No se trata del retorno del viejo neoliberalismo de los años
1990 ni mucho menos de una imitación del régimen oligárquico de fines del siglo
XIX, sino de la tentativa de instauración de un sistema mafioso, parasitando
sobre una población desarticulada, albergando grandes espacios de marginalidad
y superexplotación laboral, realizando un saqueo sin precedentes de recursos
naturales. En esa dirección se van imponiendo los instrumentos esenciales del
régimen dictatorial: control completo de los medios de comunicación,
reconversión integral del sistema de seguridad como apéndice del de los Estados
Unidos1, implantación de mecanismos de
destrucción económica y social a gran escala, despliegues mediático-judiciales
tendientes a extirpar a las oposiciones que no se subordinen al nuevo régimen.
Sometimiento colonial y decadencia periférica
Los tiempos han cambiado, la “doctrina de la seguridad
nacional” vigente en la época de Videla y Pinochet coincidía con la visión
militar-profesional del Imperio, se trataba del control milimétrico de la sociedad
colonizada, administrada como un cuartel que coincidió históricamente con la
última etapa del predominio en los Estados Unidos del “complejo
militar-industrial” tradicional, alianza entre la gran industria armamentista y
los altos mandos militares subordinando a las elites políticas. Resultado del
keynesianismo militar que marcó a la superpotencia desde la Segunda Guerra
Mundial y que entró en declinación en los años 19802.
Más adelante el “Consenso de Washington” reinó durante la
era de Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello y Cardoso en Brasil,
señalando el auge de la financierización de la economía y de la política en los
Estados Unidos y el conjunto de potencias dominantes sin por ello dejar de lado
a la componente militar que comenzó a transformarse.
Esos dos momentos trágicos expresaron la afirmación del
sometimiento colonial de Argentina, el primero con formato militar-dictatorial
y el segundo con rostro civil-constitucional, que se correspondieron con
diferentes configuraciones imperialistas: en el primer caso con un imperialismo
norteamericano industrial ascendente, disputando la Guerra Fría y en el segundo
con la presencia de la única superpotencia global que venía de ganar esa guerra
y que se aprestaba a ejercer la hegemonía planetaria. Aunque al mismo tiempo se
financierizaba, el parasitismo empezaba a corroer el sistema degradando sus
pilares productivos, instalando la cultura del consumismo desenfrenado. Esa
prosperidad malsana contagió a elites periféricas, en los Estados Unidos la
fiesta se convirtió en ola militarista desde 2001 y la mega burbuja financiera
estalló en 2008, en Argentina el show derivó en recesión la que a su vez
culminó con un gran desastre económico, social e institucional en 2001.
El actual sometimiento de Argentina a los Estados Unidos no
se corresponde con el auge del Imperio sino con su decadencia, su degradación
económica y social, su retroceso geopolítico internacional que busca ser
compensado mediante el control total de su patio trasero latinoamericano,
asegurando la súper explotación de recursos naturales decisivos pero también
para introducir a la región como pieza propia de su juego global: como señuelo
para sus socios europeos en la OTAN o como retaguardia segura en el armado del
“Acuerdo Transpacífico”.
Es un imperio comandado por una lumpenburguesía financiera,
sobreviviendo con bajas tasas de crecimiento productivo, parasitando sobre el
resto del mundo, que no busca instaurar una jerarquía mundial estable
reproduciéndose en el largo plazo sino depredar recursos naturales, degradar o
eliminar estados, destruir defensas sociales periféricas, extendiendo ofensivas
desestructurantes, desintegradoras de identidades nacionales y culturales. Su
instrumento de intervención militar es ahora una constelación de organizaciones
guiadas por la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación3, empleando de manera intensiva
mercenarios, operaciones clandestinas de su estructura profesional, redes
mafiosas, manipulaciones mediáticas y otras actividades destinadas a destruir,
caotizar espacios periféricos con el fin de saquearlos.
En correspondencia con ese fenómeno las burguesías
latinoamericanas fueron mutando hasta llegar a la situación actual donde grupos
industriales, financieros o de agrobusiness combinan sus inversiones
tradicionales con otras más rentables pero también más volátiles: aventuras
especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde el narco hasta operaciones
inmobiliarias opacas, pasando por fraudes comerciales y fiscales y otros
emprendimientos turbios), transnacionalizándose, convergiendo con “inversiones”
saqueadoras provenientes del exterior. En el caso argentino podríamos encontrar
antecedentes en el reinado de la “patria financiera” durante la última
dictadura militar, el que a su vez tiene que ser visto como resultado del fin
de la era industrialista.
