“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/6/12

La Filosofía sirve para distinguir los conceptos verdaderos de los conceptos falsos.

Jazz @ Paul Grech
Lenin recomendaba que todo lo contrastáramos contra los hechos, contra los acontecimientos y contra la Historia

¿Que franceses e ingleses han formado nuestra intelectualidad? No me parece posible. El mundo jamás ha sido francés o inglés, jamás ha sido totalmente romano o griego.

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
¿Por qué los intelectuales norteamericanos no leen? Porque ellos argumentan con bombas, misiles y pistolas. Como terminé mi trabajo de oficinista rápidamente, me puse a leer la pésima revista Letras Libres, más aburrida y estática que la política mexicana.

Leí una reseña, una reseña sobre un tal David Brooks, supuesto intelectual o "burgués bohemio", supuesto redactor del New York Times, único puente de su angosta fama. La reseña medita sobre su nuevo libro, titulado El animal social, título que me parece poco sugestivo y pasado de moda (parece un libro del XIX).

El escritor de la mencionada obra cita modernos, novedosos y actuales trabajos científicos, monografías estudiantiles que afirman que las pasiones dominan al hombre, funesto gusano que soslaya las razones. ¿Para aprender estas torpezas van los jóvenes norteamericanos a la universidad? Para mí es norteamericano cualquiera que viva arriba de México o que acepte vivir al estilo norteamericano.

Si la memoria no me traiciona, recuerdo que Aristóteles habló sobre el poder de las pasiones hace cuantiosos y fluidos siglos. También recuerdo que Homero trató el mismo tema. Es más, estoy seguro de que en algún lugar he leído el siguiente poema:

"¿Qué propósito tendrá Natura
en tan diversas leyes,
la pasión, la razón,
que de la propia división
son la causa?".

Este verso de F. Greville, que hace de la pasión la antecesora de la razón, ilustra el asunto, y creo que lo leí en un libro de Huxley (Contrapunto) y en un libro de Hitchens (Dios no es bueno). Como siempre, los redactores del New York Times desperdician el papel de la industria y las horas del público. Prefiero levantarme, fumar, leer a Marco Aurelio y saber que el hombre no nació para dormirse, saber que el hombre no nació para obedecer el dictamen pasional.

David Brooks (nombre de tenista amateur o de cantante pop) usa en su libro dos personajes, y lo hace para comunicar sus ideas. Pero Brooks carece de la habilidad platónica para los diálogos y de la habilidad de G. Stein para la crítica. Uno de estos personajes pertenece a la clase alta o media, mientras que el otro pertenece a la clase baja.

Como es costumbre en los mediocres libros del norte americano, los argumentos del libro de Brooks son provincianos, son locales, locos. Insinúa Brooks que franceses e ingleses han formado nuestra intelectualidad. No me parece posible. El mundo jamás ha sido francés o inglés, jamás ha sido totalmente romano o griego. Me gustaría que el señor Brooks leyera un poco de Filosofía o algunos libros ajenos a su cultura, que es una pobre y lúgubre e insalubre cultura.

Bastan unas pocas lecturas del señor Lenin para poder refutar las teorías de los pensadores estadounidenses. ¿Para qué sirve la Filosofía? Sirve, según Louis Althusser, para distinguir los conceptos verdaderos de los conceptos falsos. ¿Hay filósofos en Norteamérica? Más allá de Putnam o de Rawls, de Emerson o de Jefferson, no hay mucho que leer. Prefiero a los rusos o a los alemanes, a los ingleses o a los franceses.

El magnífico Lenin recomendaba que todo lo contrastáramos contra los hechos, contra los acontecimientos y contra la Historia. Los hechos estéticos, los hechos que quedan bajo el escrutinio de las "matemáticas del arte", demuestran que los estadounidenses tienen mal gusto, mal gusto inoculado en su horrenda prosa, prosa digna de Mickey Mouse.

Los acontecimientos, o dicho mejor todavía, la participación política de los norteamericanos en el planeta, demuestra que son bastante salvajes. Y la Historia, por su rezagado lado, demuestra que el imperio yankee está en decadencia. ¿Por qué leer a los campesinos del norte? No hay razón o causa para hacerlo.

David Brooks comete el error típico de los científicos típicos, el de los novatos que escriben típicos libros: pensar desde las creencias propias y no intentar salir de ellas. Dice el ingente Lenin que los falsos izquierdistas, llamados "burgueses", piensan como hidalgos y no como proletarios. ¿Por qué Brooks pretende que sus ideas sean útiles mundialmente? Porque no conoce el mundo, porque es un turista como Pete Hamill y no un explorador de verdad.

Los libros yankees sirven para tres cosas: para sorprender a los incautos del Tecnológico de Monterrey, para organizar el pensamiento de la gente de la U.N.A.M. y para escamotear las ideas rusas o árabes (Hollywood). Un buen libro norteamericano es Walden, construido por el práctico Henry David Thoreau. Este meditador nos enseña en su libro cómo ser libres, mientras que los libros publicados por los zafios modernos nos enseñan cómo vivir oprimidos.

Recuerdo que ayer perdí mi tiempo leyendo un artículo sobre James C. Scott, uno que dice que existen clases sociales dominantes y dominadas, cuando la realidad nos enseña que las clases sociales se dividen en dos, en añejas y en nuevas.

E. de la Boétie redactó un discurso sobre la servidumbre, discurso en el cual aprendemos que la cobardía es sólo una etapa social, y no una condición vital. Las ideas huyen de Norteamérica, huyen porque las ideas jamás podrán vivir encerradas en el armazón de la técnica, engañifa costosa.

Los escritores del país del norte tienen el respaldo del escándalo que hacen sus máquinas. Pareciera que la única elocuencia posible, es la elocuencia de sus motores. El lenguaje elegante o el bien fraguado, es mal visto por los yankees. No me gusta perder el tiempo y por eso dejé de leer a Chomsky, autor de segunda con opiniones políticas dignas de un mandril.

Me gusta más Hitchens. Me complace Wittgenstein. Aprendo de Marx. Me gustan los estoicos y me gusta destrozar las tontas teorías yankees con férreas ideas. Los estoicos escribían haciendo énfasis en el verbo o en la conjugación. Los epicúreos, por su lado, escribían enfatizando los adjetivos, los nombres. Pero los escritores norteamericanos escriben desde la nada (apenas se enteraron de la hegemonía pasional), y si nos va bien, escriben desde sus paradigmas.

Cada fonema, morfema o lexema yankee, delata obsesiones orales, anales, genitales. Los estadounidenses no han crecido, y necesitan alimento, destrucción y perversión, pues siguen en la infancia, pues siguen sin saber controlar sus pasiones, como certeramente afirma el torpe D. Brooks. Me pondré a leer poesía gauchesca mientras me bebo una lata de Coca Cola.