Celeste Murillo
Pocos hubieran anticipado que el episodio más reciente de la
lucha contra el racismo en Estados Unidos se desarrollaría bajo el gobierno del
primer afroamericano. En agosto de 2014, un policía asesinó a un adolescente
negro en Ferguson.
Durante diez días consecutivos esa pequeña ciudad de Missouri vio manifestaciones exigiendo justicia. Las protestas se extendieron rápidamente a las principales ciudades del país y pusieron el grito de Black Lives Matter (las vidas negras importan) en las calles. Pero el asesinato de Michael Brown, bisagra y símbolo del movimiento que nacía, no fue ni de lejos el primero, el más escabroso ni el último hecho de brutalidad policial.
Durante diez días consecutivos esa pequeña ciudad de Missouri vio manifestaciones exigiendo justicia. Las protestas se extendieron rápidamente a las principales ciudades del país y pusieron el grito de Black Lives Matter (las vidas negras importan) en las calles. Pero el asesinato de Michael Brown, bisagra y símbolo del movimiento que nacía, no fue ni de lejos el primero, el más escabroso ni el último hecho de brutalidad policial.
Ubicado en la “era pos derechos civiles”, el surgimiento de
Black Lives Matter puede ser interpretado bajo el prisma del agotamiento
progresivo de la política de ampliación de derechos civiles hacia la comunidad
afroamericana. La persistencia del racismo y la desigualdad, que se podría
pensar como una “continuidad de la segregación por otros medios”, abrió el
camino para una nueva ola de descontento, horadando el relato de una sociedad
posracial (1) en Estados Unidos que tuvo su punto más alto en la llegada de un
presidente negro a la Casa Blanca.
El racismo sigue intacto
En esa era “pos derechos civiles”, los estallidos sociales
se dieron producto de la brutalidad policial, pero en un contexto caracterizado
por la desigualdad social que sufre la comunidad negra: sobrerrepresentados
entre los pobres, en la población carcelaria y entre las víctimas de la
brutalidad policial. Uno de los primeros estallidos de esta “era” nos remonta
al asesinato de Rodney King en 1992 a manos de la Policía. Las imágenes del
asesinato brutal de King encendieron la rebelión de Los Ángeles, que fue
reprimida y respondida por el gobierno del demócrata Bill Clinton con una dura
reforma del sistema penal (2). En 1999 la Policía de Nueva York acribilló a
Amadou Diallo, un afroamericano detenido “por portación de cara”, bajo el
reinado del Stop-And-Frisk (“detener y cachear”) (3).
En los meses previos a los atentados de 2001, crecía el
cuestionamiento a los arrestos racistas, la brutalidad policial y la
discriminación. Pero los meses y años que siguieron vieron una virtual
paralización de los movimientos sociales y políticos bajo el terror de la
“guerra contra el terrorismo”, que restringió las libertades democráticas y
bloqueó así cualquier desarrollo posible.
En 2005, el huracán Katrina fue una postal del desprecio
oficial por la vida de los afroamericanos del gobierno republicano de George W.
Bush. Miles de personas negras fueron dejadas a su suerte en Nueva Orleans
mientras se inundaba. El alcalde (demócrata) establecía un estado de sitio
contra los afroamericanos, que eran señalados como saqueadores, mientras dentro
del estadio Superdomo niñas y niños negros pasaban hambre junto a cadáveres en
descomposición. En 2006, seis estudiantes negros de Luisiana eran acusados de
golpear a un joven blanco que los había amenazado colgando cintas de un árbol
recordando los linchamientos. La injusticia y el trato racista que recibieron
provocaron movilizaciones en defensa de los “Seis de Jena”, que marcaron el
regreso de las protestas callejeras que habían estado ausentes desde 2001.
A nivel social, la crisis de 2008 que golpeó con dureza al
conjunto de los pobres y la clase trabajadora; para la comunidad negra fue un
golpe mucho mayor, del que no han logrado recuperarse al mismo nivel que los
blancos. Los afroamericanos siguen duplicando a los blancos en la tasa de pobreza
y desempleo. Los hogares cuyo jefe/a es afroamericano tiene un ingreso que
representa el 50 % del de un hogar blanco (4). Sin embargo, la conmoción social
que significó la crisis también alimentó la polarización social y el odio a los
afroamericanos que son señalados como los culpables del gran gasto estatal (un
estigma que pesa sobre la comunidad negra, especialmente las mujeres, desde los
años 1970) y a la comunidad latina migrante como los responsables de las
pérdidas de empleo. Ese clima de “miedo blanco” redundó en el reavivamiento de
los prejuicios racistas.
