Oliverio Girondo ✆ Ramón Gómez de la Serna |
Girondo ha escrito una poesía que empieza así:
"No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla".
No la conozco.
No quiero conocerla".
Especial para La Página |
que el mundo no necesita de nosotros, es sentir que bien podríamos o no estar y el mundo seguiría tal como está.
Los suicidas o los hombres que han angostado o angustiado sus vidas a veces detienen su asesinato autónomo imaginando que el mundo seguirá tal cual es después del fallecimiento. ¿Qué busca el suicida? Busca transferirse a los demás, busca que los demás sufran, pero que lo hagan irreparablemente. "Quiero que los demás, los que me han despreciado, sufran, y quiero también que sientan que lo sucedido es irreversible", dice el suicida.
Pero, ¿qué pasa cuando el suicida imagina la fiesta de
Navidad sin él y ve en su imaginación (la imaginación sólo puede ver lo
superficial de la fiesta, mas no el interior de los festejantes) que todos sus
conocidos lo han olvidado? Pues el suicidio, la nada, el nunca y el nadie
pierden sentido y así, del absurdo, renacen las ganas de vivir. Vamos a ver.
Entonces, creo, el suicida busca que su "ser" sea en otro ser, busca
transferirse, referirse a través de los otros.
Todo lo dicho es abstruso, y me remitiré a Spinoza para
aclarar las cosas. La Definición V de la `Ética´ dicta así: "Por modo
entiendo las afecciones de una substancia. O sea, aquello que es en otra cosa,
por medio de la cual es también concebido". Pensemos en el ejemplo que da
Sartre al hablar de la eliminación de los dualismos de la filosofía clásica,
dualismos remanentes de la filosofía de Locke, Hegel, Kant y Fichte.
¿Es el movimiento de un cuerpo algo distinto a la energía
que produce sus sacudidas? No, tanto el movimiento como la energía son la misma
cosa. Lo que pasa es que la energía, que no está detrás del cuerpo que se
mueve, ha sido víctima de la imaginación religiosa, y ha sido imaginada siempre
como una especie de alma. Tal vez por eso Girondo dice en su poesía:
"Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuando se disgrega".
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuando se disgrega".
No hay un hueco "entre" la energía y el cuerpo, no
hay un misterio energético detrás de las cosas, no hay residuos cenicientos,
como en la flogística, después de acaecidos los acontecimientos, y no hay
disgregación, pues según Spinoza todas las cosas que perduran en su ser (‘conatus’)
están hechas de una substancia única que siempre "es en otra cosa"
para nuestro limitado entendimiento.
Los viejos dualismos de la religión han sido suprimidos,
según Sartre, por un "un dualismo nuevo: el de lo finito y lo
infinito". Hay cosas que tienen infinitos modos de aparecerse, como el
afecto (no olvidemos que lo infinito es sólo aquello que todavía no hemos
aprendido a contar o delimitar). Hay cosas, también, que son infinitas
temporalmente pero que sólo se presentan en limitadas formas, como la
substancia.
¿Qué ganamos con este nuevo dualismo? ¿Qué ganamos pensando
en un cenicero que antes tenía esencia y existencia y que ahora tiene finitud e
infinitud? ¿Qué ganamos dejando de pensar en el cristal del cenicero y en la
forma del cristal que forja el cenicero y pensando ahora en la duración del
cenicero? Interroguemos a los versos de Girondo, que tal vez ellos sepan algo
al respecto:
"Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia".
Si de algo he renegado es de la indiferencia".
Un cenicero con esencia y existencia es inerte, indiferente,
es decir, es un objeto que no necesita de nosotros para ser lo que es. Lo
anterior hace que nuestra relación con el mundo sea sintética o contingente y
no analítica y necesaria, fenómeno que nos deja fuera del mundo o extranjeros
en el mundo. En cambio un cenicero finito o infinito depende por entero de
nuestra interpretación, de nuestra voluntad, del movimiento que hay en el mundo
y en la mesa sobre la cual está, movimiento que puede romperlo o finiquitarlo o
protegerlo y trascenderlo a nuevos clientes. De tal relación nace el concepto
de "destrucción", concepto que nos hace hombres, pues sólo los
hombres, dice Sartre, somos capaces de la destrucción sin sustitución.
