“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

2/1/13

Haciendo girar al hastío con Oliverio Girondo / Meditación sobre el suicidio

Oliverio Girondo
✆ Ramón Gómez de la Serna
Eduardo Zeind Palafox

Girondo ha escrito una poesía que empieza así:

"No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla".

Especial para La Página
Estos tres cortos versos me recuerdan la trilogía de la desesperación que instauró Sartre en su obra maestra 'El ser y la nada': nadie, nada, nunca. Soy nadie y eres nada en el nunca. Meditemos en el vacío. Según los existencialistas como Heidegger podemos conocer la nada a través de la angustia. ¿Qué es la angustia? Es sentir que tenemos una relación sintética con el mundo, es decir, es sentir
que el mundo no necesita de nosotros, es sentir que bien podríamos o no estar y el mundo seguiría tal como está.

Los suicidas o los hombres que han angostado o angustiado sus vidas a veces detienen su asesinato autónomo imaginando que el mundo seguirá tal cual es después del fallecimiento. ¿Qué busca el suicida? Busca transferirse a los demás, busca que los demás sufran, pero que lo hagan irreparablemente. "Quiero que los demás, los que me han despreciado, sufran, y quiero también que sientan que lo sucedido es irreversible", dice el suicida.

Pero, ¿qué pasa cuando el suicida imagina la fiesta de Navidad sin él y ve en su imaginación (la imaginación sólo puede ver lo superficial de la fiesta, mas no el interior de los festejantes) que todos sus conocidos lo han olvidado? Pues el suicidio, la nada, el nunca y el nadie pierden sentido y así, del absurdo, renacen las ganas de vivir. Vamos a ver. Entonces, creo, el suicida busca que su "ser" sea en otro ser, busca transferirse, referirse a través de los otros.

Todo lo dicho es abstruso, y me remitiré a Spinoza para aclarar las cosas. La Definición V de la `Ética´ dicta así: "Por modo entiendo las afecciones de una substancia. O sea, aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido". Pensemos en el ejemplo que da Sartre al hablar de la eliminación de los dualismos de la filosofía clásica, dualismos remanentes de la filosofía de Locke, Hegel, Kant y Fichte.

¿Es el movimiento de un cuerpo algo distinto a la energía que produce sus sacudidas? No, tanto el movimiento como la energía son la misma cosa. Lo que pasa es que la energía, que no está detrás del cuerpo que se mueve, ha sido víctima de la imaginación religiosa, y ha sido imaginada siempre como una especie de alma. Tal vez por eso Girondo dice en su poesía:

"Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuando se disgrega".

No hay un hueco "entre" la energía y el cuerpo, no hay un misterio energético detrás de las cosas, no hay residuos cenicientos, como en la flogística, después de acaecidos los acontecimientos, y no hay disgregación, pues según Spinoza todas las cosas que perduran en su ser (‘conatus’) están hechas de una substancia única que siempre "es en otra cosa" para nuestro limitado entendimiento.

Los viejos dualismos de la religión han sido suprimidos, según Sartre, por un "un dualismo nuevo: el de lo finito y lo infinito". Hay cosas que tienen infinitos modos de aparecerse, como el afecto (no olvidemos que lo infinito es sólo aquello que todavía no hemos aprendido a contar o delimitar). Hay cosas, también, que son infinitas temporalmente pero que sólo se presentan en limitadas formas, como la substancia.

¿Qué ganamos con este nuevo dualismo? ¿Qué ganamos pensando en un cenicero que antes tenía esencia y existencia y que ahora tiene finitud e infinitud? ¿Qué ganamos dejando de pensar en el cristal del cenicero y en la forma del cristal que forja el cenicero y pensando ahora en la duración del cenicero? Interroguemos a los versos de Girondo, que tal vez ellos sepan algo al respecto:

"Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia".