El gobierno de Barack Obama comenzó marcado por las
expectativas de la comunidad negra de que la llegada de “uno de los suyos” a lo
más alto del poder institucional marcaría una mejora en sus vidas. Pero poco
antes de la asunción, la Policía de Oakland mató al joven afroamericano Oscar
Grant. Este asesinato fue una confirmación de lo que vendría. Los dos mandatos
de Obama vieron el recrudecimiento de la brutalidad policial, en un contexto de
polarización, combinación que contestó rápidamente la ilusión posracial que
intentaba instalar.
En septiembre de 2011, Troy Davis, un ciudadano negro
condenado a muerte por el asesinato de un policía fue ejecutado con inyección
letal. Su ejecución provocó vigilias y confirmó a los ojos de la juventud la
parcialidad racista del sistema judicial, que aplicaba castigos ejemplares
contra los afroamericanos. Pero si hubo un hecho que hizo estallar la bronca
fue la absolución de George Zimmerman, un vigilante barrial blanco que había
asesinado en 2012 al adolescente negro Trayvorn Martin. Y aunque el movimiento
Occupy Wall Street ya había sido reprimido y desalojado de las principales
plazas que ocupaba, se vio revitalizado por las marchas por Martin. En esas movilizaciones
nace la consigna “Black Lives Matter”.
La integración a una casa en llamas
Con ejemplos opuestos, los debates abiertos por Ferguson y
Baltimore (donde la Policía asesinó al joven negro Freddie Gray) mostraron el
agotamiento de la estrategia de avance gradual en las instituciones como una
vía de terminar con el racismo. Como mencionamos más arriba, Ferguson marcó uno
de los puntos de inflexión y de proyección nacional del movimiento. Además de
la brutalidad policial, lo que se puso en debate fue la subrepresentación de la
comunidad negra en una ciudad donde eran mayoría de la población y sin embargo
casi no tenían participación en el gobierno local: aunque representan el 70 %
de la ciudad, el alcalde y el jefe de Policía eran blancos, así como 5 de los 6
representantes del Consejo local. Esa disparidad parecía tener un correlato a
lo largo de los años en la actitud racista de la Policía: de los arrestos
realizados durante un año, el 92 % eran personas afroamericanas (5).
La subrepresentación negra se volvió parte de la
“explicación” del racismo. Y, en consecuencia, reencauzó parte de la energía de
movimientos locales, que pusieron en el centro conseguir más autoridades negras
en el gobierno. A la vez, fortaleció el “relato” de los líderes del movimiento
de derechos civiles, en la actualidad, concentrados casi exclusivamente en el
partido Demócrata, que aprovechando su trayectoria, bregaron por una salida
institucional.
Un año más tarde, la revuelta de Baltimore en 2015, que
estalló luego de que Freddie Gray muriera en un hospital después de agonizar
varios días bajo custodia policial, mostró la bancarrota de la estrategia de
ganar terreno en las instituciones. Baltimore, a diferencia de Ferguson, es un
gobierno local con gran peso de autoridades negras, uno de los modelos de
integración que apoyaron varios sectores del movimiento de derechos civiles.
Como parte de la ampliación de derechos, muchos vieron que la integración de
sectores negros a las instituciones políticas era una vía para terminar con el
racismo.
En Baltimore, los afroamericanos ocupan la gran mayoría de
los puestos políticos. El “poder negro institucional” se vio en acción durante
la crisis abierta con la muerte de Gray: la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake,
el jefe de Policía Anthony Batts y hasta la fiscal Marilyn Mosby, que hablaba
en primera persona del plural cuando se dirigía a los manifestantes. Además,
los afroamericanos ocupan la mayoría de los escaños del Consejo de la Ciudad (8
de 15, incluido el presidente), tienen bajo su control el sistema escolar y
ocupan puestos importantes en el Poder Judicial.
