“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/4/15

Dinámica de la crisis económica internacional

Ramiro Gálvez Aldana & Iván Gabriel Corredor Castillo
La economía capitalista internacional desde mediados de los años 80 se ha caracterizado principalmente por el cambio de tendencia del régimen salarial vigente. En la así llamada “edad de oro”, predominó un régimen en el cual la remuneración de los trabajadores estaba estrechamente asociaba al desempeño de la productividad laboral. En dicho caso los salarios ascendían al ritmo del incremento de la productividad. Fueron las épocas del auge de las políticas keynesianas, del New Deal y del Estado del Bienestar.

El economista francés Michel Husson, miembro del Concejo científico de ATTAC, subraya que “este reparto era relativamente equilibrado durante la “edad de oro”, que se extendió desde la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis de mediados de los años 70, tras lo cual dicho equilibrio se puso en cuestión de forma brutal”. Desde mediados de los años 80, “todas las palancas fueron utilizadas, principalmente el choque de la subida de las tasas de interés y la mundialización, pero la herramienta esencial fue la subida del paro que provocó la crisis”. Puntualiza que “se trata de un resultado sólidamente establecido en datos estadísticos incontestables, que se aplica a la mayoría de los países, tanto del Norte como del Sur… La parte salarial comienza a bajar, luego tiende a estabilizarse a un nivel históricamente muy bajo”[1].

Por tanto de un régimen en el que el salario aumentaba tanto como la productividad, se pasa a uno en el que la remuneración salarial crece a un ritmo inferior a la productividad. “En estas condiciones, las ganancias de productividad no vuelven ya a los salarios, cuyo poder de compra se ve bloqueado, sino a las ganancias, poniéndose así en marcha la bajada de la parte salarial”[2].

Aun así, esta caída relativa de los salarios en favor de los beneficios no ha sido utilizada para invertir más, lo cual se ha traducido en un acentuado descenso de la tasa de acumulación. “El beneficio no invertido ha sido distribuido bajo la forma de beneficios financieros… el capital financiero ha logrado captar la mayor parte de las ganancias de productividad en detrimento de los salarios, cuya parte ha retrocedido”[3].

A partir del momento en que la tasa de ganancia aumenta gracias al retroceso salarial sin reproducir condiciones de acumulación rentable, las finanzas entran a jugar un rol funcional en  la reproducción, creando salidas alternativas a la demanda salarial.

La economía norteamericana

La evolución del capitalismo norteamericano registra un curso relativamente diferente. Una caída de la tasa de beneficio desde 1997 acompañó un crecimiento inusitado de la tasa de acumulación. Contrario a las esperanzas que pudo suscitar, la “nueva economía” condujo a una caída de la tasa de ganancia... Las nuevas tecnologías -agrega Husson- han permitido sin duda ganancias de productividad, pero fueron insuficientes para compensar un aumento espectacular de la tasa de acumulación.

La sobreacumulación implícita del fenómeno, expresado en un ascenso tendencial de la composición orgánica del capital (relación entre capital constante y capital variable; se sabe que cuanto mayor es esta relación menores son las ganancias), pone fin, subraya Husson, a las ilusiones sobre la capacidad del capitalismo para librarse de sus leyes fundamentales. Las nuevas tecnologías no son el instrumento mágico que permite al capital acumular gratuitamente.

La recuperación experimentada por la economía de EEUU desde 2001, fue acompañada por una restauración de la rentabilidad del capital, aprovechado también para llevar las tasas de acumulación a un nivel más acorde con la rentabilidad, afirma Husson. “Este ajuste no se hizo sin embargo al precio de una desaceleración duradera y profunda de la economía. El gobierno de Bush adelantó a partir del 11 de septiembre una política económica orientada a un único objetivo: sostener el nivel de actividad económica: Para ello implementó tres palancas principales… una especie de “keynesianismo” militar; una reducción espectacular de los impuestos que permitió estimular el consumo de los ricos; las tasa de interés fueron llevadas a un nivel muy bajo con el fin de sostener el mercado interno, en particular el inmobiliario”. El dinamismo del mercado interno pudo así mantenerse. Esta política tuvo como contraparte la profundización de toda una serie de contradicciones. 