Pensar en la esencia del cenicero es creer que el cenicero es
un objeto eterno y necesario. Dice la Definición VI de la `Ética´: "Por
Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una substancia que consta
de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e
infinita". Lo esencial, lo infinito, tiene infinitas formas de
manifestarse y hace imposible toda taxonomía. ¿Qué perdemos pensando así?
Perdemos movilidad, noción histórica. Queremos historiar las apariciones de las
esencias, y queremos, como quería Voltaire, historiar derechos divinos, cosas
de siempre, reyes, cosas perdurables. Remitámonos a los versos de Girondo:
"No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo".
ni me tienta el reposo".
Por un lado Girondo afirma querer quietud, pero por el otro
desea evitar la inmovilidad. Ahora interpretemos a Girondo con Sartre, y todo para que nuestra dialéctica esté
equilibrada y no recaiga sólo del lado de las tesis. Dice Sartre: "nuestra
teoría del fenómeno ha reemplazado la realidad de la cosa por la objetividad
del fenómeno". Girondo, creo, quiere ser un intransmutable o férreo
fenómeno humano, pero no una cosa. El alma humana, creíamos, era una cosa, una
esencia, y por eso el hombre avanzaba tan lentamente. Nunca nos habíamos
preguntado por el "ser", decía Heidegger. Nunca nos habíamos preguntado
cómo el cuerpo humano puede cambiar y seguir siendo el mismo. "No sabemos
lo que puede el cuerpo", ha dicho Spinoza. Antes el cuerpo era el vehículo
del alma, pero ahora es vehículo no del ser, sino un vehículo-ser o
ser-vehículo.
"Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado",
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado",
Dice Girondo. No tener una génesis divina o alma nos parece
absurdo (pura opinión), y el absurdo nos sigue intrigando (opinión pura).
Girondo no está para cuerpos inmóviles o inhabitados. La esencia del hombre
"es lo que debe poder ser manifestado por una serie de manifestaciones
individuales", como dice Sartre. "Individuales", sí, hemos leído
la palabra "individuales".
¿Qué conecta a las generaciones? ¿Lo hace el alma? No, lo
hacen los gestos individuales de cada generación. ¿Qué gestos reconocían los
expresionistas en los florentinos clásicos? ¿Qué reconocen los marxistas en la
filosofía de Spinoza? En fin, ¿qué manifestaciones o existencias concretas del
"ser" siguen vigentes en nuestro arte y qué necesidades expresan?
"El ser nos será develado por algunos medios de acceso inmediato: el
hastío, la náusea, etc.", dice Sartre. Y Girondo responde:
"Cuando venga a buscarme, díganle:
se ha mudado".
se ha mudado".
¿Qué pasa cuando el hastío, la náusea o la angustia visitan
al filósofo que está en constante movimiento o en plena productividad, siendo
la productividad el rasgo por excelencia del filósofo, según ha escrito
Deleuze? Pasa que encuentran un vehículo poco apto para vomitar, para gimotear
o para temer, pasa que el filósofo ha mudado de "ser" pues
"es-tá" en otra cosa, pues ya es otro humano, uno con necesidades
distintas, uno que es libre.
"Se llama libre a
aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es
determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es
determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada
manera", dice la Definición VII de la ‘Ética’. ¿Cuál es la necesidad
suprema del hombre? El movimiento, el amplio y apto para moverse absurdo, que
exige la gracia. O como dice Sartre, "la
esencia no está en el objeto, sino que es el sentido [movimiento] del
objeto".