Aunque el control de Baltimore es a nivel local, la
presencia de afroamericanos en cargos de alto rango no es excepcional; nunca
antes en la historia de Estados Unidos hubo tantos funcionarios afroamericanos,
empezando por el presidente de la Nación. Y sin embargo, aun encabezadas por
autoridades negras, las instituciones han mantenido y reproducido los mismos
mecanismos de control social y racismo. La confirmación más amarga de la
impotencia de la integración de una elite negra llegaría un año después de la
“rebelión de Baltimore”, al conocerse la absolución de todos los oficiales
acusados por la muerte de Gray. A pesar de la conquista de derechos e incluso
de la llegada al poder de sectores oprimidos, el racismo sigue intacto como
muestran todas las estadísticas. En pleno siglo XXI el color de la piel de un
niño define las probabilidades de vivir en la pobreza; concretamente los niños
negros tiene cuatro veces más probabilidades de ser pobres, y por primera vez
hay más niños negros pobres que blancos (cuando la comunidad negra solo
representa el 13 % de la población) (6).
El dilema sobre el alcance de la ampliación de derechos no
es nuevo ni exclusivo del movimiento negro (de hecho existe un debate similar,
con sus especificidades, alrededor de la presencia de mujeres en cargos de alto
rango, que se renueva con la posibilidad de que una mujer llegue a la Casa
Blanca por primera vez). Se plantea como interrogante cada vez que se cuestiona
el orden social y los garantes de ese orden responden “No sean impacientes. ¿No
les parece suficiente todo lo que hemos logrado?”. Se presenta a medida que los
movimientos consiguen más derechos, sus demandas son reconocidas e integradas a
las agendas oficiales, y sin embargo la maquinaria del racismo y la desigualdad
sigue intacta. Uno de los principales dirigentes del movimiento que culminó en
la proclamación del Acta de Derechos Civiles en 1964, Martin Luther King Jr.,
reflexionó sobre los efectos relativos que tendría la integración en la
sociedad estadounidense, según recuerda el activista y músico Harry Belafonte:
Me he dado cuenta de algo que me inquieta profundamente… Hemos luchado durante tanto tiempo por la integración, creo que fue correcto, y sé que triunfaremos. Pero he llegado a creer que nos estamos integrando a una casa en llamas (7).
Cualquier persona podría confirmar hoy que las sospechas de
King se vieron confirmadas. La comunidad negra conquistaría derechos civiles y
acabaría con la segregación racial legal, pero no con el racismo. La rebelión
negra que había exigido su ingreso al “sueño americano”, vivía (y sigue
viviendo) en la “pesadilla americana”, según las palabras de Malcom X. El
racismo estaba tan enquistado en el tejido institucional de Estados Unidos (8),
que toda modificación parcial sería insuficiente. La generación que da vida a
Black Lives Matter entiende mejor que nadie que la casa está en llamas hace
décadas.
Los desafíos de la nueva generación
Las divisiones que surgieron en la comunidad negra en cuanto
a cómo combatir el racismo expresaron una brecha generacional y política. La
perspectiva de la juventud, sin un futuro de boom económico por delante (como
sí lo tenía el naciente movimiento de derechos civiles de posguerra), está
lejos de la paciencia y la gradualidad que le exigen los viejos dirigentes
negros, concentrados casi exclusivamente en las instituciones como el Caucus
Negro del Congreso, la NAACP (siglas en inglés para la Asociación Nacional para
el Progreso de las Personas de Color) o instancias similares.
Esos líderes, como el reverendo Al Sharpton (asesor del
gobierno de Obama), usufructúan su trayectoria no solo para alentar salidas
institucionales sino para desautorizar las protestas y la autoorganización, al
señalarlas como violentas. En su momento, uno de esos movimientos, Ferguson
Action, respondió a las acusaciones de Sharpton y otras figuras, marcando las
diferencias que los separaban: Nos unimos en nombre de Mike Brown, pero nuestras
raíces están también en las calles inundadas de Nueva Orleans, en las
estaciones ensangrentadas del BART (9) de Oakland (…) Así y todo aparentemente
no somos respetables. Estamos uno al lado del otro, no delante uno del otro. No
dejamos de lado a uno de los nuestros para ganar proximidad con el poder
percibido. Porque esa es la única forma en la que ganaremos.