En síntesis, la configuración lumpenimperialista impone
dinámicas decadentes en la periferia, en América Latina ha llegado la hora del
lumpencapitalismo, las elites argentinas venían avanzando en esa dirección, la
llegada de Macri a la presidencia expresa un enorme salto cualitativo, el país
en su conjunto acaba de ingresar de manera recargada y brusca en ese proceso.
Recesión, depresión y economía de baja intensidad
Recientemente el FMI pronosticó para Argentina un
crecimiento económico real negativo en 2016 del orden del -1 %, cuando observamos
las caídas que ya se han producido en indicadores decisivos desde diciembre de
2015 es posible bajar aún más esa cifra hacia el -3 % o más bajo aún.
Se ha producido en muy poco tiempo una fuerte reducción de
los salarios reales, causada entre otros factores por la megadevaluación, los
aumentos del precio de los combustibles y de las tarifas de electricidad, gas y
transportes, la eliminación o reducción de retenciones y sus impactos
inflacionarios a lo que se agrega la suba de las tasas de interés y los
despidos masivos en la administración pública (que empiezan a ser seguidos por
el sector privado), con lo que tenemos un panorama recesivo provocado por el
gobierno cuyo objetivo principal es reducir los salarios reales y su valor en
dólares.
La avalancha de cambios ha desatado en algunos círculos el
debate en torno del supuesto “modelo de desarrollo” que la derecha estaría
intentando imponer. Decretos, endeudamientos, subas de precios y despidos se
han sucedido de manera vertiginosa, buscarle coherencia
estratégica-desarrollista a ese conjunto es una tarea ardua que a cada paso
choca con contradicciones que obligan a desechar hipótesis sin que se pueda
llegar a una conclusión mínimamente rigurosa. En primer lugar, la contradicción
entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta
ola exportadora, evidentemente inviable ante el repliegue de la economía
global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las
inversiones a la espera de la llegada de fondos provenientes de un sistema
financiero internacional en crisis que casi lo único que puede brindar es el
armado de bicicletas especulativas.
Algunos han optado por resolver el tema adoptando
definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable
al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros han decidido seguir
el estudio pero cada vez que llegan a una conclusión satisfactoria aparece un
nuevo hecho que les tira abajo el edificio intelectual construido y finalmente
unos pocos, entre los que me encuentro, hemos llegado a la conclusión de que
buscar esa coherencia estratégica constituye una tarea imposible. La llegada de
la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior
(desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo
modelo (oligárquico) de desarrollo, sino simplemente el despliegue de un
gigantesco saqueo protagonizado por fuerzas entrópicas altamente destructivas
que convierten al país burgués en una república de bandidos.
Esto nos debería llevar a la reflexión acerca del
significado del fin de la era kirchnerista visualizado por algunos como un
traspié, resultado de una derrota electoral por escaso margen, y por otros como
el producto de una manipulación mediática prolongada, combinada con operaciones
de la mafia judicial, de grupos económicos concentrados y del aparato de
inteligencia de los Estados Unidos. Esta última evaluación está más cerca de la
realidad, sin embargo es insuficiente, el “golpe blando” existió (lo que pulveriza
la presunta legitimidad democrática del gobierno actual) pero falta explicar
porque fue exitoso.
Si nos limitamos a ciertos aspectos económicos del tema
podemos observar que el motor externo empezó a enfriarse desde 2012 luego de la
breve recuperación de la recesión global de 2009, la situación se agravó desde
mediados de 2014 cuando los precios de las commodities cayeron en picada, la
economía pasó a una etapa de crecimientos anémicos sostenidos por el mercado
interno. Los grandes exportadores aumentaron sus presiones destinadas a obtener
en la economía nacional beneficios que les permitieran compensar las menores
ganancias externas convergiendo con intereses financieros y agrupando al
conjunto de la derecha mediática, judicial y política, se trató de una jauría
que se fue envalentonando a medida que su enemigo perdía espacio económico y se
acentuaba la crisis global.
Los equilibrios del gobierno fueron cada vez más inestables,
las compuertas neokeynesianas que bloqueaban la marea comenzaron a sufrir
fisuras para finalmente desmoronarse, la candidatura presidencial de Daniel
Scioli fue una opción defensiva y débil que no pudo evitar el derrumbe.
Entonces se desató (fue desatada) la recesión y diversas señales nacionales e
internacionales nos indican que lo hizo para quedarse, nos encontramos ante el
comienzo de una depresión económica resultado de la reproducción de un sistema
que ha ingresado en una fase de contracción desordenada.
