“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

1/10/13

La Vanidad | El deseo de reconocimiento se transforma en algo obsesivo y sin límites

Luis Roca Jusmet  |  La película, en su conjunto, no me gustó. Me parece efectista y poco consistente, se va por las ramas y no se centra en la cuestión central, que es la que quiero comentar aquí. Se trata de lo que se presenta como el pecado capital de los humanos: La Vanidad. Esto no quiere decir que el film no tenga elementos muy buenos, como las interpretaciones de Keanu Reeves, Charlize Theron. Algunas escenas, además, tienen mucha fuerza.

El tema del pacto con el diablo, como metáfora de renunciar a todo principio a cambio de la satisfacción de una pasión, es interesante. La pasión es la vanidad, que se plantea como la más devastadora de las pasiones humanas. Vanidad que identifica con narcisismo.  Richard Sennett lleva mucho tiempo planteando que vivimos en una sociedad cada vez más narcisista. Pero él se refiere a que estamos muy pendientes de nuestra imagen y de nuestras emociones. Es algo relacionado pero no es lo mismo.


El tema de la vanidad aparece en todas las teorías de las pasiones, desde Aristóteles como un exceso. Pero la cuestión es que, como humanos, todos queremos ser reconocidos y valorados. La cuestión es cuál es el límite entre algo que es bueno y algo que es malo. Porque buscar el reconocimiento del otro, de los otros es positivo, como señala Tzvetan Tódorov, si no queremos caer en el mito de la autosuficiencia. O en la apuesta budista de la eliminación del ego.

Para orientarnos en esta diferencia me inspiraré en mi querido Spinoza. La vanidad produce alegría. Los soberbios quieren a los aduladores y parásitos. No quieren, en cambio, a los que son justos y dicen la verdad. Lo soberbio surge del autoengaño, de la mentira. Hay un amor a uno mismo que en parte se basa en una imagen falsa de uno mismo y en parte en este reconocimiento falso de los otros. La ambición como deseo inmoderado de gloria. Hay por tanto un deseo inmoderado y un afecto inmoderado: juntos forman la vanidad. Inmoderado porque es excesivo, porque se come el resto de los afectos, sobre todo los dirigidos al otro. Porque el deseo de reconocimiento se transforma en algo obsesivo y sin límites. Porque se basa en la falsa creencia sobre nosotros mismos, sin reconocer nuestros defectos. 

La autoestima, dice Spinoza, está bien. Porque nos queremos con nuestros defectos, aunque nos permite querer a los otros. El deseo de reconocimiento también. Pero cuando se transforma en una pasión que nos domina nos convierte en esclavos de ella. El eneagrama, que en otras ocasiones he cuestionado, tiene de positivo que renueva la vieja teoría de las pasiones. La vanidad se basa, nos dice muy adecuadamente, en la mentira.