos de guerrilleros. Dengler abandona radio y dotación, huye por la selva, llega a una choza, toma alimento y sigue. Duerme un rato. Un helicóptero sobrevuela la zona, una mujer y su hijo pasan junto a él. Dieter trepa una roca y pide auxilio. Guerrilleros se acercan, buscándolo. “¿Adónde se fueron?”, grita Dieter al cielo. Saca un espejo. Hace mucho calor. Encuentra agua. Mientras bebe, figuras extrañas se reflejan en el agua. Cae prisionero. Con las manos atadas, es obligado a sentarse en el piso. Mujeres y niños laosianos lo observan como bicho raro. Un niño fuma en una pipa. Dieter necesita “ir a cagar”. Lo hará encima: todo esto sirve para entender que uno de los signos más elocuentes de la guerra es la tortura. Los guerrilleros, con Dieter, huyen de los helicópteros; aquéllos hacen fuego, pero la presencia militar se los hace apagar y piensan que aquél es culpable de ello. Una bala roza su cara. Queda sordo de momento. Todos huyen de nuevo. Dengler es trasladado en un camión a una casa elegante. El huésped vietnamita señala que los gringos usualmente atacan más temprano. Se sienta. Dieter se acerca y dice: “Deutsch, no english”. “¿Por qué no admite que es gringo?” “Soy ciudadano estadounidense y amo a mi país”, dice mientras saca el pasaporte de su bota. “¿Por qué está en esta guerra contra nosotros?” “No quería ir a la guerra. Nunca quise ir. Vi suficiente de niño. Sólo quería volar”. Aquí se revela la identificación de Herzog con Dengler: él creció en un pueblo de la Selva Negra, durante la II Guerra Mundial. La velada acusación de Herzog a la actitud guerrerista de EE.UU es la misma que el huésped vietnamita le muestra al piloto alemán: “Condeno la actitud imperialista del régimen corrupto y vil de EE.UU contra niños inocentes y trabajadores pacíficos”, lee al ser obligado a firmar. “No puedo firmar”, dice Dengler. “Si firma, seríamos sus amigos”, le dice el funcionario vietnamita: “Podríamos liberarlo en dos semanas”. El secuestrado responde: “No…” Aquél, soberbio, replica: “Usted elige”.

La tortura regresa. La misma que han utilizado los gringos en todas partes y la llaman abusos. En tiempos recientes la declaración de la Unión Europea contra las torturas en Abu Ghraib, la prisión preferida de Hussein en Irak, primero, y luego de los soldados gringos durante la invasión-pretexto para buscar unas armas de destrucción masiva que jamás hubo, no mencionó la palabra tortura. Se sustituyó por abusos. Bush, Blair, Berlusconi, el verdadero eje del mal en este reino del revés, hablaron olímpica y cínicamente de errores. Los periodistas de CNN y demás medios masivos occidentales “no pudieron utilizar la palabra prohibida”, señala Eduardo Galeano en La confesión del torturador. Años antes, para que los presos palestinos fueran humillados legalmente, la Corte de Israel autorizó las presiones físicas moderadas. Los cursos de torturas en la Escuela de las Américas se llaman técnicas de interrogatorio. En Uruguay, durante los años de la dictadura militar (1972-85), las torturas se llamaban, y aún se llaman, apremios ilegales. En épocas de Giordano Bruno la Iglesia católica las llamaba el “método correcto”. Aunque para Amnistía Internacional la venta de aparatos de tortura es un negocio redondo para empresas privadas gringas, alemanas, francesas, chinas, japonesas, para sus gobiernos y representantes aquellos productos de la perversión humana a escala industrial, son medios de autodefensa: o sea, paramilitares, como son los personajes y métodos que se emplean para combatir al terrorismo y al narcoterrorismo, términos que cacareaban al unísono Bush y la supina “perrita faldera” inglesa, Tony Blair, para luego desatar la paranoia que ha revivido estados fascistas/policivos/totalitarios, como se ve en Una naranja mecánica.

