“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

22/6/12

Antropología marxista / Es hora de leer a Lenin

Vladimir Lenin ✆ Inobras
Eduardo Zeind Palafox  

 Especial para La Página 
Vamos a aleccionarnos en menesteres antropológicos. El hombre es tal, el hombre es cual, el hombre es este o el de allá, decimos. Pero jamás concluimos una definición que nos sirva para conocer al hombre. Y si no lo hacemos, es porque el hombre tiene la gran capacidad de recrearse o de renovarse. Somos como los niños, que terminando de ver una película de vaqueros quieren ser vaqueros. Cuando los niños ven una película acerca de astronautas, quieren ser astronautas. Y si todos los días vemos idiotas, deseamos ser idiotas.

Estos ejemplos confirmarían las teorías de los que afirman que el medio ambiente configura al hombre. Pero otros, como Carlyle, nos refutarían. Es el héroe el que transforma el medio ambiente, el cual transforma, a su vez, a las masas. Hablar así es hablar de estirpes y de razas, aunque los conceptos raciales sean desechados actualmente por prudencia y por amor a la santa paz. ¿Qué estudia, al final, un antropólogo? Estudia las formas de producción materiales y culturales que practica el hombre.

Entendámonos: un antropólogo inicia en el folklore y termina en las ciencias, baja y sube. La antropología no mira de izquierda a derecha, sino de arriba hacia abajo. ¿Por qué? Porque mirar de izquierda a derecha es arbitrario, es una costumbre, es el resultado de un proceso histórico. En cambio, todas las culturas reconocen lo alto y lo bajo. El folklore, o el alma de un pueblo, o el "geist" de una nación o el "soul" de un barrio, está hecho de palabras, de imágenes y de ritmos (Cassirer).

El antropólogo tiene que esforzarse mucho para convertir todas estas representaciones e intuiciones en conceptos, según Ralph Ellison y según mi dilecto Louis Althusser. Nuestro escritor de raza negra, el señor Ellison, nos cuenta que sus novelas son codificaciones, son mitos traducidos. Sus personajes emergen del Sur para llegar al Norte, y lo hacen como ascendiendo, y lo hacen como para mejorar su condición social.

¿El Norte es superior al Sur? Sí. Sí, al menos, culturalmente. William Faulkner ha retratado el Sur de Norteamérica con excelencia poética, con palabras que son líneas y con líneas que son imágenes. ¿Qué representa la historia de los hombres negros en la gran historia forjada por Jefferson o por Washington? Carlyle nos diría que nada.

Norteamérica fue colonizada por forajidos, por forajidos que enarbolaron ciudades, ciudades que adoptaron a los hombres de color. Podemos ver claramente que la antropología estudia estructuras en lo alto y en lo bajo, y no en los lados. Un buen investigador del hombre se hace la siguiente pregunta antes de iniciar sus averiguaciones: ¿cómo puedo cribar el saber esencial del saber concreto?

Los mejores antropólogos, los que han alumbrado la noche antropológica creada por Feuerbach, son los marxistas, pues no ven en el hombre un ser divino, eterno e inamovible, sino un ser cambiante, corruptible y capaz de inmensas virtudes. En antropología vale más Heráclito que Parménides. Que los entendidos se entiendan con estos hombres.

Prosigamos. El conocimiento esencial del ser humano yace en las "teorías" que éste produce, mientras que el conocimiento concreto yace en las "cosas" que el ser humano genera. Ciencia, religión y filosofía, son parte del conocimiento esencial. Técnica, método y ropa, son parte del conocimiento concreto. No confundamos, como decía B. Spinoza, la "idea" del círculo con el "círculo".

Ralph Ellison nos narra que leyendo a Eliot se dio cuenta de que la "literatura negra" era laxa. ¿Por qué, se pregunta Ellison, los negros de Norteamérica no escriben así, así como Eliot? Los antropólogos con tendencias sociológicas dirían que los negros no escriben bien porque tienen decadencias genéticas, pero los antropólogos marxistas dirían que los negros no escriben bien por culpa de la estructura social que los rodea. La mediación entre ambas teorías palia, pero no soluciona el problema.

Pensemos, lector. Encenderé un cigarrillo y haré sonar algo de jazz. Listo. ¿El hombre puede perder su esencia o su capacidad creadora por culpa del medio ambiente? ¿Un escritor bueno deja de escribir si el medio ambiente es maligno? Gramsci diría que no y Luther King diría lo mismo. Entonces Carlyle tiene razón cuando dice que el ser humano vive bajo las botas de los héroes.

La creación cultural, sea musical, literaria o teatral, nace de una necesidad, del necesario impulso comunicativo. Comunicarse es actualizarse, es comprobar con el vecino que no estamos locos y que el relámpago de la media noche sí destruyó el molino principal. Y para enseñarle a los niños que los molinos tienen que poseer un pararrayos, los vecinos podrían escribir una canción, una fácil de memorizar.

Y no olvidemos que tal vez el molino sea la fuente de ingresos de dicho pueblo. Y no olvidemos que dicho pueblo probablemente no quiera que sus competidores se enteren de su secreto eléctrico. Y tal vez la canción infantil se escriba en forma de parábola o de alegoría. Y tal vez la canción diga algo así:

"Tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña,
vientre infecundo".