Una referencia importante es la de la salida de la recesión
producida desde 2003, en ese período convergieron dos factores principales: el
alza de los precios internacionales de las commodities y la reanimación del
mercado interno.
El “motor externo” fue impulsado por el auge de mercados
emergentes como los de China o Brasil, entre otros, lo que permitió una mejora
sustancial de las cuentas externas de Argentina. Los precios de las commodities
experimentaron subas notables en esos años impulsadas no solo por la expansión
de la demanda internacional sino también por el crecimiento de la especulación
financiera, las operaciones globales con productos financieros derivados
basadas en commodities llegaban en diciembre de 2003 a 1,4 billones de dólares,
en diciembre de 2005 alcanzaban los 5,4 billones, en junio de 2007 llegaban a
8,2 billones y en junio de 2008 a 13,1 billones de dólares 4.
Por su parte el “motor interno” funcionó empujado por el
ascenso del empleo, de los salarios reales y de los ingresos de las capas
medias, en consecuencia se expandió la demanda interna y el tejido industrial,
la economía argentina se recuperó creciendo a tasas excepcionales. Como es
sabido, el salario real promedio experimenta en Argentina una tendencia descendente
de largo plazo (desde mediados de los años 1970), sufrió una caída descomunal
durante la crisis de los años 2001-2002, luego se recuperó llegando a los
niveles de los años 1990 pero sin alcanzar nunca los de los años 1970, ni
siquiera los de mediados de los años 19805, podríamos resumir lo sucedido
señalando que la reanimación del mercado interno se apoyó en un fuerte
crecimiento del empleo y en una recuperación salarial limitada.
Si el crecimiento anémico de los últimos años del gobierno
anterior incentivó la voluntad de rapiña de los grupos económicos concentrados,
es altamente probable que la recesión actual la acentúe mucho más, al achicarse
la economía, como resultado de los ajustes y las transferencias de ingresos
esos grupos intentarán al menos sostener su volumen real de ganancias
apropiándose de una porción creciente del ingreso nacional, aunque empujados
por su propia dinámica y por el ejercicio de la totalidad del poder es casi
seguro que buscarán absorber un volumen real mayor. Además las medidas que
buscan reequilibrar los desequilibrios provocados por las propias medidas
económicas del gobierno causan mayor inestabilidad y empobrecimiento del grueso
de la población. Es el caso de la tentativa de desacelerar la suba de la
cotización del dólar subiendo las tasas de interés con lo que a veces se
consigue frenar por poco tiempo esa tendencia, pero a costa del agravamiento de
la recesión, o cuando se pretende achicar el déficit fiscal reduciendo el gasto
público (despidiendo empleados, clausurando programas, etc.), lo que agrava la
recesión y en consecuencia reduce los ingresos fiscales y aumenta el déficit.
En suma, nos encontramos ante un círculo vicioso de concentración de ingresos,
achicamiento del Estado y hundimiento de la actividad económica.
La caída de los salarios reales no alienta más inversión
interna o externa desalentada por el desinfle de los mercados nacional y global
(no hay alternativa exportadora). Mientras tanto, el gobierno aparenta
aferrarse ante lo que sería la tabla de salvación de la economía: el
endeudamiento externo que teóricamente le permitiría realizar inversiones
reactivadoras, pero el clima enrarecido del sistema financiero internacional
comprime el espacio de los potenciales acreedores cada vez más duros ante una
economía nacional deprimida. En realidad esa ansiedad por endeudarse no
responde a una pasión desarrollista sino a la presión de los grupos de negocios
que han acumulado superbeneficios en estos últimos meses (exportadores, bancos,
etc.) y que necesitan convertirlos en dólares, es la evasión de capitales y no
la inversión productiva la que reclama endeudamiento externo.
Conclusión: los dos motores de la salida de la recesión en
la década pasada ha dejado de funcionar, las políticas que buscaban compensar
el ciclo recesivo global han sido eliminadas por las clases dominantes, antes
les habían sido útiles para restablecer la gobernabilidad y acumular beneficios
ahora las han destruido porque frenaban su voracidad.
