El escenario político reciente estuvo signado
por el debate que suscitó qué hacer frente a la segunda vuelta electoral, en la
que resultó elegido nuevamente Juan Manuel Santos. Lo anterior en el marco de
la disyuntiva -planteada desde el establecimiento- entre la paz y la guerra, la
democracia o el fascismo, como mecanismo para incorporar a sectores de
izquierda, intelectuales, académicos, periodistas y al ciudadano del común, a
la pugna interburguesa que protagonizan como actores principales Juan Manuel Santos
y Álvaro Uribe Vélez.
En efecto, un sector importante de las izquierdas, entre ellas el Partido Comunista, sectores de Marcha Patriótica, del PDA en cabeza de su presidenta Clara López, la agrupación política de la ex senadora Piedad Córdoba, entre otros, quedó seducido por el discurso “democrático”, “liberal” del presidente candidato, quien no tuvo escrúpulos para usar las negociaciones de paz como mecanismo de alinderamiento electoral a su favor. De paso, estos sectores políticos echaron por la borda cualquier caracterización crítica del papel que juega el mandato de Juan Manuel Santos en el sostenimiento del régimen político bonapartista, y enviaron un mensaje equívoco a su militancia, que implicó suponer que se puede confiar en los candidatos del establecimiento a la hora de luchar por el poder.
La frase según la cual no se estaba votando por Santos sino por la paz, sirvió como consigna vergonzante de una política de conciliación de clases, partiendo del supuesto falso de que al votar por Santos se apoya la paz sin apoyar el modelo económico de privatizaciones, deterioro de las condiciones laborales, explotación irracional de los recursos naturales, dependencia respecto al imperialismo norteamericano, entre otros rasgos del régimen de acumulación violento que caracteriza el capitalismo realmente existente en Colombia, como si este régimen de acumulación no tuviese relación algunacon la dinámica del conflicto colombiano. No, señoras y señores, se votó por el paquete completo, y de paso se dio un respiro al régimen, que había visto en los últimos años cómo avanzaba la iniciativa popular con importantes movilizaciones de campesinos, mujeres, estudiantes, indígenas, profesionales de la salud, maestros y los demás sectores populares. Precisamente, el año 2013 marcó el pico más alto de movilizaciones y protestas de los últimos años.
A continuación, la desmoralización, confusión política y división en el campo popular. Ese es el escenario que ha quedado, luego del apoyo A Juan Manuel Santos, director de la orquesta del régimen reaccionario colombiano. No obstante, de parte de esa izquierda conciliadora, se cataloga dicho compromiso político como “audaz”. El chiste se cuenta solo.
Y todo indica que no se pretende corregir el rumbo. En efecto, el denominado “Frente Amplio por la Paz”, verdadero frente electoral sin identidad política, busca reafirmar la postura de las elecciones presidenciales ahora en el terreno de los comicios locales; nuevamente, la amenaza del fascismo ahora en las regiones justifica la política de alianza de “todos los demócratas” para blindar el proceso de paz y evitar el ascenso del “Uribato”. Lo que evitan confesar sus promotores, es que la alianza se va a realizar en torno al proyecto de unidad nacional de Santos y su concepción de la paz desde arriba, en un nuevo capítulo de la novela en la que hay que escoger entre los chicos buenos y los chicos malos del establecimiento.
Aparentemente, de parte de algunos sectores de la izquierda, como el MOIR, se ha planteado una crítica al apoyo a Santos. No obstante, dicha interpelación se hace para justificar y favorecer la alianza con el “empresariado nacional” propuesta y defendida a capa y espada por su figura pública más conocida, el senador Jorge Robledo, quien en reciente entrevista con la periodista Cecilia Orozco, planteó sin sonrojarse que no hay nada más a la izquierda que defender el empleo y por lo tanto a los que lo generan. Todo en el marco de la caracterización dogmática y esquemática según la cual la contradicción principal se desarrolla con el imperialismo norteamericano, lo cual supone concentrar la acción política en la lucha contra los TLC en alianza con el “empresariado nacional”.
Por supuesto, esta concepción tiene consecuencias, como por ejemplo, el apoyo abierto o soterrado de la burguesía agraria y los terratenientes, con FEDEGÄN y Lafaurie a la cabeza, o la rancia oligarquía valluna representada por Emilio Sardi. En última instancia, el conflicto y las desavenencias entre el sector liderado por Jorge Robledo y las otras agrupaciones de la izquierda que apoyó a Santos, se reducen a cuál es el sector de la burguesía a la que se le deben entregar las banderas de la lucha. La lucha por conseguir el favor de uno u otro sector del establecimiento colombiano está a todo dar.
Lo que no observan en sus estrechos horizontes, unos y otros, es que la lucha por la paz pasa por la lucha contra el modelo de expoliación que supone la dependencia del capitalismo internacional y nacional; en otros términos, la lucha que se impone en Colombia es contra el capitalismo realmente existente en nuestro país, que en el plano externo ha significado ser funcionales a las necesidades de la acumulación a escala mundial, en el marco de la división internacional y territorial del trabajo; y en el plano interno, el desarrollo capitalista a través del despojo y la acumulación violenta de capitales, tierras, recursos. En este propósito no ha existido una burguesía “progresista”, deslindada de estos métodos ni de los beneficios del estado de cosas vigente.
Así las cosas, urge desarrollar una organización y un programa político que tenga como punto de partida la independencia de clase, que pueda agrupar al unísono las aspiraciones de todo el campo popular, las víctimas en primer lugar, que logre plantearse el problema de la paz desde abajo, desde la lucha y no como comité de aplausos de los demócratas de ocasión o como plataforma electoral en la que “todas las formas de conciliación” resultan bienvenidas. La iniciativa de la paz y de las transformaciones económicas, políticas y sociales que requiere el país deben ser arrebatadas a los de arriba para que surja la imaginación creadora y liberadora de los oprimidos y explotados.
