“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

7/6/15

Francia, aquí y ahora

François Sabado   |   A menudo se ha analizado la situación francesa como una "excepción" en Europa; se habla de la "excepción francesa", en referencia a una historia en la que aún pesa la Revolución de 1789. Una revolución que, de hecho, significó determinadas conquistas sociales, un potente servicio público, un Estado fuerte, un movimiento obrero importante y dinámico, una lucha de clases en auge, derechos sociales y libertades democráticas y la laicidad arrancada por históricas movilizaciones populares. Actualmente, en estos últimos años, si bien el Estado fuerte continúa existiendo, el conjunto de conquistas sociales ha sido puesto en cuestión.

El largo período de contra-reforma liberal que se inició en los años 1980 en Francia, su aceleración tras el estallido de la crisis en 2008, las políticas de austeridad y la demolición social emprendida por el gobierno socialista de Hollande han deconstruido y desmantelado el contenido de esta "excepcionalidad francesa". No se trata de un hundimiento, sino de una deconstrucción, de un desmantelamiento progresivo.
Los cambios socio-económicos
Las políticas de austeridad impulsadas estos últimos años no son unas políticas de austeridad al uso, sino que tienen una dimensión mucho mayor. Su objetivo es doble: el primero, liquidar lo que aún queda del "modelo social francés", que las clases dominantes consideran como uno de los principales obstáculos para la competitividad francesa. El segundo, reorganizar la sociedad, pasando de la "generalización de la economía de mercado a la sociedad de mercado", privatizando, desregulando y precarizando la vida económica y social. De ahí que la "reforma del mercado laboral", con la modificación de la legislación laboral, se sitúe en el centro de la desregulación de las relaciones sociales, con el objetivo de debilitar la fuerza de los asalariados y asalariadas y reforzar a la patronal. Estas políticas se dan en un contexto de desempleo masivo (prácticamente el 20% de la población activa), de una reducción del poder adquisitivo en base a la congelación de los salarios y de las pensiones, un incremento significativo de los impuestos y la explosión de la precariedad.

Las políticas de recorte de gastos sociales, de las dotaciones a las colectividades territoriales (municipios, mancomunidades…), de recortes en la sanidad y en la educación pública agravan las condiciones de vida de las clases populares. La política de ayudas y subvenciones fiscales a la patronal configuran una transferencia de las rentas salariales a las rentas de capital de decenas de miles de millones. Cierto, los efectos de la crisis no son tan graves como en Grecia, Portugal o España. Francia continúa siendo la 6ª potencia mundial, y mantiene una posición importante en el mercado mundial y dispone de colchones para amortiguar los efectos de la crisis, pero los efectos de las políticas de austeridad son devastadores. La recuperación económica que conoce Europa y Francia no se traduce en creación de empleo ni en incremento del poder adquisitivo. En determinados suburbios y barrios, las clases populares viven un proceso de empobrecimiento e incluso de descomposición social. A las políticas de austeridad se le suman las derivas autoritarias: en nombre de la política antiterrorista, se ponen en cuestión derechos democráticos fundamentales. Asistimos a una situación en la que la izquierda [en el poder] atenta contra libertadas como no se conocía en Francia desde la guerra de Argelia.

