“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/1/12

¿Qué es la tasa Tobin?


Con la crisis financiera volvió a ponerse de actualidad la conocida como Tasa Tobin. Este instrumento fiscal debe su nombre al economista James Tobin galardonado con el premio Nobel en 1981. Su idea -denominada después Tasa Tobin- consistía en gravar entre un 0,1% y un 0,25% los movimientos de divisas, con el objetivo de espantar a los especuladores. Nadie querría pagar esa cifra para una operación intradía (con poco rendimiento), pero no tendría inconveniente en hacerlo si su inversión era a más largo plazo. En palabras del propio Tobin, se trataba de “echar arena al aceitado mecanismo de las especulaciones que hacen viaje de ida y vuelta en días o pocas semanas“.

A partir de los años setenta y con la primera crisis del petróleo comenzó la discusión de si convenía más tipos de cambios fijos o tipos de cambio flexibles (flotantes), en un mundo con una creciente movilidad de capitales y dónde la desregulación, las telecomunicaciones y los sistemas informáticos hacían y hacen en cuestión de milésimas de segundo lo que antes podía llevar varios días. En este contexto, las naciones debían optar por uno de los dos modelos cambiarios básicos con sus consiguientes ventajas y desventajas.

Por poner un ejemplo de las desventajas de tipo de cambio flotante baste recordar los graves problemas que experimentó la industria norteamericana en los años 80 (lo mismo que le está ocurriendo ahora), cuando el dólar americano se apreció frente al yen. Ahora es frente al euro. Entonces puso en peligro el apoyo de Estados Unidos a la liberalización multilateral del comercio y ahora también.

Otro ejemplo es la apreciación del euro que se ha producido en los últimos años, y la consiguiente pérdida de competitividad de la industria europea. Pero los tipos de cambios fijos también han generado problemas. Algunos ejemplos ilustrativos lo constituyen las crisis del Sistema Monetario Europeo (1992 y 1993), la crisis de México en 1994, la de Asia en 1997, Brasil 1998 y Argentina 2001.

Entonces, ¿no es lógico pensar que un sistema intermedio, un tipo de cambio flexible con ciertas restricciones, puede ser una buena idea? Por esta razón, el economista norteamericano James Tobin, apoyado en las tesis de Keynes, sugirió la idea, de introducir un impuesto (tasa Tobin) en torno al 0,5% sobre los flujos internacionales de capital a corto plazo, para de esta manera frenar los flujos de capitales con carácter especulativo y dotar a la política macroeconómica interna de mayor eficacia, frenando los movimientos especulativos de capital que tanto daño hacen a los tipos de cambio. Con esta tasa se reduciría la volatilidad de los tipos de cambio y se frenaría la especulación en los mercados financieros.

En la definición se especifica que se refiere a las transacciones de capital especulativo. En este sentido, habría que diferenciar lo que entendemos por capital especulativo y por capital productivo. La definición clásica del capital especulativo en economía es el ejercicio de cualquier tipo de actividad económica cuyo objeto es solo la obtención de ganancias, sin mediar el aporte de algún producto o servicio que incremente la riqueza de la sociedad. Sin embargo, dentro de esta definición encontramos inversiones que a nadie se le pasaría por la cabeza gravar con ninguna tasa adicional. Estoy pensando por ejemplo en la inversión en acciones de una compañía extranjera por parte de un pequeño ahorrador. Nadie en su sano juicio querría desincentivar que el pequeño ahorrador busque sacar algún rendimiento a sus ahorros. Parece que a lo que nos querríamos dirigir serían a los productos comentados en párrafos anteriores, pero la definición de la propia tasa incluiría otros productos. Otra limitación es la posibilidad de transformar el capital especulativo en capital productivo con  la consiguiente elusión de la tasa.

Pasemos ahora a comentar la recaudación y su destino. Con la idea original de Tobin se pretendía gravar las transacciones con un 0.1 – 0.25 %. Por su parte, la Tasa Tobin 2.0 que estudia el G-20 gravaría con un 0.005 % lo que llevaría a recaudar cada año 30.000 o 40.000 millones de euros. En cuando al destino de la recaudación, en un primer momento se pensó en la creación de un fondo de ayuda al desarrollo gestionado por el FMI. En la propuesta que llegó al G-20 de la mano de los presidentes Zapatero y Sarkozy se respetaba dicho destino.

Una vez analizada la definición, hay que hacer referencia a los problemas que presentaría una hipotética implantación. Concretamente, la tasa sólo funcionaría si se aplicara en todo el mundo. Si no es así, las entidades se las apañarán para que las operaciones se realicen desde los países donde no se cobra. Además, es muy complicado acordar quién recauda y gestiona el dinero, quién y cómo se decide dónde destinarlo, a qué tipo de movimientos se aplica para no castigar la recuperación económica e, incluso, en qué países se implanta para no perjudicar a los más pobres.

Para concluir, se debe señalar que no sabemos si la aplicación de la Tasa solventaría los problemas que ha evidenciado el mercado financiero. Es cierto, que su implantación habría limitado el impacto de la crisis que azota al sector. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la tasa pone barreras al libre comercio y que es probable que su imperfecto funcionamiento fuera aprovechado por los “tiburones” financieros para sacar provecho. La consecuencia, sería que los países pobres serían los principales perjudicados.