Las principales desventajas se tradujeron en un enorme incremento del déficit presupuestal; un aumento sin precedentes del nivel de endeudamiento de los hogares; una profundización en la desigualdad de los ingresos y un aumento del déficit comercial en relación al resto del mundo.

La productividad en EEUU

El auge de la “nueva economía” asociada a la generalización de las “nuevas tecnologías” trajo como resultado una progresión más rápida  de la productividad en EEUU desde mediados de los años 90, lo cual sirvió de combustible para alimentar la desaforada fiebre bursátil característica de la época. Los capitales foráneos fueron así atraídos masivamente por el apogeo bursátil del Dow Jones, profundizando de paso el déficit comercial norteamericano.

La encrucijada propuesta a la economía internacional, según Husson, era la de si las “nuevas tecnologías” iban a permitir un salto adelante duradero de la rentabilidad, y si extendiéndose al conjunto de países, encadenaría una nueva fase de expansión duradera, es decir el inicio de una nueva onda expansiva de largo alcance. “En la práctica, la cuestión era saber si se trataba de un “peldaño” duradero o de un ciclo higt tech que devolvería la productividad a su tendencia pasada en cuanto el esfuerzo de inversión se relajara”.

Según Husson la perspectiva del tiempo confirma la tesis del ciclo higt tech, pues la productividad del trabajo en EEUU se vio frenada en el curso de los últimos años y ha vuelto a una tasa de crecimiento inferior al 2%, similar a la que prevalecía durante el lapso que precedió a la “nueva economía”… “No parece pues que la economía de EEUU hubiera accedido a un dinamismo nuevo fundado en las ganancias de productividad… Las ganancias de productividad de la “nueva economía” se concentraron en tres ramas: el comercio al por mayor, el comercio detallista y los servicios financieros”.

El consumo de los ricos mantuvo el crecimiento en EEUU

En la década anterior al estallido de la crisis financiera de 2008, el PIB de los EEUU creció a un ritmo anual de 2,7%. El motor de dicho crecimiento fue el consumo de las familias, que pasó durante este período del 67,5% al 71,6% del PIB. “Esta progresión del consumo ha sido obtenida mediante una baja continua de la tasa de ahorro… en los diez últimos años, la tasa de ahorro de las familias pasó pues del 4,7%  al 0,2%”, enfatiza Husson.

Una capa social muy reducida acapara la casi totalidad del crecimiento, llevando a un nivel record las desigualdades de renta y de patrimonio. Esta capa social padece de un verdadero frenesí por el consumo, garantizado por la apreciación de su patrimonio,... Las familias menos afortunadas se endeudan también con el auge del crédito al consumo o hipotecario.

En este modelo, afirma Husson, la demanda interna crece tendencialmente más rápidamente que la producción doméstica, conduciendo a un déficit creciente del comercio exterior. Este déficit debe entonces ser cubierto mediante un aflujo de capitales, también creciente… Desde al menos hace 15 años, el 1% de la población mundial capta cada año el 15% de la riqueza producida por el conjunto del planeta.

Devaluación del dólar y final de un modelo

La hegemonía de EEUU tiene de paradójica que se basa, desde hace dos decenios, en la importación y no en la exportación de capitales, contrariamente a todas las definiciones clásicas del imperialismo. Se puede hablar de la “bajada imperial del dólar” en el sentido de que, en el período reciente, la fuerza de EEUU se ha medido por la debilidad de su moneda impuesta al resto del mundo.

Todo eso ha terminado, afirma Husson. No se puede pues contar con una depreciación suplementaria del dólar para equilibrar la balanza de pagos de EEUU, y su suerte depende a partir de ahora de los bancos centrales de los países con excedentes. Para reducir esta dependencia, deberá reabsorber el déficit comercial, lo que implica una dosis de recesión y en cualquier caso un freno de la tasa de crecimiento. Puesto que el déficit de EEUU se explica en última instancia por el sobreconsumo de los ricos, el desequilibrio exterior no puede ser reabsorbido más que si se pone término a la enorme desviación de riqueza de que se benefician. En otras palabras la crisis bancaria desemboca en una crisis social, y en una puesta en cuestión de la mundialización liberal. 

