Las dos hermanas ✆ Simona Mereu |
Y aunque los programas electorales de los diferentes partidos incluyen sendos apartados dedicados a la causa feminista, nunca el propio concepto de feminismo y todo lo que él entraña ha sido tan denostado por la superficialidad de la que este adolece en boca de nuestros políticos, quienes al no atender a las raíces históricas, filosóficas y antropológicas del problema, desprenden a lo que se constituyó hace décadas como la segunda ola del movimiento feminista, de su propio origen, de su lucha, de su radicalidad, en el sentido etimológico y más ancestral del término, de su razón de ser, manteniendo dicha cuestión en un permanente desideratum de igualdad efectiva de derechos, oportunidades, trato, relaciones y hasta de la propia dignidad.
Entre las intervenciones políticas más recientes podemos escuchar las
declaraciones dirigidas a prometer auténtica protección, así como alternativas
habitacionales y económicas a las mujeres víctimas de la violencia machista; otros hablan de ampliaciones
(insuficientes) de la baja por maternidad; otros se jactan de abanderar la
lucha contra la desigualdad de género, instaurando medidas (de nuevo
insuficientes) dirigidas a este fin; otros han tenido durante mucho tiempo la
oportunidad de erradicar, mediante las leyes pertinentes, las diferencias
injustas entre hombres y mujeres que perduran en el ámbito económico, laboral y
social; otros pretenden eliminar el agravante, en términos judiciales, por
violencia machista, en aras de la
paridad que proclaman, olvidando que el calificativo machista lo referimos a un tipo de violencia muy determinada,
aquella que responde a una ideología incrustrada en lo más profundo de nuestra
sociedad, manifestando consciente o inconscientemente, la supremacía del hombre
sobre la mujer a través de la fuerza física. Por ello, normalmente no se trata
de un tipo de violencia generalizada en el agresor, de una actitud o tendencia
natural en su carácter, sino de la expresión más terrible de los principios y
valores que el sistema patriarcal ha infundido en nosotros y por tanto, así ha
de ser reconocida y distinguida jurídicamente.
Es precisamente este concepto, el patriarcado , el gran olvidado en los discursos políticos de los partidos que pretenden erigirse en los grandes conquistadores de la igualdad de género, ignorando por completo el hecho de que tal objetivo resultará meramente ilusorio mientras el orden patriarcal, con todos sus principios de subordinación y jerarquización asociados al mismo, impere en todos los ámbitos de la sociedad y la cultura que hemos construido. Esta cuestión solo mereció una breve mención por parte del candidato de Unidad Popular, Alberto Garzón, en un debate mantenido con el resto de fuerzas políticas, donde en horario de máxima audiencia, pronunció la palabra patriarcado para referirse a la opresión y al sometimiento que en muchos ámbitos de la vida siguen padeciendo las mujeres, a pesar de las conquistas conseguidas.
Pero es insuficiente, y seguirá siéndolo mientras nuestros hijos, nuestros alumnos y las generaciones venideras continúen desconociendo el sentido y el significado de este concepto y todo lo que entraña; mientras nuestros políticos enarbolen la bandera del feminismo traicionando los valores primigenios de este, su capacidad crítica y activa; mientras no incorporen en sus discursos la idea del ya clásico feminismo de la igualdad acerca de la construcción cultural del género; mientras sigan ensalzando a través del concepto corrompido de mujer, todos los valores y aspectos que le han servido a estos milenios de vigencia patriarcal para justificar la supremacía de un sexo sobre otro.
Simone de Beauvoir, máxima exponente del feminismo filosófico, comenzaba la segunda parte de su obra más célebre, El segundo sexo , afirmando que “ no se nace mujer, se llega a serlo ”. Yo me permito la licencia de matizar, como lo hizo Beauvoir en algunas ocasiones, que no se nace mujer u hombre en el sistema patriarcal, sino que es este mismo sistema el que nos convierte en tales, según su propio interés y conveniencia, atribuyendo una serie de caracteres, actitudes, roles, tendencias y valores para cada uno de los sexos, convirtiéndolos así en géneros, justificando la subordinación de uno con respecto a otro en base a esas diferencias creadas y construidas de manera artificial.
