“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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10/1/16

Arabia Saudita — El efecto explosivo de una ejecución

Foto: Cheikh Nimr al-Nimr
El Reino de los Saud —cliente militar de los Estados Unidos, Francia, Canadá o Gran Bretaña y apoyo de la dictadura de Sissi en Egipto— bombardea Yemen desde el 26 de marzo de 2015, con un nombre militar clave que se diría inventado en el Pentágono: “Tempestad decisiva”. Más exactamente, las bombas reales -de precios suntuosos- debían lanzarse contra las posiciones de las tribus Hutis, asimiladas muy rápidamente al poder de Teherán. Un Irán que es la competencia del Reino en esta región en la que los libros sagrados huelen a petróleo. Y un área que constituye una articulación geopolítica de primera importancia igual que, en los tiempos presentes, una zona de guerras impulsadas por numerosas potencias imperialistas así como subpotencias imperialistas regionales en un Medio Oriente en el que los Estados Unidos ya no son lo que eran.

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El tipo de coalición formada para la “Tempestad decisiva” -que ha provocado miles de muertos civiles, destruido ciudades históricas y provocada una de las llamadas crisis humanitarias más terribles, por retomar el lenguaje orwelliano de la ONU- habla por si misma: 30 aviones de combate proporcionados (inicialmente) por los Emiratos Unidos; 15 por Bahréin, donde la mayoría chiíta es reprimida con firmeza, 15 por Kuwait y 10 por Qatar. Bombardeos gestionados por las firmas que los vendieron que aseguran el servicio “técnico”.