A esta crisis económica y social se le añade la crisis política, porque es la izquierda (el Partido Socialista-PS) quien agrede a los trabajadores y trabajadoras, con una pérdida importante de su base social, y su apoyo político y social es muy estrecho.
La transformación burguesa del Partido Socialista
El año 2012, los socialistas llegaron a ocupar todos los poderes institucionales: Presidencia de la República, mayoría en la Asamblea Nacional, en el Senado y en las principales ciudades y departamentos, así como en todos los gobiernos regionales. Hoy en día lo han perdido todo o casi todo. En las últimas elecciones departamentales, en las que la abstención se ha situado casi en el 50%, el PS, con el 21 % de votos, ha quedado relegado a tercera fuera, tras el Front National (FN) con el 25 % y la derecha conservadora con el 29 %. De los 280 000 adherentes que tenían en el año 2006 ha pasado a 130 000 en 2014. Y de cara al último congreso sólo han votado 70 000. Pero el PS no está en proceso de pasokización. [Se refiere al PASOK, siglas del Partido Socialista griego] Aún cuenta con más del 20 % de sufragios. No se ha hundido. Francia no es Grecia. Ni el nivel de la crisis es igual en ambos países. Pero asistimos a un debilitamiento considerable del PS y, sobre todo, a un profundo cambio de naturaleza de este partido. Se da lo que podríamos llamar una aceleración en la transformación burguesa de la socialdemocracia. Un proceso que viene de lejos, pero que ahora se acelera. Esta transformación se manifiesta a través de una integración sin precedentes del aparato de la socialdemocracia en las cúpulas del Estado y de la economía global. Los partidos socialistas han pasado de ser "cada vez menos obreros" y cada vez "más burgueses". La brutalidad de las políticas neoliberales impulsadas por la socialdemocracia socava sus bases sociales y políticas.

Al respecto, algunos teóricos del PS en Francia -quienes animan el "Think tank" Terra Nova- han concluido que es necesario modificar los objetivos sociales de la socialdemocracia. Los obreros, los empleados y los técnicos deberían ser reemplazados por los cuadros, los profesionales liberales y las capas superiores del proletariado. Es decir, habría que "cambiar de pueblo". La composición de sus órganos de dirección también ha sufrido cambios: los enseñantes, los burócratas sindicales, los abogados (los "taberneros" que decía Trotsky) han cedido la plaza a los diplomados en la Escuela Nacional de la Administración, a tecnócratas y a financieros. Hasta el punto que los partidos socialistas padecen una especie de pérdida de vitalidad, una ruptura con partes enteras de su historia. Los adherentes son reemplazados por profesionales de la política: electos y asistentes de electos. Las políticas de la Unión Europea (UE) han agravado esta transformación cualitativa. Bajo diferentes formas, los partidos socialistas se transforman en partidos burgueses. ¿Quiere esto decir que se convierten en partidos burgueses asimilables a los existentes? De ninguna manera: la existencia de la alternancia [en el gobierno] exige que los PS definan sus diferencias con el resto de partidos burgueses. Por su origen histórico, continúan vinculados al movimiento obrero, pero estos vínculos ya no son más que trazos que se van borrando en la memoria de los militantes. No obstante, este hecho hace que surjan contradicciones y oposiciones en el seno de esos partidos que pueden guardar cierta relación con el "pueblo de izquierda", aún cuando cada vez sean más distendidas. Si esta transformación cualitativa va hasta el final, transformará a estos partidos en "partidos demócratas a la americana".