En efecto, un sector importante de las izquierdas, entre ellas el Partido Comunista, sectores de Marcha Patriótica, del PDA en cabeza de su presidenta Clara López, la agrupación política de la ex senadora Piedad Córdoba, entre otros, quedó seducido por el discurso “democrático”, “liberal” del presidente candidato, quien no tuvo escrúpulos para usar las negociaciones de paz como mecanismo de alinderamiento electoral a su favor. De paso, estos sectores políticos echaron por la borda cualquier caracterización crítica del papel que juega el mandato de Juan Manuel Santos en el sostenimiento del régimen político bonapartista, y enviaron un mensaje equívoco a su militancia, que implicó suponer que se puede confiar en los candidatos del establecimiento a la hora de luchar por el poder.
La frase según la cual no se estaba votando por Santos sino por la paz, sirvió como consigna vergonzante de una política de conciliación de clases, partiendo del supuesto falso de que al votar por Santos se apoya la paz sin apoyar el modelo económico de privatizaciones, deterioro de las condiciones laborales, explotación irracional de los recursos naturales, dependencia respecto al imperialismo norteamericano, entre otros rasgos del régimen de acumulación violento que caracteriza el capitalismo realmente existente en Colombia, como si este régimen de acumulación no tuviese relación algunacon la dinámica del conflicto colombiano. No, señoras y señores, se votó por el paquete completo, y de paso se dio un respiro al régimen, que había visto en los últimos años cómo avanzaba la iniciativa popular con importantes movilizaciones de campesinos, mujeres, estudiantes, indígenas, profesionales de la salud, maestros y los demás sectores populares. Precisamente, el año 2013 marcó el pico más alto de movilizaciones y protestas de los últimos años.
A continuación, la desmoralización, confusión política y división en el campo popular. Ese es el escenario que ha quedado, luego del apoyo A Juan Manuel Santos, director de la orquesta del régimen reaccionario colombiano. No obstante, de parte de esa izquierda conciliadora, se cataloga dicho compromiso político como “audaz”. El chiste se cuenta solo.
Y todo indica que no se pretende corregir el rumbo. En efecto, el denominado “Frente Amplio por la Paz”, verdadero frente electoral sin identidad política, busca reafirmar la postura de las elecciones presidenciales ahora en el terreno de los comicios locales; nuevamente, la amenaza del fascismo ahora en las regiones justifica la política de alianza de “todos los demócratas” para blindar el proceso de paz y evitar el ascenso del “Uribato”. Lo que evitan confesar sus promotores, es que la alianza se va a realizar en torno al proyecto de unidad nacional de Santos y su concepción de la paz desde arriba, en un nuevo capítulo de la novela en la que hay que escoger entre los chicos buenos y los chicos malos del establecimiento.
Aparentemente, de parte de algunos sectores de la izquierda, como el MOIR, se ha planteado una crítica al apoyo a Santos. No obstante, dicha interpelación se hace para justificar y favorecer la alianza con el “empresariado nacional” propuesta y defendida a capa y espada por su figura pública más conocida, el senador Jorge Robledo, quien en reciente entrevista con la periodista Cecilia Orozco, planteó sin sonrojarse que no hay nada más a la izquierda que defender el empleo y por lo tanto a los que lo generan. Todo en el marco de la caracterización dogmática y esquemática según la cual la contradicción principal se desarrolla con el imperialismo norteamericano, lo cual supone concentrar la acción política en la lucha contra los TLC en alianza con el “empresariado nacional”.
Por supuesto, esta concepción tiene consecuencias, como por ejemplo, el apoyo abierto o soterrado de la burguesía agraria y los terratenientes, con FEDEGÄN y Lafaurie a la cabeza, o la rancia oligarquía valluna representada por Emilio Sardi. En última instancia, el conflicto y las desavenencias entre el sector liderado por Jorge Robledo y las otras agrupaciones de la izquierda que apoyó a Santos, se reducen a cuál es el sector de la burguesía a la que se le deben entregar las banderas de la lucha. La lucha por conseguir el favor de uno u otro sector del establecimiento colombiano está a todo dar.
Lo que no observan en sus estrechos horizontes, unos y otros, es que la lucha por la paz pasa por la lucha contra el modelo de expoliación que supone la dependencia del capitalismo internacional y nacional; en otros términos, la lucha que se impone en Colombia es contra el capitalismo realmente existente en nuestro país, que en el plano externo ha significado ser funcionales a las necesidades de la acumulación a escala mundial, en el marco de la división internacional y territorial del trabajo; y en el plano interno, el desarrollo capitalista a través del despojo y la acumulación violenta de capitales, tierras, recursos. En este propósito no ha existido una burguesía “progresista”, deslindada de estos métodos ni de los beneficios del estado de cosas vigente.
Así las cosas, urge desarrollar una organización y un programa político que tenga como punto de partida la independencia de clase, que pueda agrupar al unísono las aspiraciones de todo el campo popular, las víctimas en primer lugar, que logre plantearse el problema de la paz desde abajo, desde la lucha y no como comité de aplausos de los demócratas de ocasión o como plataforma electoral en la que “todas las formas de conciliación” resultan bienvenidas. La iniciativa de la paz y de las transformaciones económicas, políticas y sociales que requiere el país deben ser arrebatadas a los de arriba para que surja la imaginación creadora y liberadora de los oprimidos y explotados.