Un cenicero con esencia y existencia es inerte, indiferente, es decir, es un objeto que no necesita de nosotros para ser lo que es. Lo anterior hace que nuestra relación con el mundo sea sintética o contingente y no analítica y necesaria, fenómeno que nos deja fuera del mundo o extranjeros en el mundo. En cambio un cenicero finito o infinito depende por entero de nuestra interpretación, de nuestra voluntad, del movimiento que hay en el mundo y en la mesa sobre la cual está, movimiento que puede romperlo o finiquitarlo o protegerlo y trascenderlo a nuevos clientes. De tal relación nace el concepto de "destrucción", concepto que nos hace hombres, pues sólo los hombres, dice Sartre, somos capaces de la destrucción sin sustitución.

Pensar en la esencia del cenicero es creer que el cenicero es un objeto eterno y necesario. Dice la Definición VI de la `Ética´: "Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita". Lo esencial, lo infinito, tiene infinitas formas de manifestarse y hace imposible toda taxonomía. ¿Qué perdemos pensando así? Perdemos movilidad, noción histórica. Queremos historiar las apariciones de las esencias, y queremos, como quería Voltaire, historiar derechos divinos, cosas de siempre, reyes, cosas perdurables. Remitámonos a los versos de Girondo:

"No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo".

Por un lado Girondo afirma querer quietud, pero por el otro desea evitar la inmovilidad. Ahora interpretemos a Girondo con Sartre, y  todo para que nuestra dialéctica esté equilibrada y no recaiga sólo del lado de las tesis. Dice Sartre: "nuestra teoría del fenómeno ha reemplazado la realidad de la cosa por la objetividad del fenómeno". Girondo, creo, quiere ser un intransmutable o férreo fenómeno humano, pero no una cosa. El alma humana, creíamos, era una cosa, una esencia, y por eso el hombre avanzaba tan lentamente. Nunca nos habíamos preguntado por el "ser", decía Heidegger. Nunca nos habíamos preguntado cómo el cuerpo humano puede cambiar y seguir siendo el mismo. "No sabemos lo que puede el cuerpo", ha dicho Spinoza. Antes el cuerpo era el vehículo del alma, pero ahora es vehículo no del ser, sino un vehículo-ser o ser-vehículo. 

"Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado",

Dice Girondo. No tener una génesis divina o alma nos parece absurdo (pura opinión), y el absurdo nos sigue intrigando (opinión pura). Girondo no está para cuerpos inmóviles o inhabitados. La esencia del hombre "es lo que debe poder ser manifestado por una serie de manifestaciones individuales", como dice Sartre. "Individuales", sí, hemos leído la palabra "individuales".

¿Qué conecta a las generaciones? ¿Lo hace el alma? No, lo hacen los gestos individuales de cada generación. ¿Qué gestos reconocían los expresionistas en los florentinos clásicos? ¿Qué reconocen los marxistas en la filosofía de Spinoza? En fin, ¿qué manifestaciones o existencias concretas del "ser" siguen vigentes en nuestro arte y qué necesidades expresan? "El ser nos será develado por algunos medios de acceso inmediato: el hastío, la náusea, etc.", dice Sartre. Y Girondo responde:

"Cuando venga a buscarme, díganle:
se ha mudado".

¿Qué pasa cuando el hastío, la náusea o la angustia visitan al filósofo que está en constante movimiento o en plena productividad, siendo la productividad el rasgo por excelencia del filósofo, según ha escrito Deleuze? Pasa que encuentran un vehículo poco apto para vomitar, para gimotear o para temer, pasa que el filósofo ha mudado de "ser" pues "es-tá" en otra cosa, pues ya es otro humano, uno con necesidades distintas, uno que es libre.

"Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada manera", dice la Definición VII de la ‘Ética’. ¿Cuál es la necesidad suprema del hombre? El movimiento, el amplio y apto para moverse absurdo, que exige la gracia. O como dice Sartre, "la esencia no está en el objeto, sino que es el sentido [movimiento] del objeto".