Es posible elaborar un modelo excesivamente abstracto de
estabilización del proceso depresivo argentino bajo la forma de “economía de
baja intensidad” o de “penuria”, es decir una estructura económica dual con un
sector popular contraído y una elite parasitando sobre el primero
(superexplotación de los trabajadores y otros saqueos a las clases medias y
bajas). Ello permitiría mantener relativamente bajos niveles de importaciones
que asegurarían (no siempre) saldos positivos de la balanza comercial
destinados a pagar deudas externas. Estas últimas, además de llenar las arcas
de las redes financieras, podrían ser utilizadas para bloquear peligros de
implosión y de revuelta social operando como una suerte de droga dosificada
destinada a preservar la reproducción del sistema.
Ese modelo económico siniestro necesitaría de manera
ineludible del apoyo de un aceitado mecanismo de represión y degradación de las
clases inferiores, se trataría de la instalación de un régimen neofascista
acorde con la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación (restringiéndonos a la
realidad latinoamericana, no está de más observar lo que ocurre en México o en
países de América Central). Requeriría además de mucha estabilidad al interior
de la articulación mafiosa, de la atenuación de las disputas internas ante un
botín de volumen variable sujeto a numerosos factores de inestabilidad locales
e internacionales. Se trata de un escenario de muy difícil (pero no imposible)
realización, empalmando con tendencias depresivas globales acompañadas por el
aumento de la volatilidad en mercados decisivos, la proliferación de guerras,
los deterioros institucionales de los estados centrales, los derrumbes y crisis
graves de estados periféricos y otros síntomas claros que describen a un
planeta que se encamina hacia horizontes de alta turbulencia.
El fantasma del 2001
El gobierno macrista se comporta como suelen hacerlo los
llamados “sistemas caóticos” que, a diferencia de los “inestables” (en desorden
permanente) y de los “estables” (que tienden hacia el orden de manera
irresistible), oscilan entre un polo ordenador, es decir un “atractor”
neofascista y fuerzas que lo desordenan, que lo conducen hacia la crisis de
gobernabilidad.
La marcha hacia la dictadura mafiosa está apuntalada por
tres estrategias convergentes: la corrupción de dirigentes, la represión de las
protestas sociales y políticas y el bombardeo mediático. Son operaciones de
eficacia incierta, circulando en medio del hundimiento económico y de la pugna
de intereses entre grupos dominantes, se apoyan además en una base social
reaccionaria cuyo núcleo duro impulsado por una euforia neofascista está
incrustado en las clases medias y altas.
La corrupción de dirigentes políticos y sindicales puede
serle útil a corto plazo para imponer decisiones impopulares o frenar
protestas, pero desgasta a los corruptos, erosiona sus posiciones de poder
reduciendo a no muy largo plazo su capacidad operativa, las hace cada vez más
vulnerables ante el descontento popular. Es lo que se percibe en los primeros
meses del gobierno macrista respecto de la compra de sindicalistas, diputados,
senadores y gobernadores.
La represión avanza, funciona un Ministerio de Seguridad
subordinado al aparato de inteligencia de los Estados Unidos, han regresado las
“policías bravas”, ha sido dictado un “Protocolo” de represión de protestas
populares, aparecen las primeras expresiones, aparentemente desprolijas, de
represión ilegal. Pero no es seguro que esa estrategia de amedrentamiento tenga
éxito, es posible que su efecto termine siendo el opuesto del que busca el
gobierno, existe en Argentina una enraizada cultura de confrontación contra la
brutalidad estatal que puede resultar un catalizador del desborde opositor.
El bombardeo mediático fue un instrumento decisivo de la
llegada de Macri a la presidencia, tuvo una elevada eficacia, atacando al
gobierno y ampliando un vacío político que podía ser ocupado por opositores de
derecha que se limitaban a denunciar al oficialismo contraponiendo promesas
vagas de felicidad futura. Ahora esos medios tienen que cargar con la compleja
tarea de defender a un régimen claramente antipopular. En este nuevo escenario
su eficacia es decreciente y el intento por compensar ese declive aumentando la
presión mediática (de por si abrumadora) produce efectos de saturación y
descrédito de dichas intoxicaciones hasta generar rechazos cada vez más
fuertes.
Finalmente la base social neofascista puede ser fanatizada
al extremo por los medios de comunicación pero es casi imposible impedir que su
área de influencia, sobre todo en las clases medias, se vaya reduciendo a
medida que se prolonga la depresión económica, lo que terminará por deteriorar
a ese sector reaccionario.