La crisis del capitalismo tóxico

La crisis de las hipotecas basura estalló en un segmento relativamente estrecho, el de los préstamos concedidos a familias pobres y garantizados por la vivienda que compraban. Estos contratos eran verdaderas estafas, puesto que los bancos sabían claramente que no serían devueltos. Pero la titulización permitía librarse de ellos. La crisis inmobiliaria desencadenó una reacción en cadena: los bancos fueron descubriendo sus pérdidas una tras otra y se vieron incapaces de obtener progresivamente nuevas fuentes de financiación para cubrir dichas pérdidas. Para detener una serie de quiebras en cascada, los bancos centrales y los gobiernos comenzaron a inyectar dinero o a “nacionalizar” una parte de los bancos.

Toda crisis financiera como la que inició en 2007-2008 debe ser interpretada como un llamamiento al orden de la ley del valor –advierte Husson- Los activos financieros… no miden más que el valor virtual de los patrimonios financieros. Las ganancias (o las pérdidas) no se hacen reales más que en el momento de la venta de las acciones para obtener dinero destinado a comprar un bien real, por ejemplo una vivienda. La capitalización bursátil, es decir, el valor total de las acciones, no tiene en sí misma ningún sentido… Retomando expresiones que son finalmente expresivas, tendríamos una economía real progresando a ritmo tranquilo, y una esfera financiera inflándose a una velocidad exponencial.

El integrante de ATTAC en una interpretación desmitificadora del fetichismo financiero explica cómo los títulos financieros no son otra cosa que un derecho a cuenta sobre la plusvalía producida, que mientras no se ejerza ese derecho, todo sigue siendo virtual. Pero que en cuanto se hace valer, se descubre  que está sometido a la ley del valor que consiste en decir simplemente que no se puede distribuir más riqueza real que la que ha sido producida. Agrega que desde un punto de vista objetivo, las cotizaciones en bolsa deberían pues representar las ganancias anticipadas de las empresas, a partir de las cuales pueden ser entregadas rentas financieras.

La visión desmitificadora le lleva a concluir que los mercados financieros son pues un parásito en un cuerpo sano. Que se alimentan del beneficio no invertido, pero, que con el tiempo, adquieren un grado de autonomía que refuerza el mecanismo. Los capitales libres circulan en busca de una rentabilidad máxima  (la famosa norma del 15%) y logran obtenerla, al menos temporalmente, en ciertos segmentos.

Todos estos mecanismos están actualmente en marcha y se combinan con las demás dimensiones de la crisis para extender sus efectos mucho más allá de la crisis financiera. Así pues, no hay tabique estanco entre los mercados financieros y la economía real, porque los mercados financieros son una pieza  del capitalismo neoliberal.

Al indagar por la prolongación de la crisis financiera iniciada en 2008, cuyo detonante lo constituyó el derrumbe del gigante financiero Leman Brothers, Husson pronostica: “(…) Una cosa es segura… y es que los fundamentos del modelo estadounidense, soportado en un doble déficit, van a ser puestos en cuestión por la crisis financiera… la crisis financiera va a traducirse en una ralentización duradera del crecimiento en EEUU, que va a comunicarse al resto del mundo”.

En tal sentido, explica Husson, otro factor que también debe ser tomado en cuenta si la economía de EEUU se frena de forma duradera, es que se agota con ello una salida importante para los países emergentes, y eso va a empujarlos a volver a centrar su crecimiento en el mercado interno. Aunque resulta difícil ponderar estos diferentes factores, que evolucionarán a distintas velocidades, se pueden hacer, no obstante dos pronósticos:

1. “(…) La trayectoria más probable es un escenario a la japonesa, en la que serán necesarios varios años para absorber las sumas dilapidadas, que no tienen comparación con las conocidas en precedentes crisis financieras. Si no se impone ninguna medida alternativa, el capitalismo se instalará, al menos en los países desarrollados, en una situación de crecimiento lento y regresión social.

2. La salida de la crisis va a estar marcada por una lucha intensa de los grandes actores económicos para trasladar sus efectos sobre otros. En el terreno social, esto implica una presión acrecentada del capital contra los salarios y los presupuestos sociales. A nivel internacional, la guerra comercial y económica entre grandes potencias va a tomar una amplitud nueva y a engendrar una tendencia al fraccionamiento de la economía mundial”.

