“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

17/7/14

Por ahí van los tiros

Gustavo Márquez Marín
El Presidente Maduro anunció que iniciará una “reestructuración global del Gobierno para articularlo con la eficiencia máxima y honestidad máxima”. Afirmó que esta será el resultado de una autocrítica frente al pueblo, del cual ha venido recibiendo diversas propuestas que contribuirán a “...reestructurar y cambiar todo lo que haya que cambiar, la revolución tiene que ser cambio permanente hasta que vayamos logrando los niveles de eficiencia, de trabajo, para responderle a nuestro pueblo que es lo más importante”.

Ahora bien, la única forma para que la revolución sea permanente es que se garantice y promueva, también de manera permanente, la crítica y la autocrítica constructiva con seriedad y entereza. De otra manera, los “cambios” terminarían siendo metabolizados inexorablemente, por quienes asumen el discurso revolucionario de la boca para afuera, porque ya forman parte de una burocracia enfocada en el usufructo del poder y no en su utilización como un instrumento para impulsar la transformación revolucionaria.

Un cambio de gabinete si no se enmarca en una reestructuración del Estado con base en una profunda evaluación y redefinición estratégica de las políticas públicas, partiendo de un debate autocrítico que se nutra del Poder Popular, de los Movimientos Sociales, de los Partidos Políticos que respaldan el proceso, puede terminar siendo una luz de bengala lanzada al vacío. En ese caso, se agregaría una nueva frustración a un pueblo que espera ansioso el “golpe de timón” propuesto por el Presidente Chávez, para enfrentar a fondo el burocratismo, la corrupción y gestión fragmentada, a fin de lograr la “máxima eficiencia” que se traduzca en más bienestar para el pueblo, más desarrollo soberano y más profundización de la democracia socialista. Pero, para que sea posible esa máxima eficiencia, se requiere máxima transparencia y máxima participación protagónica del Poder Popular en el control de la gestión pública, territorializando, democratizando e institucionalizando la misma. Sin transparencia y sin control social por el Poder Popular, no será posible reducir la corrupción y lograr la “honestidad máxima” y sin esta, la eficiencia se esfuma. Por ahí van los tiros para que la revolución se haga irreversible.
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