Ahora, un ciudadano alemán que pelea por EE.UU, la recibe. Es atado de pies y manos y arrastrado por un búfalo hasta la saciedad. Recibe tierra e insultos. Los lugareños ríen a su paso. Cae extenuado. Se le iza bocabajo y en su cara le ponen un fruto plagado de hormigas. Le dan vueltas. Al cabo de un rato, lo bajan y lo hunden en una pileta circular, con peces carnívoros al fondo. Trata de sacar la cabeza, pero cuatro manos… Un plano vertical minimiza a Dengler y, por contraste, exacerba lo brutal de la tortura. El plano siguiente, general cerrado, muestra a varios de aquellos peces voraces en el agua y a Dengler entre guerrilleros con la soga al cuello: “Los vivos caminan dormidos, igual que los muertos”, dice. Al día siguiente, llega al campo de concentración. Lo maltratan, le quitan las botas, todos lo gritan. Es conducido a su celda. Encuentra a otros presos. Pregunta si alguien es gringo: “Me llamo Dieter. Soy piloto de la Armada. Nací en Alemania”. Otro le dice que guarde silencio porque viene El pequeño Hitler. En todas partes hay uno: si no, que lo diga la Colombia de entre 2002 y 2010 o los EE.UU de hoy. Dieter pregunta por él y enseguida recibe un cepo en sus pies: “¿Qué diablos es esto? ¿La Edad Media?”, suelta inocente de momento sobre las arbitrariedades de su país de adopción. Dieter se encuentra con otro prisionero que quiere saber quién ganó la Serie Mundial. Yik Chiu Tuo le pregunta si no le gusta el béisbol. Eugene Gene de Bruin afirma que “todos volamos para Estados Unidos”. Poco a poco aparecen Phisit, Procet, Duane Martin. Y los guardias: Pequeño Hitler, Jumbo, Nook el Novato, Caballo Loco, Walkie Talkie.

Duane le dice a Dengler: “Agacha la cabeza y cierra la boca. Es la mejor opción para sobrevivir”, en lo que parece una alusión coyuntural pero resulta una sentencia existencial. Gene, extraviado: “Así que hay guerra”. Y pregunta enseguida por los Acuerdos de Ginebra (1954: una y otra vez violados por los gringos), las negociaciones de paz. “Pueden ustedes pudrirse aquí pero yo me escaparé esta noche”, vaticina Dieter. “No puedes escapar, si lo intentas, arruinarás nuestra liberación”. “La jungla es la prisión”, tercia Duane pues sin agua afuera nadie se salva. Dieter pregunta cuándo vienen las lluvias, el monzón. En cinco o seis meses. Dieter averigua por un clavo. Alguien menciona un vidrio, otro una púa de puerco-espín, uno más “un martillo y una llave de tuercas metidos en el culo”. La guerra, por catarsis, produce sólo humor negro. Finalmente, alguien sabe dónde hay un clavo, no fácil de obtener. Dieter pide crema de dientes al enano Jumbo y le roba el clavo que sostiene su toalla. Llega la noche. Todos duermen. Dieter sostiene el clavo entre sus dientes, abre las esposas de todos en dos o tres segundos. Enseña el truco para que haya manos libres. Dieter sueña con atravesar de Vietnam a Tailandia cruzando el Mekong: “El Gran Lodazal”, le dice Duane. Pasan dos aviones caza. “Americali”, bromean los guerrilleros con Dieter. Plano sobre una lata vacía de tocino, Cerdo & Frijoles: “Sólo yo puedo olerlo”, dice Gene. Dieter recuerda cuando quiso ser piloto. “Un tipo intenta matarte y tú quieres su empleo”, dice Duane a Dieter tras escuchar su relato de cómo quiso volar. El miedo como motivador. Piensa tomarse el campamento y apresar a los guardias pues el monzón aún está lejos. La fuga queda para el 4 de julio…

