Fidel Castro: el hiperlíder del siglo XX
Omar Montilla
Esta historia no es nueva y siempre ha estado presente en todos los procesos históricos que requieren de la participación de una persona en los mismos. Los simplistas de siempre reducen los fenómenos históricos a explicaciones triviales, como por ejemplo, que la invasión de Irak por parte de los EE.UU. es el resultado o la materialización de las ambiciones de George Bush por inscribir su nombre en la Historia, que los problemas actuales de la Argentina son por culpa de Néstor Kirchner, que Brasil está como está por culpa de Lula, etc.
Resulta lógico pues, una vez hechas las debidas reducciones, sacar la conclusión que los problemas de Venezuela son la consecuencia del hiperliderazgo de Chávez, por lo que: a) ¡Vete Ya!, consigna ultrareduccionista de la oposición que justifica su eliminación porque, “muerto el perro se acaba la rabia”; y b) ¡Uh, Ah, Chávez no se va!, o sea que, mientras él esté “ahí” no tenemos que temer porque Chávez se encarga de solucionarlo todo. Si esto fuera cierto, si Chávez es el imprescindible ¿cómo explicar entonces –y para no retroceder tanto en nuestra memoria–, los sucesos del 27/28 de febrero de 1989, que marcaron un hito en la historia de Venezuela y de Latinoamérica, cuando de un sacudón se le dio una bofetada al neoliberalismo y demás pretensiones de la burguesía para mantener per secula seculorum su omnipresente dominio sobre nuestro pueblo? Y Chávez estaba ahí, vivía en Venezuela, tenía “ideas”, pero…
Ahora bien, muchos tratan de cuestionar los hiperliderazgos aduciendo las obvias consecuencias negativas que tienen. Pero ese no es el problema. Los hiperliderazgos son el producto de manifestaciones históricas de los pueblos y que obedecen a condiciones personales que son irrepetibles. Por ejemplo Evo Morales en Bolivia es un producto genuino de las comunidades indígenas, pero a ello se unen los ingredientes que alimentan un hiperliderazgo: inteligencia, constancia, trabajo arduo, tenacidad, sagacidad, valentía, ambición de poder o fama, visión histórica, energía, espíritu de solidaridad, carisma personal, desprendimiento de bienes materiales, entre otras. Un desnivel pronunciado en alguno o varios de estos elementos, es óbice para que todo ese andamiaje se venga abajo. No se puede concebir a un líder que sea un ladrón, o que no tenga conciencia del momento histórico que está viviendo, que no tenga la suficiente inteligencia para darse cuenta de las acciones que debe emprender o frenar, o que sea un holgazán, o que no tenga el magnetismo suficiente para conectarse con las aspiraciones de ese pueblo.
Pocas son pues la personas en el mundo que pueden reunir todas esas condiciones y poder aprovechar el momento histórico oportuno, y por ende, llegar a ser líderes, o mejor aún, hiperlíderes. Pero lo más importante está por venir: Tienen que sobrevivir algún tiempo para dejar constancia de alguna obra concreta. A Gaitán lo dejaron en el camino, y a pesar que llenaba todas las cualidades para ser el gran conductor de su pueblo, no pudo concretar su pensamiento. Fidel Castro en cambio, tuvo el tiempo suficiente para dejar su huella, ¡y vaya de qué manera! Un hiperlíder no es ajeno a las pasiones mundanas y a “padecer” de defectos personales que muchas veces acaban con esas vidas. Napoleón es un caso patético.
En Venezuela tenemos a Hugo Chávez. ¿Cómo explicar su presencia? Gueorgui Valentinovich Plejánov [1856-1918], conocido como Jorge Plejánov, explica en su obra “El papel del individuo en la historia” que sólo el grado de desarrollo de las fuerzas productivas determina la historia, no sólo la acción de los grandes hombres. Sin embargo, tampoco se puede obviar el papel de los individuos: "Los individuos pueden influir en los destinos de la sociedad. A veces, su influencia llega a ser muy considerable, pero tanto la posibilidad misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que en ella actúan. El carácter del individuo constituye un ‘factor' del desarrollo social sólo allí, sólo entonces y exclusivamente en el grado en que lo permiten las relaciones sociales".
