José Martí ✆ Pedro Ramón López |
El empuje libertador de la Revolución Francesa, entró penosa,
parcial y tardíamente en la gran Antilla española. Realidad esa bien conocida,
y que aquí acaban de recordar e ilustrar, después de Alain Yacou, mis jóvenes
amigos del grupo de Historia de las Antillas hispánicas. Las medidas
represivo-profilácticas, la rebelión de los esclavos del Santo Domingo francés,
la integración al “bloque de poder” del sector criollo de los terratenientes y
comerciantes ricos, las reformas “ilustradas” de los gobiernos
coloniales, son
los factores que más influyeron para que no surgiera entre los criollos blancos
y mulatos el afán por descubrir, ensalzar o imitar la Revolución Francesa, afán
que sí existió en algunas ciudades y tierras del Continente. Además la
“Revolución de los franceses” vino a significar pronto en las islas la abolición
inmediata de la esclavitud: era la revolución social de los negros, no la
revolución de independencia de la nación criolla.
El empuje libertador de la Revolución Francesa entro, sin
embargo, de polizón por los puertos, con ciertos emigrados de Saint Domingue,
Santo Domingo y Luisiana, y a veces a pesar de ellos; con los marineros, los
corsarios, los negociantes; con la organización de una red de logias masónicas
vinculadas intencionalmente con el Gran Oriente de Francia, relacionadas las de
Santiago de Cuba con las de Marsella y las de La Habana con las de Le Havre,
según las rutas del comercio transoceánico. Entró también, depurada y
adulterada, durante el “trienio liberal” con algunos liberales españoles, y es
cuando se publicó, a imitación del diario madrileño, el Robespierre
Habanero; después de la Revolución Francesa de 1830, con algunos hacendados
criollos seducidos por la monarquía constitucional del “rey burgués”; después
de la Revolución Francesa de 1848, con algunos jóvenes republicanos criados a
orillas del Sena; en el decenio de los 60, con algunos reformistas cubanos
culturalmente “afrancesados”.
Pero, donde realmente irrumpieron en Cuba las ideas de la
Revolución Francesa de 1789, fue en las filas de los revolucionarios de
Yara y Guáimaro. Algunos símbolos usados en el período revolucionario renacen
en los campos de Cuba libre y en la emigración patriótica. Tomemos unos
ejemplos. Al penetrar en Bayamo, la abanderada mambisa lucía “un vestido de
amazona, blanco, un gorro frigio punzó, una banda tricolor”. Al dirigirse la
palabra, los diputados de la Cámara se ‘llamaban entre sí “ciudadanos”. Al
derrumbarse el Segundo Imperio en Francia, en 1870, y al brotar de nuevo la
República, escribió Carlos Manuel de Céspedes al Gobierno Provisional: “¡Quién no ve en los dos luminares que
han vuelto a aparecer en el hermoso cielo de la Francia -92- y el -48- la
infalible señal del triunfo de la libertad y un feliz mensajero de las
legítimas esperanzas de todos los pueblos que luchan contra la Tiranía?”
Al capitular entre los últimos en mayo de 1878, el general Guillermo
Moncada expuso que la lucha sostenida durante diez años fue “para afianzar en nuestra Patria los
principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Atestiguado por mil documentos más, subrayado cien veces, el
hecho, cierto, de la influencia de la Revolución Francesa en la Guerra de los
Diez Años, merece todavía un estudio más pormenorizado y global a la vez. El
problema estriba tanto en el porqué de tanta demora en la adopción de aquellas
ideas y prácticas, como en el porqué de la acogida de estas por la generación
del 68. ¿En qué la Cuba del 68 sería comparable con la Francia del 89? Más allá
de las ‘evidentes diferencias estructurales, sociales y políticas, se impone a
la mente la no menos evidente aspiración de los elementos burgueses de la
generación del 68 (la cual va del viejo Céspedes al bisoño Zambrana) a combatir
la tiranía de la monarquía, las trabas económicas y fiscales, la esclavitud, y
a promover y organizar de por sí Ia Nación, creando un nuevo orden. Aspiran no
sólo a separarse de la Metrópoli colonial, sino también a transformar la
sociedad según formas y conceptos democrático-burgueses. Y en su anhelo de
reconstrucción, su democratismo se nutre de Rousseaus y su republicanismo se
inspira tanto en el modelo jacobino francés como en el modelo constitucional
norteamericano.
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