Pero no escuchamos discursos en los que nos hablen del origen del patriarcado y mucho menos del sistema que le precedió, donde las diferencias entre sexos se reducían a las estrictamente fisiológicas, donde lo masculino y lo femenino, en el sentido más auténtico y ancestral de los términos, se fundían en un mismo ámbito de relación, de respeto, de interacción, donde la figura de la madre se veneraba como pilar fundamental de la comunidad. En lugar de ello, nuestros políticos ofrecen protección a las mujeres agredidas (por otra parte, medida que todos abrazamos) sin profundizar en las causas, sin la educación adecuada, sin conocer nuestra historia y la del sistema imperante, condiciones necesarias para al menos plantear la inversión del orden establecido. Nuestros políticos amplían de manera ridícula la baja por maternidad o proponen que dicho permiso sea intransferible entre madres y padres, lo que en mi caso, siendo votante de Podemos (partido que populariza esta medida), me resulta absolutamente insuficiente cuando el papel de la madre se encuentra más denostado que nunca en nuestras sociedades occidentales.
El paso del matriarcado al patriarcado trajo consigo la opresión y la subordinación a la que fue sometida la mujer, trajo consigo la persecución de aquellas que se resistieron a someterse a los yugos impuestos por el nuevo orden; trajo consigo la tortura y la muerte de aquellas que mantuvieron su vínculo con la naturaleza y con los conocimientos ancestrales, tachándoles de brujas y de herejes; y trajo consigo al propio sistema capitalista, que tal como relata Silvia Federicci en su obra Calibán y la bruja , se ha convertido en el mejor aliado del sistema patriarcal por las propias bases de subordinación, jerarquía, desigualdad y crecimiento infinito a costa de la opresión de la gran mayoría de la población mundial, sobre las que se sustenta el capitalismo. Y el capitalismo acentuó un ya maltrecho concepto de mujer construido por nuestra cultura, al que hemos de enfrentarnos cada día; y nos hizo olvidar lo que una vez fuimos, lo que una vez sentimos; y nos hizo valorar la competitividad, la eficacia, la eficiencia, la astucia, en detrimento de la solidaridad, de la cooperación, del compañerismo y de la propia maternidad, a la que renunciamos, retrasamos o no disfrutamos en aras de la consecución de los objetivos y espectativas que nuestro sistema nos impone y que asumimos consciente o inconscientemente.
Pero ninguno de nuestros políticos hablan de la maternidad en estos términos, ni de su importancia para el propio movimiento feminista, al que parece que todos se suman en período electoral. Ninguno parece concebir el hecho de que una sociedad que respeta, valora, ayuda y cuida a sus madres dará lugar a madres felices que críen felizmente a sus hijos e hijas y los conviertan en los ciudadanos felices del futuro, comprometidos, capaces de construir una sociedad verdaderamente justa e igualitaria, donde los derechos salariales de las mujeres son respetados, así como permisos, excedencias, lactancia, flexibilidad, conciliación, invirtiendo los valores de un sistema injusto que ni siquiera se nombra de modo habitual. La consecución de las reclamas más básicas y pertinentes (e históricas) de la ciudadanía (Pan, techo, trabajo y dignidad ), pasan por la erradicación en primer lugar del sistema patriarcal, cuyas bases sustentan la larga cadena de injusticias perpetuadas en nuestro mundo.
Es precisamente este concepto, el patriarcado , el gran olvidado en los discursos políticos de los partidos que pretenden erigirse en los grandes conquistadores de la igualdad de género, ignorando por completo el hecho de que tal objetivo resultará meramente ilusorio mientras el orden patriarcal, con todos sus principios de subordinación y jerarquización asociados al mismo, impere en todos los ámbitos de la sociedad y la cultura que hemos construido. Esta cuestión solo mereció una breve mención por parte del candidato de Unidad Popular, Alberto Garzón, en un debate mantenido con el resto de fuerzas políticas, donde en horario de máxima audiencia, pronunció la palabra patriarcado para referirse a la opresión y al sometimiento que en muchos ámbitos de la vida siguen padeciendo las mujeres, a pesar de las conquistas conseguidas.
Pero es insuficiente, y seguirá siéndolo mientras nuestros hijos, nuestros alumnos y las generaciones venideras continúen desconociendo el sentido y el significado de este concepto y todo lo que entraña; mientras nuestros políticos enarbolen la bandera del feminismo traicionando los valores primigenios de este, su capacidad crítica y activa; mientras no incorporen en sus discursos la idea del ya clásico feminismo de la igualdad acerca de la construcción cultural del género; mientras sigan ensalzando a través del concepto corrompido de mujer, todos los valores y aspectos que le han servido a estos milenios de vigencia patriarcal para justificar la supremacía de un sexo sobre otro.