La generación actual nació a la vida política con la llegada
del primer presidente afroamericano. Pero la narrativa del propio Obama sobre
el racismo fue girando de la ilusión posracial a una defensa más cerrada de la
institucionalidad. Esto se vio claramente en sus reacciones respecto de los
asesinatos de afroamericanos. Si en 2012, Obama decía que si tuviera un hijo
varón se parecería mucho a Trayvon Martin, construyendo una clara empatía con
la comunidad negra, el 2016 lo encontró al final de su mandato diciendo que el
tiroteo contra Policía de Dallas había sido un “crimen de odio”, equiparándolo
con la brutalidad policial racista. Esa operación no solo alentó prejuicios,
también actuó desarticulando y debilitando el movimiento. El discurso de una
figura como Obama alienta el discurso racista, y permite a reaccionarios como
el exalcalde republicano de Nueva York Rudolph Giuliani darse el lujo de acusar
de racista al movimiento Black Lives Matter y abonar el prejuicio de que el
principal problema de los afroamericanos son otros afroamericanos.
La campaña electoral reabrió el debate sobre la relación
entre el movimiento negro y el partido demócrata. Black Lives Matter como
movimiento no ha apoyado a ninguno de los candidatos de los grandes partidos,
lo que demuestra ante todo la dificultad de la dirección tradicional del
movimiento negro de imponer su política. Sin embargo varias de sus figuras importantes
llamaron a votar por Hillary Clinton en las próximas elecciones. Se apoyan en
el miedo que genera la posibilidad de un triunfo del candidato republicano
Donald Trump, con un programa populista de derecha y depositario de las
frustraciones y prejuicios de los sectores castigados por la crisis.
La independencia se presenta como la única vía para
conquistar los derechos que aun son negados y combatir el racismo. Sin duda,
construir y fortalecer un movimiento independiente se presenta como el mayor desafío.
El control del Partido Demócrata, desde el movimiento de derechos civiles hasta
hoy logró, no sin contradicciones, canalizar el descontento y la energía de la
comunidad negra, debilitando y marginando a los sectores radicalizados. El
seguidismo de los dirigentes al partido demócrata ha desarmado cualquier
posibilidad de resistencia en alianza con otros sectores oprimidos, empezando
por la clase trabajadora, la comunidad latina, las mujeres y la juventud. Como
ya ha mostrado la historia, la comunidad negra tiene en la clase trabajadora,
la juventud y la comunidad latina a sus mejores aliados para combatir el
racismo, tan integrado al desarrollo capitalista de Estados Unidos que solo
podría acabarse con él desmantelando el sistema por completo.
Notas
1. C. Murillo y J. A. Gallardo, “Ferguson: ¿El fin de la
ilusión posracial?”,IdZ 14, octubre 2014.
2. Este esquema fue precedido y continuado por políticas
similares, como parte de la evolución del aparato policial y el sistema penal
de represión y criminalización de la población negra. La reforma de Clinton
estuvo precedida por la Omnibus Crime and Safe Streets Act, aprobada por el
gobierno de Johnson en 1968 (después de la oleada de protestas contra el
racismo), y la “guerra contra las drogas” del gobierno de Nixon, fue la
estocada final contra el movimiento negro. Para leer más sobre esta política
ver, C. Murillo “Guerra contra drogas…”, IdZ 29, mayo 2016.
3. Más sobre Stop-And-Frisk en C. Murillo, “Democracia
rigurosamente vigilada”, IdZ 21, julio 2015.
4. “Demographic trends and economic well-being”, Pew
Research Center, junio 2016.
5. En base a casos de 2013. “Racial profiling data/ 2013”,
disponible en www.ago.mo.gov (Fiscalía del estado de Missouri).
6. “Black child poverty rate holds steady, even as other
groups see declines”, Pew Research Center, 14/04/2015.
7. Citado en K. Taylor, From #BlackLivesMatter to Black
Liberation, Chicago, Haymarket, 2016.
8. Ver el artículo sobre historia del movimiento negro en
esta revista.
9. Se refiere al asesinato de Oscar Grant, asesinado en una
estación del tren de alta velocidad BART que une San Francisco con el Área de
la Bahía.
http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/ |