Durante la crisis, la competencia continúa… todo el mundo ha comprendido que la crisis necesita soluciones globales; pero, al mismo tiempo, cada cual intenta sacar sus castañas del fuego, salvar los muebles, acota Husson.
“Los capitales desplegados en el mercado mundial tienen todo el interés de entrar en el puerto y abrigarse bajo el paraguas de su Estado nacional: No se puede hablar sin embargo de una “vuelta del Estado”, pues el Estado sigue siendo el garante en última instancia de los intereses de la burguesía. Las tesis sobre el “Imperio” muestran de nuevo sus límites: la mundialización no ha suprimido la competencia entre capitales y las rivalidades intercapitalistas, ni conducido a la formación de un gobierno capitalista mundial”.
Al preguntarse quién va a pagar los platos rotos del crash financiero eclosionado en 2008, el asesor de ATTAC explica:
“Para los poseedores, es preciso que sean los trabajadores que están ya en la primera línea, no tanto como ahorradores sino como asalariados o jubilados. La crisis ha arruinado ya millones de hogares en EEUU.”
“Los asalariados están doblemente en el punto de mira: directamente, porque las empresas van a intentar compensar sus pérdidas financieras con un bloqueo de los salarios aún más estricto,… aprovechando el riesgo de incertidumbre... Van a sufrir también los efectos indirectos de la crisis financiera sobre la economía real, que va a llevar su lote de quiebras y despidos… Serán también las primeras víctimas de la reducción de gastos sociales destinada a compensar la carga de los planes de salvamento”. Las convulsiones sociales y políticas que estremecen actualmente a los países del sur de Europa como Grecia, España y Portugal constituyen una muestra de las tormentas que se avecinan en el resto del continente.

Como alternativa a la crisis en curso, Husson sugiere a los trabajadores levantar la consigna del desarme de los mercados financieros y la construcción de un escudo social:

Esta orientación puede combinar dos ejes. El primero es una verdadera nacionalización de los bancos, sin contrapartidas que abarque al conjunto del sistema.

El segundo eje por él denominado “escudo social”… se trata claramente de proteger a los asalariados de las consecuencias de las crisis, ya que nadie puede decentemente sostener que éstos tengan algún tipo de responsabilidad en ella. Al mismo tiempo, hay que imaginar medidas que pongan las bases de un reparto diferente de las rentas y que se apoyen en un argumento elemental de justicia social. Debería impedirse que las empresas continúen entregando a sus accionistas masas enormes de dividendos, al mismo tiempo que continúan despidiendo, precarizando y bloqueando los salarios… ha llegado el momento de congelar los dividendos a su nivel actual y transferirlos a un fondo de mutualización destinado a otros usos, bajo control de los asalariados. Estas sumas podrían ser utilizadas, en proporciones que habría que discutir democráticamente, para el mantenimiento de la renta de los parados… y la financiación de la Seguridad Social, de los presupuestos sociales y de los servicios públicos. Otra medida consistiría en imponer el mantenimiento del poder de compra de los asalariados… Medidas así son las únicas capaces de hacer pagar a los verdaderos responsables de la crisis y pondrían las bases para un mejor reparto de la riqueza.

Los riesgos de la economía norteamericana

Contra todos los pronósticos del “mainstream” de la economía, 2014 tampoco fue el año de la recuperación vigorosa y sostenida de la economía norteamericana. No obstante que la visión optimista estimaba un crecimiento del PIB estadunidense cercano a una media de 3.5%, las cifras reales, consolidadas a inicios 2015, revelan una tasa de crecimiento modesta ligeramente superior a 2.4%, la misma tasa promedio a la cual ha venido creciendo la economía norteamericana desde el trienio iniciado en 2012, prolongando así por cuarto año consecutivo la situación de estancamiento  en que ha caído la economía del gigante del norte. El riesgo de una recaída en una depresión similar o peor a la de 2008, detonada con ocasión de la crisis de las “hipotecas basura”, aún no ha sido conjurado.

Presumiblemente sea esta la razón por la cual el varias veces anunciado fin de la política de “estímulos monetarios”, promulgado por la FED desde 2013, ha sido una vez más aplazado. Algunos estudiosos preocupados por el carácter limitado y vacilante de la recuperación económica, recomiendan diferir la aplicación de la medida por lo menos hasta el año 2016. 


[1] Michel HUSSON, Capitalismo Puro, Ed. Maia, 2009, p. 7-8.
[2] Ibídem, p. 13-14.
[3] Ibídem, p. 15-16.