Esta transformación burguesa neoliberal -neoliberal es más correcto que social-liberal, porque ya no queda casi nada de social en esta evolución de la socialdemocracia- ya ha cristalizados, pero las corrientes más a la derecha de los Partidos socialistas la consideran aún insuficiente. Por ejemplo, en Francia Manuel Valls (Primer ministro del Presidente François Hollande) ha declarado en varias ocasiones que "es preciso acabar con todas las referencias social-demócratas". Emmanuel Macron, banquero y Ministro de Finanzas de Hollande, ha ido más allá llamando, también, al "abandono de todas las veleidades de izquierda". Lo que quieren es transformar el proceso actual en una tendencia definitiva que acabe con el Partido socialista. Es una hipótesis que se puede confirmar en el PS en caso de una nueva debacle en las presidenciales del 2017. Actualmente, las alas derecha del PS están a la ofensiva y es necesario constatar que frente a quienes desean ir a marchas forzadas hacia una transformación neoliberal, los distintos sectores que se les oponen no renuevan los lazos con un reformismo clásico ni, mucho menos, con las ideas de las corrientes históricas de izquierda de la social-democracia. Sólo corrigen las aristas más áridas de las políticas neoliberales. Los dirigentes de la oposición interna en el PS votaron a favor del "Pactos presupuestario europeo" (el Tratado para la estabilidad y la gobernanza en Europa, de marzo de 2012). También votaron a favor del ANI (Acuerdo sobre la competitividad y el empleo) - desregulación del código laboral-, así como la prolongación de la edad de jubilación. Los años de contrarreforma neoliberal y retroceso que ha conocido el movimiento obrero en Europa se deben a ello. El horizonte de quienes en el seno de los partidos socialistas se oponen a las "traiciones" más flagrantes respeta el marco fundamental de las políticas neoliberales.
La ofensiva de la derecha y de la extrema derecha
Esta política le condujo a la derrota electoral al PS. Ahora mismo son la derecha y la extrema derecha quienes están a la cabeza. Siempre es arriesgado embarcarse en predicciones, pero lo más probable es que para las próxima elecciones presidenciales de 2017, el segundo turno se dispute entre el candidato de la derecha y Marie Le Pen [extrema derecha]. El candidato socialista será eliminado en el primer turno. Sólo puede confiar en que Sarkozy caiga víctima de los "procesamientos judiciales" o que la derecha se divida y no llegue al segundo turno. Estas divisiones son un problema real para la derecha francesa. Como en casi todos los países europeos, está creciendo, pero en Francia se topa con un Front National que pesa mucho -25%- sobre la derecha tradicional y la divide. Esta derecha está atravesada por grandes corrientes. Una de ellas es la encarnada por Sarkozy, que busca votos en el espacio político del FN "para contenerle y recuperar electores". Por otra parte, en una serie de regiones asistimos a una porosidad real entre el electorado de la derecha y de la extrema derecha. La derecha retoma las temáticas racistas y autoritarias de la extrema derecha. También existe una corriente de derechas y del centro que mantiene sus distancias con los temas del FN. Ambas corrientes, a diferencia del FN, se sitúan en el marco de la UE. Hasta ahora, la derecha ha logrado contener el avance de la extrema derecha, pero ¿hasta cuándo?

El Front Nacional, por su parte, ocupa ya un lugar central en la vida política. Con el 25 % de votos, está enraizado. Actualmente cuenta con un electorado popular. A fecha de hoy, la cuestión es cuáles serán las consecuencias de la crisis en su dirección y en la familia [referencia al conflicto abierto entre el fundador Jean-Marie Le Pen y su líder actual, Marie Le Pen], ya que en estos momentos la crisis política global afecta también al FN. Una crisis que deja al descubierto intereses de clanes, de camarillas, conflictos financieros, etc., pero que también es la expresión de un conflicto político interno. El FN no es un partido fascista asimilable a los de los años 30. No estamos en los años 30. Su dirección tiene un origen fascista, sus temática nacional-socialistas retoman los temas tradicionales de la extrema derecha: la preferencia nacional y racismo anti-inmigración y anti-musulmán constituyen el núcleo duro de su política. Pero no es un partido fascista. De la misma forma que no es un partido burgués como los otros. Con el 25 % se ve confrontado al problema del poder. Y todo indica que en su seno asistimos a un debate violento: por una parte, está el viejo Jean-Marie Le Pen, para quien el acceso al poder está relacionado con el hundimiento del sistema y su sustitución por un movimiento nacionalista- y, por otra, tenemos una estrategia, actualmente mayoritaria en el FN, en torno a Marie Le Pen, cuyo objetivo es conquistar posiciones en el marco del sistema para hacer explotar a la derecha tradicional y así poder subordinar a una parte importante de la misma. Pero no se trata de un proyecto a lo Gianfranco Fini, (que salido del Movimiento social italiano y creador de la Alianza Nacional en 1995, se sumó al partido de Berlusconi -de quien fue ministro en su segundo y tercer gobierno-, El Pueblo de la Libertad, antes de romper con el en 2010).

