por Evelyn Matthei.
Debemos apreciar plenamente la magnitud del triunfo. En
cifras globales, fue de 62,15% de los votos para Bachelet contra 37,84% para
Matthei. Una paliza que se concretó en todas las regiones y en Santiago, sin
ninguna excepción, y que alcanzó hasta un máximo superior al 70% en el caso de
Coquimbo. En la primera vuelta electoral del 17 de noviembre, con ocho
candidatos, la ventaja de Bachelet había sido de 46,67% contra 25,02% de
Matthei. En esta votación, la coalición de partidos que conforman la Nueva
Mayoría conquistó la mayoría absoluta tanto en la Cámara de Diputados como en
el Senado, lo que le facilitará al nuevo gobierno la aprobación de leyes que
consagren las aspiraciones populares. En la Cámara de Diputados, que renovó la
totalidad de sus 120 integrantes, la Nueva Mayoría ocupará 67 escaños, frente a
49 de la alianza derechista y 4 independientes. En el Senado, las cifras
respectivas son 21, 16 y 1. Si hubiera regido un sistema de representación
proporcional, la ventaja de la Nueva Mayoría hubiera sido apreciablemente
mayor.
Los uruguayos apreciamos en alto grado la trayectoria
unitaria de nuestro Frente Amplio, que logró congregar en un solo cauce a todas
las fuerzas de izquierda sin exclusiones, a sectores enteros desprendidos de
ambos partidos tradicionales, blancos y colorados, que instaló un diálogo
fructífero y fraternal entre marxistas y cristianos, y que siguió creciendo con
el aporte de ciudadanos independientes de distinto origen, en una dinámica que
no tiene techo. Sobre esa base conquistó dos gobiernos sucesivos, ambos con
mayoría parlamentaria, y aspiramos a alcanzar el tercero el año próximo. Esta
experiencia es valorada ampliamente en todo el mundo, y particularmente en la
América Latina y caribeña. Recíprocamente, nosotros apreciamos en alto grado y
tenemos voluntad de analizar los caminos que emprenden las fuerzas progresistas
de los pueblos hermanos para llegar al gobierno, cada una con sus
especificidades, que tratamos de aprehender y estudiar. Tal es el caso chileno.
Con una particularidad adicional: Michelle Bachelet le
entregó al término de su mandato (de 2006 a 2010) la banda presidencial a
Sebastián Piñera; y será este mismo quien se la devuelva, el próximo 11 de
marzo de 2014. El hecho adquiere el valor de un símbolo. Marca una reversión
total en la realidad política de Chile. Y lo vuelve a colocar a diapasón con el
cuadro, hoy predominante, de gobiernos de las fuerzas de izquierda y
progresistas en el cambio de época que vive la América Latina y caribeña desde
comienzos del nuevo siglo y milenio.
Vale la pena analizar la nueva experiencia chilena, además,
porque desde muy diversos ángulos se ha intentado desvalorizarla, reducir su
alcance y augurar el fracaso de las iniciativas que impulsó Michelle Bachelet
como base de su plataforma electoral, acordada por todos los partidos de la
coalición y que recibió el apoyo ampliamente mayoritario del pueblo. Esta
tentativa constituye un verdadero despropósito, pero lo hemos visto exponer en
muy diversos tonos, desde posiciones sectarias y/o pretendidamente
ultraizquierdistas. Y eso no tiene nada que ver con la nueva realidad que
deberá abrirse paso por la acción del nuevo gobierno con el apoyo del pueblo, y
que la futura presidenta, en un discurso sobrio y preciso al término de la
votación, definió en tres direcciones principales: la reforma de la educación,
que motivó enormes y reiteradas manifestaciones de los sectores estudiantiles
(y que determinaron el ingreso de algunos de sus más caracterizados líderes a
la Cámara de Diputados); una reforma tributaria de amplio alcance social, que
determine la contribución de los sectores privilegiados y posibilite la
viabilización de las medidas adecuadas para satisfacer las necesidades de
la población, en primer término en materia de educación y salud; y una reforma
de la Constitución (ya sea por vía parlamentaria o por la elección de una
Asamblea Constituyente, tema en discusión), que elimine de la que aún sigue
vigente todas las incrustaciones pinochetistas, y en particular el
antidemocrático sistema binominal de representación parlamentaria, que
constituye la antítesis de la distribución proporcional.
Veamos ahora la arquitectura de la unión de las fuerzas
progresistas y de izquierda chilenas desde la elección de Allende (para no
hablar de formas anteriores, la del Frente Popular en 1936 que llevó a la
presidencia a Pedro Aguirre Cerda sobre la base de la alianza de socialistas,
comunistas y radicales; y del Frente de Acción Popular, FRAP, después del
gobierno espurio de Gabriel González Videla, anatematizado por Pablo Neruda).
La Unidad Popular que consagró a Allende en las elecciones del 4 de setiembre
de 1970 también tenía como base a los socialistas y a los comunistas, a los que
se sumaban: el Partido Radical de Anselmo Sule, la Izquierda Cristiana de
Rafael Agustín Gumucio, el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria) en que
actuaba el actual Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, y Jaime
Gazmuri, otro sector del mismo conocido como el MAPU de Garretón. Esta
coalición obtuvo el 36,4% de los votos y derrotó al candidato de la Democracia
Cristiana, Radomiro Tomic, y al de la derecha, Jorge Alessandri. El MIR estuvo
al margen de la definición, y se pronunció contra el programa de la Unidad
Popular. El 24 de octubre de 1970 se produjo el asesinato del comandante en
jefe del ejército, general René Schneider, como parte de una vasta maniobra
conspirativa para impedir que Allende asumiera la presidencia. No obstante, el Congreso
Pleno lo ratificó, asumió el mandato el 4 de noviembre y logró que el organismo
parlamentario votara la nacionalización del cobre ( el salario de Chile , lo
llamaba Allende) por unanimidad, ya que ningún sector se atrevió a oponerse a
esta sentida aspiración popular. En las elecciones municipales del siguiente
mes de febrero, la Unidad Popular se consolidó y sobrepasó el 44% de los votos.
