“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/4/15

José Carlos Mariátegui: 85 años de creación heroica

José Carlos Mariátegui
✆ Manuel Loaiza
“Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de meter toda mi sangre en mis ideas”
Florencia Oroz   |   Este 16 de abril se cumple un nuevo aniversario de la muerte de José Carlos Mariátegui, escritor y pensador marxista nacido en Moquegua, al sur del Perú, el 14 de junio de 1895. Pese a su corta vida (murió a los 35 años producto de una afección en su rodilla que lo aquejaba desde la escuela primaria), su producción teórica fue sumamente prolífica al punto de constituir un verdadero hito fundante del marxismo latinoamericano.

De su vida pública cabe distinguir tres etapas claramente delimitadas: una primera entre 1911 y 1919, en la que las primeras movilizaciones obreras y el eco que venía teniendo la Reforma Universitaria de 1918 por toda Latinoamérica lo apartaron de intereses estrictamente literarios empujándolo hacia el análisis político.

Un segundo momento viene marcado por su formación en Europa y particularmente en Italia, en donde fue testigo de primera mano del proceso de convulsiones políticas producto de la desarticulación económica y social de posguerra que termina llevando a la fundación del Partido Comunista Italiano.

El tercer período, a partir de su vuelta a Perú en 1923, encuentra a Mariátegui convertido definitivamente en un teórico marxista. Así, fue fundador del Partido Socialista Peruano en 1928 (devenido en Partido Comunista en 1930) y acabó por constituirse, junto con otras grandes figuras de la talla del cubano Julio Antonio Mella o el argentino Héctor P. Agosti, en integrante clave de todo un conjunto de pensadores latinoamericanos que se caracterizaron por haber encarado, de forma más o menos consciente, la tarea de construir un corpus teórico marxista desde el propio continente.

Porque si hay algo que reúne a este conjunto de jóvenes pensadores es la idea, resumida magistralmente por Mariátegui, de que el socialismo en nuestro continente no debía ser “ni calco, ni copia, sino creación heroica”. Abandonando las nociones más ortodoxas para ubicarse como parte de una corriente de renovación que se extendió tanto por América Latina como por Europa, estos jóvenes formaron parte de toda una tendencia internacional que discutió con las posiciones hegemónicas para configurar un marxismo nuevo, fundado en la filosofía de la praxis y en el alejamiento de las nociones del determinismo económico.

De este mismo movimiento de renovación fueron parte Antonio Gramsci en Italia y los historiadores del denominado marxismo británico en Inglaterra. Los debates que atravesaron a la corriente en esa primera mitad del siglo XX giraron en torno a la utilidad analítica del binomio base-superestructura y a los elementos que debían tomarse en consideración a la hora de definir el modo de producción hegemónico en una formación histórico social determinada.

En general, se trató de una tendencia a poner de relieve, desde el análisis específico que emprendió cada autor, los elementos de la cultura (cultura en sentido gramsciano, esto es, en tanto forma de ver el mundo hecha modo de vida) como factores centrales para el análisis social.

Marginado desde un principio por la ortodoxia soviética que consagraba de manera absoluta al proletariado industrial como vanguardia del proceso revolucionario, Mariátegui corrió la misma suerte que su contraparte italiano y fue rápidamente excomulgado de la iglesia estalinista. Y es que para el escritor peruano postulados como aquellos no tenían ni pies ni cabeza en un país que, por entonces, apenas si contaba con un puñado de obreros sumergidos en un mar de campesinos e indígenas que conformaban la abrumadora mayoría del universo popular.

Es por esto que para los pensadores latinoamericanos de la época se agrega un segundo gran eje de renovación. Estos intelectuales contaban con un importante camino recorrido en materia de procesos de cambio. Sin ir más lejos, se puede traer a colación la Guerra de Independencia cubana de 1895, la Revolución Mexicana de 1910 o la Reforma Universitaria de 1918. Todos estos procesos habían influido en una generación (conocida como “la generación de los años veinte”) que veía en la realidad latinoamericana elementos singulares que hacían necesaria la construcción de un marxismo propiamente latinoamericano. Lo que faltaba era una teoría; una teoría que no intente encajar la realidad latinoamericana en moldes europeístas, sino que parta del análisis político, social y económico del continente para construirla.

Esa es la tarea que encaró Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, obra que, si bien trata sobre el Perú, a la vez habla de toda Latinoamérica, pues los problemas que se examinan reaparecen, con ligeras variaciones, en otros países de la región.

No es la idea acá hacer una síntesis de la obra, tarea, por otra parte, por demás recomendable. Baste resaltar el espíritu general de estos ensayos que, sin despreciar los aportes teóricos del materialismo dialéctico europeo, intentaron -con gran éxito, vale aclararlo- librarse de las anteojeras impuestas por un marxismo anquilosado por la ortodoxia eurocentrista para revolucionar el método y refundar la teoría.

Como lo señala el propio Mariátegui en la “Advertencia” con la que inicia sus Siete ensayos: “No es éste, pues, un libro orgánico. Mejor así. (…) Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de meter toda mi sangre en mis ideas”.
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