La mayoría del FN no es partidaria de alianzas en las que estaría en una posición subordinada. Sus dirigentes quieren quebrar a la derecha y ocupar su lugar. Debido a ello se encuentran en un impasse, porque sin alianzas no pueden traspasar un determinado umbral a no ser que la crisis se agrave y que la derecha tradicional explote. Por el momento, la derecha contiene esa presión, pero ¿hasta cuando? Más allá de estos fenómenos electorales, lo preocupante es la profunda modificación que sufre la sociedad francesa. Todo un sistema de representación social, cultural, ideológico está en vías de explotar: el individualismo a ultranza, el rechazo a la solidaridad, el racismo, la islamofobia, el antisemitismo, la guerra de los pobres contra los pobres y la denuncia histérica de las políticas "asistenciales". Hace algunos años el PCF utilizó una fórmula para calificar el ascenso del los fenómenos reaccionarios: "la sociedad gira a la derecha". Se puede discutir lo acertado de la fórmula, pero asistimos a un movimiento de ese tipo. Por ello, si las manifestaciones del 15 de enero [tras los atentados de Paris contra "Charlie" del 7 de enero] suscitaron una reacción democrática y humanista de varios millones de personas en las calles del país, eso no se ha traducido en un descenso del racismo. Las reacciones ante la gente migrante, favorecidas por la actitud de los gobiernos y de la Unión Europea, que nos muestran los sondeos de opinión son bastante preocupantes. Ponen de manifiesto el grado de "inhumanidad" que afecta a sectores completos de la población.
Pistas para una alternativa anticapitalista
"¿No queréis clases, ni su lucha? Tendréis plebes y las multitudes desorganizadas. ¿No queréis pueblos? Tendréis jaurías y tribus. ¿No queréis partidos? ¡Tendréis el despotismo de la opinión!"Daniel Bensaïd, Elogio de la política profana.

Es en este contexto en el que se encuentra el movimiento obrero: el de una degradación de la relación de fuerzas. Los índices de la lucha de clases van hacia abajo. En Francia nos encontramos en uno de los puntos más bajos desde los años 1960. Los efectivos de los sindicatos y de los partidos de izquierda -de todas las tendencias, sin exclusión- descienden. La CGT (Confédération Générale du travail), primer sindicato del país, está inmersa en una profunda crisis de dirección debido a problemas de corrupción. A pesar de ello, la resistencia social continúa existiendo: se dan conflictos en defensa de los salarios, del empleo, manifestaciones en la enseñanza, en el sector de cuidados, movilizaciones ecologistas… Pero hasta el presente, no han logrado poner freno a las contrarreformas neoliberales y a los ataques patronales. Ahora bien, en un contexto en el que todas las vías políticas es institucionales están bloqueadas, se pueden dar explosiones sociales. Pero, como señala la cita de Daniel Bensaïd, el problema es en qué dirección se van a dar esas explosiones. La lucha de clases continúa existiendo, pero quien la impulsa es la patronal. Esto da lugar a resistencias elementales y puede dar lugar a irrupciones sociales de envergadura. El problema es en qué se traducen políticamente en términos de conciencia y de organización. Y en ese terreno, actualmente en Francia tenemos un grave problema.

