El anteojo de Galileo
Desde la noche de los tiempos, pastores, marinos,
astrólogos, sacerdotes, astrónomos y sabios escrutan los cielos. Al principio
lo hacían con los medios disponibles: observando a simple vista las luces
provenientes de los astros. Después, en el Renacimiento, Galileo Galilei tuvo
la idea de ampliar esa luz con ayuda del anteojo de los holandeses. Descubrió
las montañas de la Luna, los satélites de Júpiter, las manchas solares y sobre
todo la confirmación del modelo de Copérnico, que afirmaba el movimiento de la
Tierra alrededor del Sol. Todo esto, que chocaba frontalmente con la doctrina
de la Iglesia, cambiaría radicalmente nuestra visión del mundo en el plano
científico, pero no solo en este, sino también en el plano social.
Las ondas de radio
Pero ¿qué era esa luz portadora de información sobre el
Universo? Hubo que esperar a los trabajos de James Clerk Maxwell, en la segunda
mitad del siglo XIX, para tener una idea más precisa. En sus célebres
ecuaciones, este físico y matemático demostró la relación entre la electricidad
y el magnetismo, que hasta entonces se consideraban fenómenos separados.
Demostró que las cargas eléctricas en movimiento generan una onda –llamada onda
electromagnética– que se propaga por todo el espacio. La luz visible no es más
que un caso particular de esta onda, caracterizada por su longitud de onda, de
0,4 (para el rojo) a 0,7 micras (para el violeta). En otras longitudes, esta
onda existe pero no es visible, como por ejemplo la luz infrarroja (IR) o la
ultravioleta (UV). Con una longitud de onda más pequeña que la luz UV se hallan
los rayos X y luego los rayos gamma; y con una longitud de onda más grande que
la luz IR tenemos las ondas de radio.
Maxwell ignoraba todo esto, pues no hizo más que escribir
una teoría que preveía esta onda. Treinta años más tarde, Heinrich Rudolf Hertz
demostró su existencia mediante un experimento que transmisión sin hilos.
Imposible, una vez más, minimizar las profundas implicaciones sociales de este
descubrimiento (imaginemos una sociedad sin internet, televisión o teléfono
móvil). Y una vez más, en el terreno científico, la observación del cielo fuera
del espectro de luz visible (UV e IR) abriría nuevos horizontes.
Los neutrinos
Los neutrinos son partículas elementales neutras, postuladas
en 1930 por Wolfgang Pauli para explicar la conservación de la energía en la
desintegración beta y cuya existencia se demostró experimentalmente 26 años
después. Interactúan muy poco con la materia y, aunque son difíciles de
detectar, pueden vehiculizar información procedente de regiones alejadas y
densas del Universo que la observación óptica no permite obtener. Se habla de
“telescopios de neutrinos”.
Las ondas gravitacionales
En 1917, Albert Einstein acabó de formular su teoría de la
relatividad general. Al igual que las ecuaciones de Maxwell, esta teoría
preveía una onda que se propaga en el vacío a la velocidad de la luz (300 000
kilómetros/segundo). En Maxwell, esta onda era generada por el desplazamiento
de cualquier carga eléctrica, mientras que ahora se trata de una onda de
naturaleza muy distinta, ya que la genera el movimiento acelerado de cualquier
masa. Suele decirse que el paso de esta onda “deforma el espacio-tiempo”, cosa
que hemos de reconocer que resulta poco clara para los no iniciados. La idea es
que el espacio-tiempo se “deforma” con la presencia de masas. Hacen falta masas
muy grandes para que este efecto sea detectable, de lo contrario ya lo
habríamos percibido antes. Esta deformación significa en la práctica que en la
proximidad del Sol, por ejemplo, los rayos luminosos se curvan/2. Es más:
cuando las masas están aceleradas, se genera una “onda gravitacional”. Mientras
que las ondas electromagnéticas de Maxwell se detectaban por la aparición de
una corriente eléctrica en una antena, el paso de la onda gravitacional puede
detectarse porque modifica las dimensiones de los objetos que atraviesa. El
problema es que esta alteración es tan pequeña (véase más adelante) que
Einstein tenía muchas dudas sobre las posibilidades de verificarla
experimentalmente. Tienen que producirse movimientos extremadamente rápidos de
masas enormes y se necesitan detectores sumamente sensibles.
