“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

4/7/13

Hannah Arendt y la banalidad del mal

Especial para La Página
Luis Roca Jusmet  |  Fuí a ver la película "Hannah Arendt", que me pareció un buen film. Una historia interesante bien estructurada con un guión inteligente, una buena dirección de Margarethe Von Trotta. La música también acompaña perfectamente la trama narrativa y la interpretación es muy ajustada. He de reconocer que la filósofa siempre me ha llamado la atención, pero nunca he entrado en una lectura seria de su obra, más allá de artículos y de fragmentos.

La película está centrada en la época biográfica en que su libro sobre Eichmann, el dirigente nazi que fue arrestado por el servicio secreto israelí y trasladado a Israel para ser juzgado allí. Hannah Arendt se traslada a Jerusalén y asiste al juicio. 
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Sobre lo que vio y pensó escribirá un artículo muy polémico en el diario norteamericano The New Yorker. En él plantea dos cuestiones que levantaran polémica: la primera es su hipótesis sobre la banalidad del mal. Eichmann fue una persona normal, mediocre, un burócrata gris incapaz de pensar que cumplía órdenes. No era un monstruo sino un individuo que cumplía órdenes porque consideraba que era su deber. Esto no le quita responsabilidad, pero permite entender mejor lo que hizo y porqué lo hizo. La segunda cuestión que plantea es que algunos dirigentes judíos se comportaron de manera cobarde y podían haber reaccionado de una manera más firme frente a la amenaza nazi.

Primera reflexión. Como dice Castoriadis el hombre quiere creer, no quiere saber. La verdad da miedo porque cuestiona las creencias, porque introduce dudas y matices, porque nos saca de la comodidad de nuestras certezas. Tras la derrota nazi, el Holocausto se convirtió en un mito. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que los judíos construyen una narración que debía ser incuestionable y que el resto de países ganadores, por motivos varios, tampoco cuestionaron. El mito es el de los nazis verdugos y los judíos víctimas. La consecuencia es que cualquier crítica al pueblo judío o sus representantes sería considerado antisemitismo. Pero las cosas son más complejas. Para empezar el nazismo fue un movimiento político totalitario que no solo exterminó a los judíos, sino también a los gitanos y a los alemanes de izquierdas. Que hay que analizar las divisiones dentro del pueblo judío y sus diversas reacciones. ¿Qué hicieron sus líderes? ¿No creyeron las élites económicas judías que no irían a por ellos y se mantuvieron al margen mientras pudieron de los que hacía con los judíos de clases populares?, ¿cómo es posible que inmediata mente después de acabar la Segunda Guerra Mundial levantaran un Estado expulsando a sus habitantes?, ¿cómo es posible que después de ser víctimas se conviertan en verdugos de otro pueblo, el palestino, y practiquen un racismo sistemático hacia ellos? Son preguntas incómodas pero que cualquier persona que busca la verdad se hace. Hannah Arendt se hizo algunas y no le perdonaron.

Segunda cuestión.. Lo que acaba cuestionando Hannah Arendt es que el Holocausto sea una excepción histórica, una monstruosidad y los judíos una víctima expiatoria. Con este argumento se pretende eludir cualquier crítica y considerarla antisemitismo. En realidad es un fenómeno histórico extremo en su brutalidad pero no una excepción. Tiene características propias pero se enmarca en toda una historia de genocidios que han continuado después de la derrota del nazismo.

Los problemas filosóficos de fondo son, para mí, dos. Uno es el llamado "El problema del Mal", cuya respuesta es el de su banalidad. El mal, concluye Hanna Arendt lo puede hacer cualquier humano que no ejerza su capacidad de pensar, que le permite distinguir lo bueno de lo malo.  

Personalmente discrepo radicalmente de la posición de Hannah Arendt. En primer lugar porque la misma pregunta está mal planteada. El Mal no existe. No hay ninguna entidad metafísica que responde a esta palabra. Spinoza ya lo dejó claro. Como también que lo bueno y lo mal son relativos a la alegría y la tristeza, al amor y al odio. Bueno es todo aquello que genera alegría y amor y malo lo que genera las pasiones tristes, dentro de las cuales está el odio y el sufrimiento del otro.

Hannah Arendt considera que Eichmann era un burócrata que ejercía su trabajo sin sentimiento, que no era capaz de pensar por sí mismo y que actuaba siguiendo lo que consideraba que era su deber.

Estando de acuerdo con Hannah Arendt en que Eichmann no era un monstruo hay que cuestionarse el calificativo normal. Porque normal no quiere decir nada, es un concepto puramente estadístico. Dicho esto veamos las insuficiencias de la caracterización de la filósofa:

1) Eichmann era una persona sin humanidad, esto hay que señalarlo. La humanidad es un sentimiento que te permite conmoverte por su sufrimiento. O en todo caso había unos sentimientos más fuertes que este sentimiento hacia el otro. Tiene que haber alguna patología (no en el sentido de enfermedad) que te lleve a actuar, que te permita llevar a cabo esta maquinaria infernal sin titubear. Los nazis gozaban con su exterminio porque estaba al servicio de un Ideal con el que se identificaban y que le proporcionaba un placer. Porque hay en los humanos una pulsión de muerte, destructiva, que nos proporciona una goce oscuro, Digamos que lo que hizo el nazismo fue sacar lo peor del ser humano. Eichmann no era un burócrata sino alguien que gozaba en servir un Ideal que implicaba la destrucción del otro. No era un monstruo porque no era una anomalía, sino un humano que desarrolló sus peores tendencias.

2) El tema de obedecer sin pensar. No creo que el pensar nos permita diferenciar lo bueno de lo malo en términos absolutos, porque estas entidades (bien, mal) no existen. Heidegger ya le dijo que el pensar no responde a una utilidad, ni tan siquiera moral. La capacidad de pensar de Heidegger no le permitió entender lo que era el nazismo y sus consecuencias. Eichmann pensaba pero determinado por una ideología y una jerarquía. Es la servidumbre voluntaria, tan presente en el ser humano. Pensar por uno mismo es una ruptura con la tendencia a dejarnos dirigir por el otro. Eichmann seguía una ley pensada desde un Ideal delirante y destructivo. ¿En nombre de que podía cuestionar la ley si estaba escrita desde el Ideal con el que se identificaba?

La única manera de luchar contra lo peor del ser humano es desarrollando lo mejor. Spinoza lo dejó muy claro: únicamente un sentimiento elimina otro. Únicamente la alegría mata la tristeza, únicamente el amor mata el odio. Y viceversa. La alegría es lo que sentimos desarrollando nuestra potencia, nuestras capacidades. Es la voluntad de poder afirmativa. El resentimiento, la impotencia, son los que crean esta voluntad de poder destructiva y el goce que se genera de ella. Eichmann sería seguramente un resentido, un impotente que vio colmado con su poder destructivo todo su odio. 

Hay por supuesto una actitud que es la de respeto y la de reconocimiento del otro, como sujeto de derechos, como sujeto de deseo, como un igual, la que nos permite evitar este tipo de conductas.