A diferencia de Grecia o España, y con todas las diferencias políticas e históricas que existan entre ambas formaciones, aquí no existen ni Syriza ni Podemos. Desde 1995, hemos asistido a tres experiencias electorales; y remarco lo de experiencias electorales. En 1995 con Arlette Laguiller y Lutte Ouvrière; en 2002 y 2007, con la LCR -después NPA- y Olivier Besancenot; y en 2010-2012, con el Front de Gauche y Jean-Luc Mélenchon, que en 2012 obtuvo más de 4,5 millones de votos. Tres experiencias que nos muestran las potencialidades de reorganización política a la izquierda de la izquierda (PS), pero también sus límites y su fracaso. Esto también explica el espacio que ha quedado libre para el FN. La izquierda radical está cuarteada, de retirada, dividida en lo que respecta a las relaciones con el PS. El PCF [Partido Comunista francés] logró recuperar terreno con el Front de Gauche, pero continúa su declive. Cuenta con menos de 40 000 adherentes. Y, sobre todo, no acaba de romper con la dirección del PS. Es cierto que rechaza el neoliberalismo de François Hollande y Valls, pero continúa dispuesto a relanzar una "unión de izquierdas" con los Verdes y las corrientes críticas del PS que votaron las principales contrarreformas del gobierno. Mélenchon ocupa una posición más a la izquierda del PS, más delimitada. Pero algunas de sus posiciones están impregnadas de una nacionalismo anti-alemán o de simpatías por Putin -en el conflicto ucraniano-, que complican las condiciones para discutir de una alternativa política. ¿Cómo construir una alternativas social y política anticapitalista? Estamos confrontados a la dificultad de evitar los tics sectarios y la adaptación a las fuerzas reformistas de la izquierda dominante. Vamos a tratar de plantear algunas pistas:
* Impulsar luchas y movilizaciones sociales, tratando de lograr victorias parciales en torno a problemas sociales; en concreto en torno a los salarios, terreno en el que en el último período asistimos a una serie de luchas. La lucha democrática contra todos los racismos como contra el FN -en particular contra los efectos de las políticas discriminatorias en los pueblos en los que controla la municipalidad- tiene que ser un marco de intervención militante. Participando en las nuevas configuraciones de los movimientos sociales: no sólo en las fábricas, sino en el espacio urbano, en las plazas, en las ocupaciones. En los años 1990, Daniel Bensaid, nos ponía en guardia contra la "ilusión social" que subestimaba las cuestiones políticas. Hoy en día, aún cuando busquemos puntos de apoyo en los espacios políticos e institucionales, hay que curarse de las "ilusiones político-electorales" y recordar que todo proceso de transformación radical se debe apoyar en la auto-emancipación y autoorganización de los trabajadores y trabajadoras, en su acción directa.
* Desarrollar una política unitaria, tanto en las luchas como en la acción política para buscar la convergencia de todas las fuerzas que rompen con el PS. Es una cosa importante. En una situación de rechazo al PS confusa, es necesario avanzar al mismo tiempo tanto un programa de urgencia contra la austeridad en una perspectiva anticapitalista como definir una línea de ruptura clara con el PS, incluso aunque resulte difícil.
* No tenemos experiencias del tipo de Syriza o Podemos -si bien, no hay que olvidar que estos dos fenómenos no son idénticos- pero hay una idea fuerte: la necesidad de reconstruir un movimiento social y político, nuevo, exterior a las viejas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, una nueva representación política. Esto pasa por una serie de acciones y de debates unitarios a los que no siempre hemos estados atentos y que los sectarios los rechazan.
Para concluir…
La combinación de la larga marcha de la contra-reforma neoliberal iniciada a finales de los años 1970 -agravada con la crisis de 2008-, los desastres del estalinismo, los efectos del "balance del siglo" para el movimiento obrero (de todas sus tendencias), la reorganización muy parcial de un nuevo movimiento, sus diferenciaciones, sus fragmentaciones… todo ello conforma el final del movimiento obrero histórico. Esto tiene relación con el fin de un tipo de capitalismo que modeló ese movimiento obrero durante décadas y con el fin de una determinada época. No con el fin de la lucha de clases, que continua, pero que producirá nuevas expresiones, nuevas organizaciones, combinando lo viejo y lo nuevo. Por tanto, en una coyuntura de degradación de la relación de fuerzas pero, sobre todo, en un período histórico transitorio, inestable, entre una situación que "ya no existe" (el capitalismo de la postguerra, el movimiento obrero del siglo pasado) y otra "que aún no se ha configurado" de amplias luchas con efectos políticos, es necesario participar en la reconstrucción y, sobretodo formar parte de las nuevas experiencias de construcción de movimientos sociales y políticos.




 





 
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