La cosa se pone fea: “Planean llevarnos a la selva, matarnos y hacer que parezca un escape”. De nuevo, el efecto boomerang: “Lo que hacemos, nos es devuelto”, diría James Baldwin. Ahora, los vietcong les quieren aplicar a los gringos la Ley de Fuga. “Tiene que ser mañana, a la hora de la cena”, dice Dengler sobre la fuga. Un plano en grúa muestra una fogata y a dos guardias. Amanece. Tilt up y Tilt down para hacer patente lo inexpugnable del lugar. La grúa baja y presenta a Dieter y compañía recolectando arroz. Dieter explica el plan. “Nos vemos en la cocina”. Los guardias comparten su comida en ella. De repente, Dieter ataca a los guardias, caen todos asesinados, salvo Jumbo, antiguo y fiel surtidor de arroz y a quien se le ordena huir. Dieter y Duane toman lo que pueden y parten. “Los guardias van a volver”, anuncia Dieter y maldice a Gene que no llegó… Dieter y Duane huyen al bosque, encuentran a Phisit y a Gene, preguntan por sus zapatos y discuten por los proveedores de fusil. Duane le dice a Dieter que va a llover, que siempre empieza así. Contrapicado al cielo nublado. Poco después, ambos son arrastrados por el agua. Así, comienza el infierno para ambos. Una subjetiva los muestra enfrentados al poder de la selva. Llegan a un río. Construyen una balsa y se desplazan en ella. Todo en calma… chicha. Ruido del agua. Cascada. Subjetiva del agua y sus peligros. Travelling sobre Dieter y Duane. Estruendo del agua. Primer plano de ambos, empapados. Dieter descubre su pecho infestado de sanguijuelas. Advierte la presencia de un pescador. Pasado el peligro, avanzan. Como no cabe enfrentarse a tiros con los vietcong ni pueden cazar por el ruido que harían, Dieter tira las armas al río. Duane, cansado, no puede seguir. Una aldea abandonada, ya devorada por la manigua. Dieter asegura a Duane que tras viajar de noche, llegarán a un club gringo y comerán hamburguesa, papas fritas, helado y “todas las cosas dulces que te gustan”. Del humor negro, al humor caníbal. Helicópteros a la vista. Pasan de largo, pese a los ruegos de Dieter. Duane delira. Pide bajar la voz pues vienen los guardias. Su desespero contrasta con las espigas movidas por el aire. En libertad. La que Duane ya no siente ni teniéndola. Dieter lo acuesta, como a un niño, lo tapa con hojas y anuncia una gran fogata para la noche. Hace fuego, Dos helicópteros se acercan. “¡Aquí estamos!”, grita. Los helicópteros abren fuego. “Idiotas, casi me matan”, vocifera. Fundido a negro. 

Amanece. Duane se asoma entre las hojas, camina con dificultad. Dieter, cabizbajo. Un niño pasa con dos baldes de agua, sonríe y detrás aparecen los vietcong. Matan a Duane y Dieter huye no sin antes quitarle el cuasi-zapato. La culpa le hace, ahora, oír voces extrañas: Duane lo llama y él se sobresalta. Dieter avista guerrilleros en el río, come sus sobrados. De repente, Duane se sienta a su lado. Lo abraza y Duane se queja de frío. Dieter, culpable, le suelta: “Quédate con la suela”. Se dispone a dársela, pero ya no está. Ahora, el delirio es todo suyo. Insiste: “¿Duane?”, pero, como es natural, no le responde. Voltea a su derecha y ve a Duane atravesar el espeso follaje. Dieter llega al río. Se dispone a cazar a una serpiente. La atrapa. Plano al agua. La cámara vuelve sobre Dieter, quien desesperado la devora. Grita, agita una hoja gigante. Llega un helicóptero: lo rescata al amanecer. Los vietcong abren fuego. Los helicópteros despegan. Dieter se identifica. Le piden contraseña, cual computador, deporte y pescado preferidos. “Confirmado, es él”, certifica el piloto (y Herzog ríe, mientras filma, por la ironía). Dieter