“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

5/12/13

José Martí y la Revolución francesa

José Martí ✆ Pedro Ramón López
Paul Estrade  |  En esta ponencia nos limitamos al estudio de la visión martiana de “los días del trueno y del rayo”, dejando de lado cuánto se pueda referir al parentesco entre el ideario de los actores de esta Revolución y el ideario del precursor de la Revolución Cubana. Sorprendentemente, la crítica martiana pasada, por francófila que haya sido a veces, sólo escasamente exploró el tema. La crítica martiana contemporánea no lo ha abordado sino de paso, si bien es justo señalar que ha sido mediante oportunos y felices atisbos.

El empuje libertador de la Revolución Francesa, entró penosa, parcial y tardíamente en la gran Antilla española. Realidad esa bien conocida, y que aquí acaban de recordar e ilustrar, después de Alain Yacou, mis jóvenes amigos del grupo de Historia de las Antillas hispánicas. Las medidas represivo-profilácticas, la rebelión de los esclavos del Santo Domingo francés, la integración al “bloque de poder” del sector criollo de los terratenientes y comerciantes ricos, las reformas “ilustradas” de los gobiernos
coloniales, son los factores que más influyeron para que no surgiera entre los criollos blancos y mulatos el afán por descubrir, ensalzar o imitar la Revolución Francesa, afán que sí existió en algunas ciudades y tierras del Continente. Además la “Revolución de los franceses” vino a significar pronto en las islas la abolición inmediata de la esclavitud: era la revolución social de los negros, no la revolución de independencia de la nación criolla.

El empuje libertador de la Revolución Francesa entro, sin embargo, de polizón por los puertos, con ciertos emigrados de Saint Domingue, Santo Domingo y Luisiana, y a veces a pesar de ellos; con los marineros, los corsarios, los negociantes; con la organización de una red de logias masónicas vinculadas intencionalmente con el Gran Oriente de Francia, relacionadas las de Santiago de Cuba con las de Marsella y las de La Habana con las de Le Havre, según las rutas del comercio transoceánico. Entró también, depurada y adulterada, durante el “trienio liberal” con algunos liberales españoles, y es cuando se publicó, a imitación del diario madrileño, el Robespierre Habanero; después de la Revolución Francesa de 1830, con algunos hacendados criollos seducidos por la monarquía constitucional del “rey burgués”; después de la Revolución Francesa de 1848, con algunos jóvenes republicanos criados a orillas del Sena; en el decenio de los 60, con algunos reformistas cubanos culturalmente “afrancesados”.

Pero, donde realmente irrumpieron en Cuba las ideas de la Revolución  Francesa de 1789, fue en las filas de los revolucionarios de Yara y Guáimaro. Algunos símbolos usados en el período revolucionario renacen en los campos de Cuba libre y en la emigración patriótica. Tomemos unos ejemplos. Al penetrar en Bayamo, la abanderada mambisa lucía “un vestido de amazona, blanco, un gorro frigio punzó, una banda tricolor”. Al dirigirse la palabra, los diputados de la Cámara se ‘llamaban entre sí “ciudadanos”. Al derrumbarse el Segundo Imperio en Francia, en 1870, y al brotar de nuevo la República, escribió Carlos Manuel de Céspedes al Gobierno Provisional: “¡Quién no ve en los dos luminares que han vuelto a aparecer en el hermoso cielo de la Francia -92- y el -48- la infalible señal del triunfo de la libertad y un feliz mensajero de las legítimas esperanzas de todos los pueblos que luchan contra la Tiranía?”  Al capitular entre los últimos en mayo de 1878, el general Guillermo Moncada expuso que la lucha sostenida durante diez años fue “para afianzar en nuestra Patria los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad”.

Atestiguado por mil documentos más, subrayado cien veces, el hecho, cierto, de la influencia de la Revolución Francesa en la Guerra de los Diez Años, merece todavía un estudio más pormenorizado y global a la vez. El problema estriba tanto en el porqué de tanta demora en la adopción de aquellas ideas y prácticas, como en el porqué de la acogida de estas por la generación del 68. ¿En qué la Cuba del 68 sería comparable con la Francia del 89? Más allá de las ‘evidentes diferencias estructurales, sociales y políticas, se impone a la mente la no menos evidente aspiración de los elementos burgueses de la generación del 68 (la cual va del viejo Céspedes al bisoño Zambrana) a combatir la tiranía de la monarquía, las trabas económicas y fiscales, la esclavitud, y a promover y organizar de por sí Ia Nación, creando un nuevo orden. Aspiran no sólo a separarse de la Metrópoli colonial, sino también a transformar la sociedad según formas y conceptos democrático-burgueses. Y en su anhelo de reconstrucción, su democratismo se nutre de Rousseaus y su republicanismo se inspira tanto en el modelo jacobino francés como en el modelo constitucional norteamericano.
 


http://jcguanche.files.wordpress.com/