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La “maldición de la abundancia” es una expresión utilizada
para caracterizar los riesgos que corren los países pobres donde se descubren
recursos naturales objeto de la codicia internacional. La promesa de la
abundancia, derivada del inmenso valor comercial de los recursos y las
inversiones necesarias a realizar, resulta tan convincente que pasa a
condicionar el patrón de desarrollo económico, social, político y cultural.
Los riesgos de este condicionamiento son, entre otros:
crecimiento del PIB en lugar de desarrollo social; corrupción generalizada de
la clase política que, para defender sus intereses privados, se vuelve cada vez
más autoritaria con el fin de mantenerse en el poder, visto como una fuente de
acumulación primitiva de capital; aumento en vez de reducción de la pobreza;
polarización social creciente entre una pequeña minoría superrica y una inmensa
mayoría de indigentes; destrucción ambiental e imposición de innumerables
sacrificios a las poblaciones donde se encuentran los recursos en nombre de un
“progreso” que nunca conocerán; creación de una cultura consumista practicada
por una pequeña minoría urbana pero impuesta como ideología a toda la sociedad;
supresión del pensamiento y las prácticas disidentes de la sociedad civil bajo
el pretexto de ser obstáculos al desarrollo y profetas de la desgracia. En
resumen, el riesgo es que, al final del ciclo de la orgía de los recursos, el
país esté más empobrecido económica, social, política y culturalmente que al
principio. En esto consiste la maldición de la abundancia.
Tras los trabajos de investigación que llevé a cabo en
Mozambique entre 1997 y 2003 visité el país en varias ocasiones. De la visita
que acabo de hacer me llevo una doble impresión que mi solidaridad con el
pueblo mozambiqueño transforma en una doble inquietud. La primera tiene que ver
precisamente con la orgía de los recursos naturales. Los sucesivos
descubrimientos (algunos antiguos) de carbón (Mozambique es ya el sexto mayor
productor de carbón a escala mundial), gas natural, hierro, níquel, tal vez
petróleo, anuncian un El Dorado [1] de rentas procedentes del extractivismo que
pueden tener un impacto en el país semejante al que tuvo la independencia. Se
habla de una segunda independencia. ¿Estarán preparados los mozambiqueños para
escapar a la maldición de la abundancia? Lo dudo.
Las grandes multinacionales, algunas de sobra conocidas por
los latinoamericanos, como Rio Tinto y la brasileña Vale do Rio Doce (Vale
Mozambique), ejercen sus actividades con muy poca regulación estatal, celebran
contratos que les permiten apoderarse de las riquezas de Mozambique con
contribuciones mínimas al presupuesto estatal (en 2010 la aportación fue del
0,04%), violan impunemente los derechos humanos de las poblaciones donde hay
recursos, procediendo a su reasentamiento (a veces más de uno en pocos años) en
condiciones indignas, con falta de respeto por los lugares sagrados, los
cementerios y los ecosistemas que desde hace decenas o centenares de años han
organizado sus vidas.
Siempre que la población protesta es brutalmente reprimida
por las fuerzas policiales y militares. Vale es hoy uno de los principales
blancos de las organizaciones ecológicas y de derechos humanos por su
arrogancia neocolonial y sus complicidades con el Gobierno. Tales complicidades
tienen que ver en algunos casos con peligrosos conflictos de intereses: entre
los intereses del país, gobernado por el presidente Guebuza, y los intereses de
las empresas propiedad de Guebuza. De ello pueden resultar graves violaciones
de los derechos humanos, como cuando al activista ambiental Jeremias Vunjane,
que llevaba a la Conferencia de la ONU, Río+20, denuncias sobre los atropellos
de Vale, le fue arbitrariamente negada la entrada a Brasil y fue deportado
(regresando después de mucha presión internacional); o cuando a las
organizaciones sociales se les pide autorización del Gobierno para visitar a
las poblaciones reasentadas, como si vivieran bajo la jurisdicción de un agente
soberano extranjero.
Hay muchos indicios de que las promesas de los recursos
empiezan a corromper a la clase política de arriba abajo y que los conflictos
en su seno son entre los que “ya comieron” y los que “también quieren comer”.
No es de esperar que en estas condiciones los mozambiqueños en su conjunto se
beneficien de los recursos. Al contrario, puede estar en curso la
angolanización de Mozambique. No será un proceso lineal, ciertamente, porque
Mozambique es muy diferente de Angola: la libertad de prensa es
incomparablemente superior; la sociedad civil está más organizada; los nuevos
ricos tienen miedo de la ostentación, atacada semanalmente en la prensa y
también por miedo a los secuestros; el sistema judicial, pese a todo, es más
independiente para actuar; y hay una masa crítica de académicos mozambiqueños
con credibilidad internacional capaces de hacer análisis serios que muestran
que “el rey va desnudo”.
La segunda impresión/inquietud, relacionada con la anterior,
consiste en verificar que el impulso hacia la transición democrática que
observé en anteriores visitas parece interrumpido o estancado. La legitimidad
revolucionaria del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) se sobrepone
cada vez más a su legitimidad democrática (que viene disminuyendo en recientes
actos electorales), con el agravante de que hoy está siendo usada para fines
poco revolucionarios; la partidización del aparato de Estado aumenta en lugar
de disminuir; la vigilancia sobre la sociedad civil se intensifica si hay
sospecha de disidencia; la célula del partido continúa interfiriendo en la
libertad académica de la enseñanza y la investigación universitarias; incluso
dentro del Frelimo y, por tanto, en un ambiente controlado, la discusión
política es vista como distracción u obstáculo ante los beneficios no
discutidos e indiscutibles del “desarrollo”. Un autoritarismo insidioso
disfrazado de iniciativa privada y de aversión a la política (“no te metas en
problemas”) germina en la sociedad como yerba dañina.
Al partir de Mozambique, una frase del gran escritor
mozambiqueño Eduardo White vino a mi memoria y quedó allí grabada: “Nosotros que no cambiamos de miedo por
tener miedo a cambiar” (Savana, 20-7-2012). Una frase quizás tan válida
para la sociedad mozambiqueña como para la portuguesa y para tantas otras
sometidas a las reglas de un capitalismo global sin reglas.
Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló & José Luis Exeni Rodríguez
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