llega a la base gringa. De ahí la Cruz Roja lo lleva al Hospital Danang. La enfermera le dice que está muy bien. Él pregunta si puede volver al barco. De un helicóptero bajan una mesa con un mantel y un ponqué encima. Cuatro hombres se dirigen hacia Dieter, éste atiende a dos agentes de la CIA: “No sé las coordenadas”. “Háblenos de sus guardias”, etc. Y ríe cuando entran: “¡Feliz cumpleaños!”, le gritan, cómplices. Spook explica a los agentes que Dieter recibió una carta de Marina, su prometida, y que se trata de algo personal. Pide diez minutos de tregua en el interrogatorio. “No es mi cumpleaños”, aclara Dieter y Spook le cuenta que lo quieren llevar a la isla de Guam para interrogarlo y abrirle un proceso. Todos ríen y lo meten dentro de la mesa. La torta ya fue consumida. La banda (buena) de los cuatro se topa con la dupla (mala) de la CIA, le piden unos minutos, mientras su amigo se recupera y aceleran su paso con el paquete humano. Lo suben al helicóptero y parten… dejando el cuerpo (de la mesa) del delito, en medio de jubilosa algarabía. Aterrizan en el portaaviones. Dieter pregunta, ingenuo, si la guerra terminó. “Nooo…”, le responden. “La guerra nunca termina”, parecen decirle con su jocoso gesto. El speaker, que no falta, anuncia la llegada de Dieter: “¡Lo secuestraron y lo trajeron con nosotros”, relata. “¡La CIA lo retuvo cuatro días, pero no para siempre”. Almirante Willoghby: “Tte., ¡qué placer tenerlo de vuelta!” Speaker: “¿Qué te hizo volver, la fe en Dios o en tu país?” y el perplejo Dengler responde a dúo con el satírico Herzog, guionista del filme: “Creo que necesito un bistec”, como lo haría cualquier boxeador hambriento.

Por último, el speaker le pregunta por algo que haya aprendido en su calvario y Dengler, taoísta/filósofo/humorista, le contesta: “Vacíen lo que esté lleno, llenen lo que esté vacío”, antes de la perla final: “Rásquense cuando pique. Es todo”. Luego, la multitud que lo aclama lo alza en hombros. El crédito final anuncia que poco después de su rescate, se retiró del servicio activo, se convirtió en piloto civil de pruebas y sobrevivió a otros cuatro accidentes aéreos. Termina así la historia de un filme que más que de guerra o thriller psicológico, es una fuga existencialista, desesperada por matar no los fantasmas sino la realidad cruda, brutal e inhumana de la guerra, esa forma de la política por otros medios: los de la vieja y, más allá, obsoleta racionalidad capitalista, a la que hay que poner coto ya pues bajo la figura de la competición lo único que generó fue un individualismo egoísta. Se hace urgente contraponer a ello la cooperación, la solidaridad, la compasión: es decir, el hecho profundo de ser, simplemente, humanos.
Ficha técnica
Título original: Rescue Dawn. Español: Rescate al amanecer.
País: EE.UU (2007); color; 123 min.
Dirección y Guion: Werner Herzog.
Música: Klaus Badelt.
Fotografía: Peter Zeitlinger.
Editor: Joe Bini.
Interiores: Christian Bale (Dieter Dengler); Steve Zahn (Duane Martin); Jeremy Davies (Eugene de Bruin); Pat Healy (Norman); Evan Jones (Lessard); Tobby Huss (Spook); Craig Gellis; François Chau; Marshall Bell; Zach Grenier.
Producción: MGM/Gibraltar Entertainment.
Género: Guerra. Drama. Thriller existencial. Basado en hechos reales del piloto alemán Dieter Dengler, quien peleó por EE.UU en Vietnam e inspirado en el propio documental de Herzog Little Dieter Needs to Fly (1997) o El pequeño Dieter necesita volar.
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