Una buena indicación de la existencia de ondas
gravitacionales se obtuvo ya en 1974 con el decaimiento del periodo orbital de
un púlsar binario (una estrella que orbita alrededor de una estrella de
neutrones). Esta disminución de la órbita implica una pérdida de energía y,
puesto que esta última ha de conservarse, tenía que reaparecer en la energía de
una onda gravitatoria emitida. La observación de la disminución de la órbita
coincidió con las previsiones teóricas, pero no era una prueba directa: después
de todo, había otras teorías que podían explicar el fenómeno/3.
Podemos decir razonablemente que los resultados del reciente
experimento del LIGO en EE UU constituyen una prueba directa de la existencia
de las ondas gravitacionales: el 14 de septiembre de 2015 a las 11:51 horas se
detectó la oscilación, durante una fracción de segundo, de dos distancias
situadas a varios miles de kilómetros exactamente de acuerdo con las
previsiones teóricas que describen la coalescencia (la colisión) de dos
agujeros negros. Estas distancias consistían en los brazos de 3 km de longitud
de un interferómetro láser. La pérdida de materia a causa de la colisión,
equivalente al triple de la masa del Sol, aportó la energía de la onda
gravitacional. Dicho sea de paso, también es la prueba más directa de la
existencia de agujeros negros.
Un milagro técnico
Para poder “ver” una onda gravitacional es preciso que intervengan
dos masas enormes (por lo menos de decenas de veces la masa del Sol) a
velocidades enormes (una fracción de la velocidad de la luz). Esto solo puede
darse en la naturaleza, pero además hay que tener la posibilidad de medir
variaciones relativas de longitud infinitesimales, del orden de 10 elevado a
–20, es decir, una milmillonésima del grosor de un cabello sobre la distancia
que media entre París y Nueva York. Además, hace falta crear un vacío
equivalente a 1 millonésima de la presión atmosférica en 7 000 metros cúbicos.
Sin hablar ya del instrumental, que debe ser insensible a las vibraciones
generadas por las olas de un océano, aunque lejano, o de una bañera que se
vacía en los alrededores. Gracias a todo ello y a unos cuantos miles de millones
de dólares sabemos ahora que el Universo conoció un cataclismo en algún lugar
situado más allá de la galaxia enana de la Gran Nube de Magallanes hace unos 1
300 millones de años.
¿Y ahora qué?
La misma pregunta se planteó con respecto al descubrimiento
del bosón de Higgs. Entonces respondimos que nunca ha habido un avance decisivo
del conocimiento que no haya venido seguido, pronto o tarde, y de forma no
predecible, de implicaciones prácticas. Se trata en este caso de una
confirmación contundente de la teoría de la relatividad general en un momento
en que los misterios de la materia y la energía oscuras justificaban una
relectura crítica de la misma. Se trata, finalmente, de una nueva sonda de las
profundidades del Universo cuyos frutos no tardarán en llegar.
P.D. — Una lección de esta
narración es también la famosa “irrazonable eficacia de las matemáticas”, según
expresión de Eugène Wigner/4. En efecto, las ondas electromagnéticas se
descubrieron primero sobre el papel, al igual que los neutrinos y también las
ondas gravitacionales. Pero este es otro tema.
Notas
1/ LIGO es la sigla de Laser Interferometer
Gravitational-Wave Observatory (Observatorio de ondas gravitacionales por
interferometría láser).
2/ Los agujeros negros son astros tan masivos (de cuatro a
millones de veces la masa del Sol) que la luz queda tan curvada que no puede
escapar. Conjeturados en la teoría de la relatividad general, solo son visibles
por sus efectos en otros cuerpos.
3/ Los físicos recuerdan con amargura que durante mucho
tiempo creyeron que el éter era un medio que debía existir para explicar la
propagación de la luz (del mismo modo que el aire para la propagación del
sonido). Claro que todos los intentos de hallarlo fracasaron: el éter no
existe; este fue, por cierto, uno de los resultados de la teoría de la
relatividad especial, formulada por Einstein en 1905.
4/ Eugène Wigner (1902-1995) era un físico húngaro
nacionalizado estadounidense. Premio Nobel.
Hubert Krivine es
físico. Ha sido investigador en el Laboratorio de Física Teórica y Modelos
Estadísticos de la Universidad de París Sur. Es autor del libro La Tierra, de
los mitos al saber (Biblioteca Buridán, 2012); una presentación del mismo se
puede encontrar en: VientoSur
◆ Texto en PDF |
http://vientosur.info/ |