Inicio estas reflexiones con un pensamiento de Adolfo Gilly:
“La revuelta es un corte en el tiempo
homogéneo de la historia, dice Walter Benjamin. Ella se nutre de la imagen de
los antepasados oprimidos, no de la visión de los descendientes liberados”.
Tienen razón, porque la fuerza de la revuelta, de la rebelión, proviene del
cúmulo de humillaciones, de despojos, agravios acumulados por las sucesivas
generaciones. Veamos.
En este país todo mundo se blinda. Se blindan los
empresarios. Se blindan los ricos. Se blindan los partidos políticos. Se
blindan los banqueros. Lo anterior permite hacer la siguiente pregunta ¿Por qué
no se blindan los olvidados, las clases subalternas, los explotados, los
dominados, que son la mayoría? Todo mundo hace
pactos o acuerdos. Las cúpulas partidarias hacen pactos y hasta los gobiernos
estatales hacen lo mismo. De ahí que necesitamos, los olvidados y explotados,
hacer pactos entre nosotros, para defendernos de los pactos y blindajes que
llevan a cabo las clases dominantes o explotadoras.
Los ricos, los
oligarcas, los plutócratas hacen pactos y blindajes, según ellos, por México,
que significa pactar y blindarse para acumular más capital entre ellos. Lo de
México es un subterfugio, una trampa, un mito mencionado durante muchos años,
para continuar la historia del modelo de acumulación de capital en pocos. Por
eso, los explotados, marginados y olvidados, como clases dominadas, deben y
pueden hacer un pacto y un blindaje entre ellos, porque al final del día
constituyen la voluntad soberana, para beneficio de lo que es común y público,
lo de todos.
El pacto social que
se inscribe en la Constitución Mexicana es un pacto que se ha utilizado para
mantener la continuidad histórica del orden del capitalismo, de la plutocracia.
De ese modo la clase social dominante u oligarquía, se opone a la
discontinuidad histórica de dicho modelo económico. Las instituciones y leyes
que se derivan de los principios del pacto constitucional se han utilizado para
reproducir el orden del capitalismo corporativo (empresarial, político y
mediático).
Recordemos que el
pacto que se ha hecho entre las cúpulas partidarias, viene a destruir los
procesos democráticos, al sustituir al Legislativo, la voluntad y decisión de
la gente, cuya acción constituyente se convierte en un espectáculo político.
Aquí la representación política es ejercida para sí misma y se olvida de la
fuente del poder: la soberanía, la comunidad y la voluntad popular.
Los pactos desde el
poder de dominación se convierten en pantallas espectaculares y en simulacros
para reprimir y esconder, la lucha real de clases, entre explotados y
explotadores. En muchas ocasiones lo anterior se sustituye por nombres
eufemísticos como patriotismo, intereses nacionales, amor por México o cuando
Peña Nieto afirma ganó México.
En este momento
histórico, se hace necesario y urgente el hacer un pacto social o contrapoder
con los de abajo, los humillados, los olvidados y ya no delegar el poder en
manos de los dominadores, de la oligarquía y de la plutocracia. Construir un
contrapoder teniendo en común las reivindicaciones del pueblo explotado. Como
bien dice Gilles Lipovetsky: “Mientras
que las sociedades tradicionales, que enmarcaban estrictamente los deseos y las
aspiraciones, consiguieron limitar el alcance de la decepción, las sociedades
hipermodernas aparecen como sociedades de inflación decepcionante”.
Hoy, la sociedad
mexicana vive la cultura de la ansiedad, la frustración y el desengaño. La
gente está decepcionada de las instituciones, tanto públicas como privadas,
porque ambas le sirven al interés privado y tienen años esclavizando y
domesticando la esfera pública. Vemos y sentimos los procesos neoliberales como
modelos que impiden, por diferentes vías, elecciones, consumo, diversión,
aburrimiento, que la voluntad popular se rebele, para llevar a cabo un corte
histórico que frene y ponga un alto a la continuidad de las humillaciones y
despojo, sobre las clases subalternas.
La clase política y
la plutocracia ya están pensando en una nueva reforma política para defender la
continuidad del tiempo homogéneo de la dominación y de la explotación. Ellos
siguen pensando en la eternidad del modelo y sus mecanismos para el robo del
excedente, los otros no existen, y si llegan a existir, los ven como medios al
servicio del capital y su dominio. Como afirma correctamente Adolfo Gilly: “Así, la conmemoración estatal de las
revoluciones mexicanas se convierte en un discurso del poder y de sus
instituciones, como si la tarea y la misión de las rebeliones hubiera sido la
de fundar ese poder y no la de destruir los poderes antes dominantes”.
Los dominados, los
explotados, debemos pensar, no desde los parámetros de la continuidad histórica
de los dominadores, sino desde la discontinuidad histórica instalada en las
opciones de futuro, de rebeldía, de inconformidad, de la pregunta, no desde la
respuesta, que es la del amo del poder, sino desde la fuerza y la imaginación
de los de abajo, los pobres, los excluidos. De ese modo paramos el tiempo de la
humillación y el despojo de la voluntad popular. El mejor blindaje para las
clases subalternas es la lucha teórica y la acción constituyente, para la
emancipación humana. Paremos el tiempo de la humillación.
Termino este escrito con un pensamiento de Gilles
Lipovetsky: “Al estimular los placeres
privados, el bienestar y el ocio, el universo consumista ha dejado sin
herederos los grandes proyectos revolucionarios y nacionales, ha minado el
espíritu de militancia y las grandes pasiones políticas”. En esto
contribuye el duopolio televisivo comercial (Televisa y TV Azteca). Otro mundo
es posible.
Título original: Blindaje del capital, historia y decepción
Título original: Blindaje del capital, historia y decepción