José Vicente Rangel fue Ministro de Relaciones Exteriores, de la Defensa y Vicepresidente de la República durante 8 años del gobierno del presidente Chávez. Salió del alto cargo y se incorporó al ejercicio del periodismo. Este es un hecho objetivo, pero hay una lectura oculta que hay que hacer para resaltar esta situación, porque en este país este tránsito que debería ser normal, obvio, se ha convertido en un verdadero via crucis del que no muchos funcionarios públicos se salvan. Uno de ellos ha sido José Vicente.
Nadie ha osado levantar ni un dedo acusatorio por alguna acción negativa de su persona, ni menos una palabra avinagrada para señalarlo por la comisión de actos lesivos del patrimonio público. Estas deberían ser las reglas de oro de un funcionario público.
Yo comencé a tener trato personal con José Vicente desde hace mucho tiempo, cuando siendo él un espigado joven de 32 años, con el cabello abundante y negro, ya tenía ganada una merecida fama de luchador democrático. Lo conocí en la redacción del diario “Clarín”, que se encontraba en el edificio “Vanguardia”, cerca de lo que es hoy el Ministerio de Educación. Era este diario uno de los pocos medios que existían para aquella época y que luego sufrió en carne propia lo que es la “libertad de expresión”, concepto que hoy se maneja con absoluta irresponsabilidad. No sólo se silenció a “Clarín”, sino los escasos semanarios y voceros que podían circular: no teníamos acceso a la radio, ni a la televisión. Entre los pocos que se atrevieron a romper ese cerco mediático siempre estuvo José Vicente Rangel.
Como honrar honra, me valgo de esta ocasión para hacer públicamente y por primera vez, mi reconocimiento personal a José Vicente Rangel por la oportuna intervención para salvar la vida de mi hermano Enrique, quien fuera secuestrado por la Digepol en el año 1967, exactamente hace 40 años, y gracias a su diligencia al denunciar esta violación de los derechos humanos, evitamos que engrosara la espantosa lista de los desaparecidos. Pero esta intervención concreta de José Vicente no fue la única, no fue un hecho aislado sino que la misma se multiplicó, fue su conducta permanente y por muchos años. Es imposible cuantificar las vidas de venezolanos que se pudieron salvar gracias a las denuncias y gestiones personales y políticas de José Vicente.
Por eso me resulta muy fácil hablar como lo hago de José Vicente, porque ha tenido una conducta coherente a través de todos estos años, sin zigzagueos, de frente, con mucho temple, comprometido con las mejores causas para la felicidad de nuestro país.
José Vicente tuvo un ayer muy meritorio, tiene un hoy pleno de energías para dar las batallas en las que está comprometido y le auguramos un mañana coherente con sus ideas, y que ojalá, para el bien de Venezuela, sea bastante dilatado.
Nadie ha osado levantar ni un dedo acusatorio por alguna acción negativa de su persona, ni menos una palabra avinagrada para señalarlo por la comisión de actos lesivos del patrimonio público. Estas deberían ser las reglas de oro de un funcionario público.
Yo comencé a tener trato personal con José Vicente desde hace mucho tiempo, cuando siendo él un espigado joven de 32 años, con el cabello abundante y negro, ya tenía ganada una merecida fama de luchador democrático. Lo conocí en la redacción del diario “Clarín”, que se encontraba en el edificio “Vanguardia”, cerca de lo que es hoy el Ministerio de Educación. Era este diario uno de los pocos medios que existían para aquella época y que luego sufrió en carne propia lo que es la “libertad de expresión”, concepto que hoy se maneja con absoluta irresponsabilidad. No sólo se silenció a “Clarín”, sino los escasos semanarios y voceros que podían circular: no teníamos acceso a la radio, ni a la televisión. Entre los pocos que se atrevieron a romper ese cerco mediático siempre estuvo José Vicente Rangel.
Como honrar honra, me valgo de esta ocasión para hacer públicamente y por primera vez, mi reconocimiento personal a José Vicente Rangel por la oportuna intervención para salvar la vida de mi hermano Enrique, quien fuera secuestrado por la Digepol en el año 1967, exactamente hace 40 años, y gracias a su diligencia al denunciar esta violación de los derechos humanos, evitamos que engrosara la espantosa lista de los desaparecidos. Pero esta intervención concreta de José Vicente no fue la única, no fue un hecho aislado sino que la misma se multiplicó, fue su conducta permanente y por muchos años. Es imposible cuantificar las vidas de venezolanos que se pudieron salvar gracias a las denuncias y gestiones personales y políticas de José Vicente.
Por eso me resulta muy fácil hablar como lo hago de José Vicente, porque ha tenido una conducta coherente a través de todos estos años, sin zigzagueos, de frente, con mucho temple, comprometido con las mejores causas para la felicidad de nuestro país.
José Vicente tuvo un ayer muy meritorio, tiene un hoy pleno de energías para dar las batallas en las que está comprometido y le auguramos un mañana coherente con sus ideas, y que ojalá, para el bien de Venezuela, sea bastante dilatado.