Los individuos reflejan el carácter de su época y de su clase. George Bush, José María Aznar y Tony Blair, quienes conformaron aquel triángulo diabólico que le dio la luz verde para la invasión de Irak y Afganistán, son el parto de la época actual del sistema capitalista: líderes decadentes para un capitalismo decadente. No es de extrañar que cuando estalla la revolución francesa nos encontráramos a Luis XVI y a María Antonieta, y que en el clímax del derrumbe del zarismo estuviera Nicolás II y Rasputín, y que en Venezuela, cuando se comenzó a derrumbar la IV República , estuviera Carlos Andrés Pérez y Cecilia Matos.
Plejánov continúa: "Un gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales impriman una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le convierten en el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades sociales de su época". El ejemplo clásico del papel del individuo en la historia lo tendríamos en Vladimir Ilich Lenin. Trotsky se ha encargado de explicarlo, y para él, Lenin era en ese momento, el individuo más capaz para servir a las necesidades del pueblo ruso y su actuación fue impecable y determinante. No es aventurado afirmar que sin su participación no hubiera sido posible a los bolcheviques tomar el poder en Rusia en 1917.
«El papel del individuo en la historia» nos permite confrontar a quienes piensan que sólo los «héroes» y la «multitud», según la cual la historia de la humanidad no se desarrolla como un proceso regular, conforme a leyes determinadas, sino que discurre por «caminos casuales», según las recetas y las fantasías de los «espíritus críticos» y es propulsada únicamente por los «héroes»,a los que sigue ciegamente la masa del pueblo, la «multitud», de la que nos habla Toni Negri. Plejánov, afirma:
«Tampoco hubieran podido ser contrarios los resultados si una bala hubiera matado a Bonaparte, por ejemplo en la batalla de Arcole. Lo que éste hizo en la campaña de Italia y en las demás expediciones lo hubieran podido hacer otros generales. Estos quizá no habrían mostrado tanto talento como aquél, ni obtenido victorias tan brillantes. Pero, a pesar de eso, la República francesa hubiera salido victoriosa en sus guerras, porque sus soldados eran en aquel entonces incomparablemente mejores que todos los soldados europeos. Por lo que se refiere al 18 Brumario y a su influencia en la vida interior de Francia, también aquí la marcha general y el desarrollo de los acontecimientos habrían sido en el fondo los mismos, probablemente, que bajo Napoleón. […] Para restablecer el orden hacía falta una «buena espada», según la expresión de Siéyes. En un principio se pensó que este papel bienhechor lo desempeñaría el general Jourdan, pero cuando éste encontró la muerte cerca de Novi, comenzaron a sonar los nombres de Moreau, Mac Donald y Bernadotte. De Bonaparte empezó a hablarse más tarde, y si se hubiera muerto como Jourdan, ni siquiera se habría hablado de él, y habríase recurrido a cualquier otra «espada». De suyo se comprende que el hombre llamado por los acontecimientos a jugar el papel de dictador, por su parte, tuvo que abrirse camino infatigablemente hacia el Poder, echando a un lado y aplastando implacablemente, a cuantos eran para él un estorbo. Bonaparte poseía una energía de hierro y no se detenía ante nada con tal de lograr el fin propuesto. Pero él no era el único egoísta lleno de energía, de talento y de ambición. El puesto que llegó a ocupar no habría quedado vacío.»
Bolívar fue un personaje excepcional, irrepetible y único en la historia de Venezuela, pero su hiperliderazgo comenzó a sufrir mella cuando las condiciones históricas objetivas que hicieron descollar esa figura fueron mutando, y de allí surgieron Páez y Santander. A la fecha no tengo noticias que alguien esté cuestionando la condición y el liderazgo del presidente Chávez en este proceso. La oposición quiere roer, menguar la condición de conductor de Chávez para así “sacarlo del corazón del pueblo” y para ello recurren a los más repudiables métodos con tal de conseguir el objetivo. Ellos están conscientes que sería suicida esperar que se den las “condiciones objetivas” para que se debilite el liderazgo de Chávez y es por ello que recurren a las “condiciones subjetivas” para lo cual se valen de la presencia mediática incuestionable de que disfrutan. En esta guerra asimétrica entre el “poder real” y el “poder virtual” alimentado desde el exterior debemos tener en cuenta todas las variables posibles.
Lo que pudiera llamar a reflexión es la contraparte, o sea un “hipoliderazgo” muy evidente dentro de nuestras propias filas.