En síntesis, el sistema dispone de instrumentos y apoyos
sociales crecientemente vulnerables, su fuerza depende en última instancia del
grado de debilidad de su adversario: el espacio popular, si este se pone en
marcha fortaleciéndose en la pelea, el instrumental autoritario podría sufrir
fisuras, desgarramientos cada vez más importantes, su inevitable centralismo
operativo acosado por una marea ascendente de ataques, resistencias y repudios
iría perdiendo vitalidad, acentuándose sus contradicciones internas, el
contexto global turbulento debería contribuir a dicho proceso.
Tarde o temprano la resistencia popular puede llegar a
convertirse en ofensiva general contra el sistema, la acumulación de
despliegues combativos de los de abajo produciendo repliegues en las élites
dominantes terminaría por generar un salto cualitativo de grandes dimensiones,
no sería la primera vez que ocurre ese fenómeno en Argentina, aunque su aspecto
y contenido puede llegar a incluir muchas novedades.
Obviamente el deterioro grave del gobierno macrista puede
llevar a una remodelación del equipo presidencial (una suerte de
“gobierno-de-unidad-nacional”) o a un cambio institucional de gobierno,
destinado a estabilizar la situación, aunque los mismos, aun introduciendo
medidas “sociales” más o menos audaces, se enfrentarían a una crisis sistémica
apabullante, mucho más grave que la de 2001 en un contexto global depresivo,
una coyuntura de ese tipo difícilmente podría ser superada con aspirinas
rosadas o de otro color.
Apenas llegó a la presidencia Macri lanzó a gran velocidad una
andanada de decretos arbitrarios, desplegó de inmediato una ofensiva para
asegurar el control derechista de los medios de comunicación, compró (o
extorsionó) a dirigentes políticos y sindicales, redujo el poder adquisitivo de
los salarios y las jubilaciones, lanzó una ola de despidos de empleados
públicos, concretó enormes transferencias de ingresos hacia las elites
dominantes, en suma: desplegó una blizkrieg destinada eludir las resistencias
posibles antes de que estas se organicen. De todos modos no estaba en
condiciones de imponer el gigantesco saqueo realizado mediante un sistema de
negociaciones, el nivel de destrucción logrado en tan poco tiempo probablemente
lo haya convencido de su éxito incitándolo a seguir avanzando.
La irrupción devastadora de las elites dominantes podría ser
asimilada a la de un ejército penetrando en un vasto territorio, al comienzo la
ofensiva es exitosa, el efecto sorpresa, la explotación de debilidades locales,
la contundencia del operativo, etc. permiten avances rápidos aparentemente
irreversibles, pero poco a poco las víctimas empiezan a reaccionar acosando al
invasor y el espacio simplificado por mapas e informes de especialistas se va
convirtiendo en un sistema complejo, crecientemente incontrolable. La velocidad
inicial de la sucesión de victorias que en un principio aparentaba ser la clave
del éxito, empieza a ser percibido por el invasor como la principal causa de
sus dificultades, la rapidez operativa genera fenómenos de inadaptación, de
sobre-extensión estratégica que aumentan su vulnerabilidad llevándolo
finalmente a la derrota, aplastado por una avalancha humana incontenible
(recordemos lo que le pasó a Napoleón cuando invadió Rusia).
Macri podría terminar descubriendo que la realidad social
argentina es mucho más compleja que lo que su visión de mafioso detectaba, que
la cultura popular existe y se reproduce (maltrecha, golpeada, pero existe),
que los salarios no son como él dijo una vez “un costo más” que puede y debe
ser comprimido al máximo como cualquier otro insumo sino el pago a seres
humanos que piensan y se defienden, y finalmente que para un bandido no hay
nada peor que otro bandido (los socios de hoy pueden ser los caníbales de
mañana).
Notas
1Horacio Verbitsky, “La transparencia
del sigilo”, Página 12, Buenos Aires, 27 de marzo de 2016.
2Jorge Beinstein,”La ilusión del
metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema de intervención militar
de los Estados Unidos y sus consecuencias para América Latina”, Seminario
“Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de
Enero de 2013. http://beinstein.lahaine.org/?p=516
3Jorge Beinstein, art. cit.
4Fuente: “Semiannual OTC derivatives
statistics”, Bank for International Settlements (BIS).
5Eduardo M. Basualdo, “La
distribución del ingreso en la Argentina y sus condicionantes estructurales”,
Memoria Anual 2008, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS),
Argentina.
Juan Kornblihtt y Tamara Seiffer, “La persistente caída del
salario real argentino (1975 a la actualidad)”, Revista de la Bolsa de Comercio
de Rosario, 2014, http://www.bcr.com.ar/Secretara%20de%20Cultura/Revista%20Institucional/2...
http://www.alainet.org/ |