Eduardo Febbro | La
prensa francesa sufre de lleno la crisis que azota al soporte papel y, más que
ningún otro, el diario Libération, el matutino estrella de la izquierda
francesa de los años ’70, fundado por el filósofo Jean-Paul Sartre y Serge
July, está al borde de la desaparición. El diario perdió cerca de un millón y
medio de euros en 2013, al mismo tiempo que registró un retroceso de sus ventas
del 29 por ciento, el más alto de la prensa francesa. El diario vende unos cien
mil ejemplares por día, pero, a falta de fondos de aquí a finales de marzo, ya
no habrá más dinero para pagar los salarios. La crisis interna desembocó en una
huelga y en la renuncia de su director, Nicolas Demorand.
Libération no consigue acertar con un modelo económico viable que combine al mismo tiempo el papel diario y los soportes digitales y un contenido actual. La crisis más fuerte se desató cuando el personal del diario se enteró de un correo enviado por uno de los accionistas y propietario del edificio sede de Libération, Bruno Ledoux, en el cual proponía una transformación radical de las estructuras del matutino. Dicho correo planteaba aprovechar la marca Libération para transformar toda la estructura en una “red social, creadora de contenidos, beneficiaria en una amplia paleta de soportes multimedia (print, video, digital, foros, acontecimientos, radio, etc.)”. El accionista preveía igualmente la transformación del edificio “en un espacio cultural multifunciones” dedicado “completamente” a “Libération y su universo “. El texto enviado por Bruno Ledoux a los demás accionistas no dejaba muchas alternativas: “de un lado la quiebra, del otro una visión distinta”.
Los periodistas respondieron de inmediato con una edición
especial del matutino, donde defendían un principio inamovible: “Somos un
diario”, “no somos un restaurante, una cafetería, una red social, un set de
televisión, un bar o una incubadora de start up”. La redacción del rotativo
rechazó masivamente ese proyecto. Accionistas y periodistas están de acuerdo
con la idea del cambio, aunque no con la misma metodología. La idea central de
quienes manejan los fondos consiste en convertir la marca Libération en una
suerte de “Libéland”, en que los 4500 metros cuadrados de la sede del matutino
se transformen en un espacio de ofertas culturales decorado por el diseñador
Philippe Starck y que la redacción en sí misma se mude a otro edificio. La
evolución propuesta se basa en una estrategia de cambio en la cual, como lo
explicó Ledoux, “el papel seguirá siendo el corazón del sistema, pero no el
sistema en sí mismo “. Empresario millonario, productor, mecenas, ligado al
mundo del mercado inmobiliario, Ledoux forma el núcleo de los accionistas
mayoritarios del diario junto al banquero Edouard de Rothschild.
La idea planteada por los accionistas no es nueva. En la
mayoría de las capitales de Occidente, la prensa escrita atraviesa una crisis
profunda y casi todos los inversionistas apuntan hacia los soportes digitales y
la diversificación. Lo que sorprendió aquí fue la irrupción repentina de un
plan semejante, sin previa consulta con el personal, el cual rechaza de llano
que el matutino pase a ser un “Libéland”, un “Libémarket” o un “Libéworld”. Si
bien es cierto que desde hace tres años Libération no registraba pérdidas, no
es ni la primera vez que atraviesa por graves problemas de tesorería, ni
tampoco la primera en que los accionistas que ingresan en el capital para
salvarlo hacen y deshacen a su antojo. Como ya lo escribió alguna vez Jean-Paul
Sartre, “el dinero no tiene ideas”. O tal vez una, sí, fija: ganar cada vez
más. En 2006, cuando Edouard de Rothschild ingresó en el capital de Libération,
el banquero forzó la renuncia del hombre que había construido Libération junto
a Sartre, Serge July. El alejamiento de uno de los pilares históricos del
matutino condujo a muchos otros periodistas a dejar una redacción ya diezmada
por la interna que había estallado entre los maoístas de la primera hora y la
línea más consensual que impuso Serge July.
Libération no fue nunca más lo que había sido. Como muchos
otros diarios nacidos a la izquierda y herederos de la ola liberadora de los
sesenta, el rotativo se fue diluyendo entre los imperativos de los accionistas
y un contenido difuso, entre jueguitos de palabras sin mucho interés, rúbricas
blandas, ni totalmente joven, ni plenamente renovado, siempre oscilando entre
dos mundos, el de la nostalgia y el que hay que inventar. Pese a ello,
Libération es aún capaz de algunas incursiones en el sabroso mundo de la
insolencia. En 2102, en pleno debate sobre la fuga de los millonarios al
extranjero para escapar a la política fiscal del presidente socialista François
Hollande, el rotativo francés arremetió contra Bernard Arnault, el presidente
director general del grupo LVMH. Bernard Arnault había pedido la nacionalidad
belga a fin de pagar menos impuestos. Libération lo retrató en primera plana
con el siguiente titular: “Rajá de acá, rico boludo”. En cuanto apareció esa
edición, las diferentes empresas del grupo LVMH anularon sus contratos
publicitarios con Libération. El costo fue alto: entre los anuncios directos de
LVMH y otros del sector del lujo, el diario perdió cerca de medio millón de
euros en ingresos publicitarios. Libération es hoy el único diario de izquierda
de alcance nacional. La hora de la verdad se aproxima a grandes pasos.
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