Educar a los niños para ser pedantes, callados y necios, sirve para que los infantes no compartan sus secretos. Para mí, así se practica la antropología, que es una metodología urdida para desanudar secretos. El buen antropólogo reconoce pasiones, propósitos y percepciones (uso las teorías de Burke), es decir, afectos, intenciones y métodos. Y para conocer tales cosas, es necesario aprender el arte de la traducción.

Traduzcamos. Un afecto es un sentimiento, y de sentimientos está hecho el arte. Una intención es un objetivo, y de objetivos está hecha la ciencia. Y un método está hecho de valores morales, y la moral es la raíz de la ética. Y la ética, la estética y la lógica, dependen de la Historia, que a su vez está hecha de héroes, de guerras y de folklore.

Un dios bélico o intelectual lanza al piso sus tesoros, y dos pueblos guerrean por ellos. De esta guerra nacen héroes, y de los héroes nacen aristocracias, que terminan siendo oligarquías, oligarquías que con los años se visten de democracia, según la hermosa teoría de Polibio.

El antropólogo tiene que estudiar en dónde están las coyunturas teóricas y prácticas de toda esta raigambre de información. Cuando pretendemos explicar una revolución intelectual echando mano de una leyenda, o cuando queremos explicar una religión a través del mito, estamos mirando de izquierda a derecha, causalmente. Un mito no engendra más mitos, así como la poesía no engendra poesía.

No hay saberes puros, dice Althusser, al que hemos aplicado en todo el texto. Decir que un dios escandinavo es hijo de otro dios bélico nos "suena hueco", citando a Macherey. El oído del antropólogo tiene que estar entrenado para oír tales "huecos", tales vacíos epistemológicos. ¿Qué es un vacío epistemológico? Es un "lugar" en el que la necesidad se impuso, es un sitio en el que algo pasó "porque sí" (uso metáforas espaciales porque son las únicas universales, según los análisis literarios de Borges).

La literatura negra, por ejemplo, es alegórica, pues tuvo la necesidad de hablar en código, en secreto, en alegoría. No hay una "explicación esencial" que nos haga comprender por qué los libros de los negros son así, pero sí hay una "explicación concreta" y material del asunto. ¿Nos estamos entendiendo? Es difícil que los lectores se adentren con confianza en Marx, pues Marx ha sido relegado de las universidades capitalistas, que sólo enseñan a actuar, pero no a pensar.

La antropología marxista busca saberes concretos, pues cree que el ser humano heroico es un caso excepcional y no común y corriente. Poner al proletario en la cabeza de la Historia no le gusta al pensador burgués, extremeño adulador de la "personalidad". A Napoleón no le gustaría saber que sus proezas fueron reactivas, no proactivas.

Continuemos con esta humilde meditación. El antropólogo entrenado en el marxismo sabe discernir entre los textos de combate y los textos científicos. La literatura negra es literatura de combate, literatura similar a la escrita por Lenin o por Stalin. No podemos afirmar que los escritos de Garvey son inferiores a los de Eliot, pues Eliot escribía para intelectuales blancos, mientras que Garvey escribía para encender a las masas negras.

Los antropólogos burgueses, blancos, confunden esta taxonomía y califican los textos que escrutan con herramientas inadecuadas. El objeto de estudio determina qué instrumento usaremos, y no al revés, según dice Bourdieu. Si en Europa se han redactado grandes textos científicos marxistas, en el Tercer Mundo se han redactado los mejores textos marxistas de combate.

En la selva y bajo la metralla uno no puede pensar en la dialéctica de Hegel, ¿verdad? Pero en la selva sí se pueden escribir octavillas que lleven implícitas las sabidurías de Marx. Casi toda la literatura de Lenin está hecha de manuales y de instrucciones.

No caigamos en el vicio burgués, no veamos a Europa en la parte izquierda y provocando la parte derecha, la parte tercermundista. Europa está en la parte superior, en la parte filosófica, en el Materialismo dialéctico, en tanto que el Tercer Mundo está en la parte inferior, en la parte científica, en el Materialismo histórico.

El antropólogo sabe cribar o extraer de los textos de combate nuevas ideas, ideas para alimentar los textos filosóficos… y viceversa. De los folletines negros tenemos que aprender a sacar nuevas ideas, nuevas percepciones, nuevas representaciones, y todo para crear nuevos conceptos filosóficos. No confundamos, como decía Stalin, la teórica "economía política" con la práctica de las "políticas económicas".

El territorio de la ciencia está en el Tercer Mundo. Es el Tercer Mundo el laboratorio del marxismo. El mal antropólogo pretende que la realidad se adaptará a sus teorías, parafraseando a Hegel. En cambio, el buen observador es como Miguel Ángel, es un hombre que quita lo que sobra, que encuentra la belleza en donde esté y por más cubierta que esté.

La buena antropología, para concluir, busca configuraciones (Verbindung), busca lo que ya está ahí pero que "no se ve". ¿Cómo? Aceptando que el folklore humano no es una materia de estudio inocente o nueva, sino una materia trabajada y retrabajada, transformada y capaz de mentirnos o de distraernos.

¿Por qué creemos que nuestro objeto de estudio es inocente? ¿Por qué creemos que todos los pueblos exponen sus sabidurías al público, que lo hacen a guisa de galería de arte? ¿Por qué creemos que podemos verlo todo? Creemos que el círculo del altar observado representa un dios secular, y creemos que la literatura negra siempre es oscura. Creer todo lo anterior es digno de religiosos, no de científicos. Es hora de leer a Lenin.