Simone de Beauvoir, máxima exponente del feminismo filosófico, comenzaba la segunda parte de su obra más célebre, El segundo sexo , afirmando que “ no se nace mujer, se llega a serlo ”. Yo me permito la licencia de matizar, como lo hizo Beauvoir en algunas ocasiones, que no se nace mujer u hombre en el sistema patriarcal, sino que es este mismo sistema el que nos convierte en tales, según su propio interés y conveniencia, atribuyendo una serie de caracteres, actitudes, roles, tendencias y valores para cada uno de los sexos, convirtiéndolos así en géneros, justificando la subordinación de uno con respecto a otro en base a esas diferencias creadas y construidas de manera artificial.
Pero no escuchamos discursos en los que nos hablen del origen del patriarcado y mucho menos del sistema que le precedió, donde las diferencias entre sexos se reducían a las estrictamente fisiológicas, donde lo masculino y lo femenino, en el sentido más auténtico y ancestral de los términos, se fundían en un mismo ámbito de relación, de respeto, de interacción, donde la figura de la madre se veneraba como pilar fundamental de la comunidad. En lugar de ello, nuestros políticos ofrecen protección a las mujeres agredidas (por otra parte, medida que todos abrazamos) sin profundizar en las causas, sin la educación adecuada, sin conocer nuestra historia y la del sistema imperante, condiciones necesarias para al menos plantear la inversión del orden establecido. Nuestros políticos amplían de manera ridícula la baja por maternidad o proponen que dicho permiso sea intransferible entre madres y padres, lo que en mi caso, siendo votante de Podemos (partido que populariza esta medida), me resulta absolutamente insuficiente cuando el papel de la madre se encuentra más denostado que nunca en nuestras sociedades occidentales.
El paso del matriarcado al patriarcado trajo consigo la opresión y la subordinación a la que fue sometida la mujer, trajo consigo la persecución de aquellas que se resistieron a someterse a los yugos impuestos por el nuevo orden; trajo consigo la tortura y la muerte de aquellas que mantuvieron su vínculo con la naturaleza y con los conocimientos ancestrales, tachándoles de brujas y de herejes; y trajo consigo al propio sistema capitalista, que tal como relata Silvia Federicci en su obra Calibán y la bruja , se ha convertido en el mejor aliado del sistema patriarcal por las propias bases de subordinación, jerarquía, desigualdad y crecimiento infinito a costa de la opresión de la gran mayoría de la población mundial, sobre las que se sustenta el capitalismo. Y el capitalismo acentuó un ya maltrecho concepto de mujer construido por nuestra cultura, al que hemos de enfrentarnos cada día; y nos hizo olvidar lo que una vez fuimos, lo que una vez sentimos; y nos hizo valorar la competitividad, la eficacia, la eficiencia, la astucia, en detrimento de la solidaridad, de la cooperación, del compañerismo y de la propia maternidad, a la que renunciamos, retrasamos o no disfrutamos en aras de la consecución de los objetivos y espectativas que nuestro sistema nos impone y que asumimos consciente o inconscientemente.
Pero ninguno de nuestros políticos hablan de la maternidad en estos términos, ni de su importancia para el propio movimiento feminista, al que parece que todos se suman en período electoral. Ninguno parece concebir el hecho de que una sociedad que respeta, valora, ayuda y cuida a sus madres dará lugar a madres felices que críen felizmente a sus hijos e hijas y los conviertan en los ciudadanos felices del futuro, comprometidos, capaces de construir una sociedad verdaderamente justa e igualitaria, donde los derechos salariales de las mujeres son respetados, así como permisos, excedencias, lactancia, flexibilidad, conciliación, invirtiendo los valores de un sistema injusto que ni siquiera se nombra de modo habitual. La consecución de las reclamas más básicas y pertinentes (e históricas) de la ciudadanía (Pan, techo, trabajo y dignidad ), pasan por la erradicación en primer lugar del sistema patriarcal, cuyas bases sustentan la larga cadena de injusticias perpetuadas en nuestro mundo.
El feminismo no es, como muchos políticos nos transmiten,
buenas intenciones y palabras dirigidas a las mujeres. El feminismo supone
lucha, crítica, esfuerzo, toma de conciencia, educación, historia, la historia
que no nos suelen contar; es agradecimiento a las que nos precedieron, por lo
que consiguieron y por lo que no les permitieron, por su legado y por su
ejemplo; y es maternidad libre y con garantías del respeto y el valor que se
merece, porque sin esas madres primigenias que amamantaron a sus hijos, que se
privaron de alimento para ofrecérselo a sus crías, que huyeron de las fieras
con ellos en brazos y les protegieron con su propia vida, que nos legaron su
instinto, hoy perdido en buena medida, no estaríamos hoy aquí reclamando a
nuestros políticos y a la sociedad la dignidad que un día se nos arrebató y que
hemos de recuperar.
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