Los partidos de izquierda fueron reprimidos con una saña
inaudita desde el primer día de la dictadura de Pinochet, que provocó miles de
muertos y torturados, desaparecidos y relegados a prisiones en condiciones
terribles. En 1988, después de 15 años de dictadura, Pinochet promovió un
plebiscito para quedarse 8 años más con el gobierno, y sufrió un revolcón en
toda la línea. El categórico rechazo popular a la dictadura creó las
condiciones para una instancia electoral, que se fijó para diciembre de 1989.
Allí un conjunto de partidos opositores creó la Concertación por la Democracia,
con Patricio Aylwin, del Partido Demócrata Cristiano, como candidato, que
triunfó con el 55,2% de los votos. La Concertación estaba conformada por el
PDC, el Partido Socialista, el Partido Radical Socialdemócrata y el Partido por
la Democracia, PPD. El Partido Comunista quedó fuera de esta alianza. En las
siguientes elecciones triunfaron sucesivamente: Eduardo Frei (h), de la
Democracia Cristiana, con 58% de los votos; el socialista Ricardo Lagos,
y posteriormente Michelle Bachelet, también del Partido Socialista, que gobernó
de 2006 a 2010. Cada uno de estos presidentes fue electo como candidato común
de los cuatro partidos de la Concertación por la Democracia, con la integración
señalada. Este curso se interrumpió con la elección de Sebastián Piñera; pero
ahora la situación vuelve a su cauce con la nueva elección de Michelle
Bachelet.
Y lo hace en un cuadro de mayor amplitud y profundidad por
parte de las fuerzas progresistas y de izquierda, y de su mayor calado en el
seno del pueblo. El ingreso del Partido Comunista a la coalición triunfante, y
su posible incorporación al nuevo gobierno que se iniciará en marzo, entraña un
cambio muy significativo. Máxime porque está estrechamente ligado a las
movilizaciones sociales, y muy especialmente de la juventud estudiantil, que
grabaron su sello en la campaña electoral y se reflejaron de manera clara y
directa en la elección misma y en los representantes parlamentarios electos.
Durante la campaña electoral, la derecha jugó a fondo la carta del
anticomunismo, y fracasó rotundamente. Sin duda el PCCh gravitará en grado
significativo en la articulación del movimiento social con el movimiento
político en la nueva etapa. Michelle Bachelet fue la abanderada de una amplia
conjunción de fuerzas, la mayor de la historia de Chile, que sumó a los
cuatro partidos de la Concertación (Partido Socialista, Partido Demócrata
Cristiano, Partido por la Democracia y Partido Radical Socialdemócrata), además
del Partido Comunista, a la Izquierda Ciudadana, al Movimiento Amplio Social y
a Independientes de Izquierda, para extender su arraigo e influencia a lo más
profundo del pueblo chileno. Como dijimos, la elección como diputados de los
principales dirigentes de la movilización estudiantil por una educación
gratuita y de calidad reviste una peculiar significación. Ellos son: Camila
Amaranta Vallejo y Karol Kariola, ambas del Partido Comunista, por una comuna
de Santiago y otra de Concepción; , Giorgio Jackson, en la capital Santiago, y
Gabriel Boric, en la austral Magallanes, ambos independientes de izquierda.
(Como detalle anecdótico consignamos que amaranto es el color emblema de la
Juventud Comunista). En esta elección disminuyó sensiblemente el peso del
Partido Progresista de Marco Enríquez-Ominami, que en la primera vuelta obtuvo
el 10,98% de los votos (la mitad que en la anterior elección presidencial) y no
comprometió el apoyo de sus seguidores por Michelle Bachelet en la segunda
vuelta.
En la etapa que se abre en 2014, la Nueva Mayoría se
proyecta como coalición de gobierno, y la presidenta electa ha colocado desde
ya en la agenda los temas prioritarios de la reforma educativa, la reforma
tributaria y la reforma constitucional. En la elección misma, numerosos
votantes inscribieron al margen de su voto la sigla: AC, para marcar el reclamo
de una Asamblea Constituyente que no deje en la Carta Magna ningún vestigio del
pinochetismo. Estarán presentes también los reclamos de las poblaciones
mapuches, ampliamente movilizadas contra las políticas del gobierno de Piñera
en relación con el medio ambiente. Así lo destacó el presidente del Partido
Comunista, Guillermo Tellier, al señalar que lo fundamental en esta hora es el
cumplimiento del programa, que apunta a hacer reformas profundas (y que) todos
los partidos hemos acordado cumplirlo . Subrayó asimismo el papel de la unidad:
El éxito del programa dependerá de cómo actuemos en unidad.
Michelle Bachelet dirigió un sentido mensaje a la ciudadanía
tras conocerse el resultado comicial, en el que recordó la figura de su
padre, el general Alberto Bachelet, un militar fiel a su investidura asesinado
al comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet. Expresó: Están las condiciones
económicas, sociales y políticas, ahora es el momento. Tenemos la fuerza
ciudadana, tenemos la voluntad y la unidad. Es tiempo de combatir la
desigualdad juntos, es tiempo de volver a creer en nosotros mismos.
No había mejor manera de despedir este año que el resultado
de la elección chilena para su país y para toda América Latina, que mira hoy a
Chile con renovadas esperanzas.
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