Jean Tirole ✆ Jac Depczyk |
[En] la revista de economía heterodoxa Real-World Economics Review, me encontré con una entrada de David F. Ruccio comentando
la concesión del Premio Nobel de Economía a Jean
Tirole. Ruccio, profesor de economía de la Notre Dame University y miembro
del consejo editorial de Rethinking
Marxism, señalaba que la Real Academia Sueca de las Ciencias, al otorgar el
premio a Tirole, había manifestado que nos había “aclarado cómo entender y regular industrias con unas pocas empresas
poderosas”. Ruccio iba un poco más allá, diciendo que en realidad el
trabajo del francés lo que había mostrado era la naturaleza del capitalismo en
el mundo real: un mundo con industrias dominadas por pocas empresas de gran
poder que pueden imponer precios mucho más altos que los costes y que bloquean
la entrada de otras empresas. Algo bien diferente de la “fantasía” que se
enseña en muchas facultades de economía y que nos hablaría de un mundo de
empresas en competición perfecta, sin efectos negativos en la sociedad y por
tanto sin necesidad de regulación.
En un artículo escrito junto a Roland Bénabou, titulado
Intrinsic and
Extrinsic Motivation, el Nobel de Economía de este año muestra como los
esquemas de incentivos extrínsecos (es decir, los ideados por un sujeto, el
“principal” para que otro sujeto, un “agente” haga algo) a veces pueden suponer
un tiro que sale por la culata, desmotivando al agente, reduciendo sus
incentivos intrínsecos (es decir, los propios del agente), sobre todo a largo
plazo. Una idea clave es que el esquema de incentivos extrínsecos funciona
otorgando información al agente, información que puede de hecho ir en contra de
la motivación para realizar la acción.
Por ejemplo, pongamos el caso de un profesor que quiere
conseguir que todos sus alumnos entiendan bien la lección que está enseñando.
Para “motivarles”, les ofrece pagarles un viaje a un parque de atracciones si
aprueban el examen de esa lección. En teoría, lo que el profesor quiere que
piensen sus alumnos es:
Nos gustaría ir al parque de atracciones, así que vamos a aprendernos la lección para conseguir el premio.
El problema es que el hecho de que el profesor explicite ese
esquema de incentivos ya está otorgando información a los alumnos. Así, los
alumnos pueden pensar:
Si un profesor se está ofreciendo a pagar un viaje a un parque de atracciones por aprobar un examen, es que tiene que estar desesperado porque piensa que vamos a sacar un cero. Igual tiene que tener un mínimo de aprobados para esta evaluación o le va a caer la del pulpo. Así que haremos el mínimo esfuerzo, para conseguir un aprobado raspado, o incluso menos. Se verá obligado a aprobarnos, estirando la nota o dejándonos entregar algún trabajo, y seguiremos llevándonos el premio del examen.
O por ejemplo:
¿Quién se cree que es este profesor para intentar comprarme el aprobado? ¿Mi padre? A mí me interesa la asignatura, no quiero que me tenga que dar un viaje para estudiarla. Se cree que va de enrrollado y que es nuestro amigo. Voy a pasar de su cara, a pelarme clases y a escuchar punk y heavy metal.
En ambos casos, el incentivo está dejando ver al agente la
motivación del principal para establecer los incentivos (o más bien, le hace
creer que ve la motivación). Para designar esto, Tirole utiliza el concepto de
psicología social del looking-glass self
(traducido sería: el yo del espejo), según el cual la identidad personal de un
individuo se basa en cierta medida en las opiniones e impresiones que otros
tienen sobre él (es decir, hasta cierto punto es un reflejo).
La cosa se complica aún más si tenemos en cuenta que el
principal puede anticiparse a que el agente va a sacar cierta información o
formarse impresiones del esquema de incentivos que establezca, y por tanto
modificarlo o diseñarlo de otra forma. Pero a su vez, el agente mismo puede
tener este hecho en cuenta: partir de la base de que el principal se intentará
anticipar a la información que el agente va a obtener de los incentivos para
formular su comportamiento. La idea parece un poco una muñeca rusa, en la cual
cada vez descubres un nuevo nivel.
En esta situación para el economista Alex
Tabarrok tendríamos un “problema Moriarty”. La idea viene de Oskar
Morgenstern quien la derivó a su vez de una historia del escritor Arthur Conan
Doyle. En la narración, el profesor Moriarty, la némesis de Sherlock Holmes,
persigue al detective inglés. Éste huye de Londres a Dover en tren. Pero como
Holmes es muy inteligente, se anticipa a Moriarty, pensando que éste intentará
coger un tren más rápido que el suyo a fin emboscarle en Dover. Así que planea
pararse en una estación a mitad camino y no llegar a la ciudad de los famosos
acantilados. Pero ¿y si Moriarty es incluso más listo, y ya prevé esta argucia
de Holmes, planeando pararse en la estación a medio camino él mismo? Y así ad
infinitum.
Hay dos cosas que me parecen muy interesantes del artículo
de Tirole y Bénbou (y de los comentarios de Ruccio y Tabarrok). En primer
lugar, el hecho de que haya economistas que abran la ventana para ventilar la
habitación, y se interesen por conceptos e investigaciones de psicología social
o sociología. Tirole y Bénabou mencionan varias veces en su artículo la falta
de atención que han dedicado los economistas a las motivaciones intrínsecas en
situaciones de interacción económica o social.
En segundo lugar, el hecho de que estos economistas, como
señala Ruccio, desarrollen su investigación en una dirección que profundiza un
poco más en el comportamiento y las interacciones económicas que el viejo y
manido “las personas respondemos a incentivos, punto”, que no es que no sea
cierto, pero que se queda incompleto a la hora de explicar numerosos problemas
que nos encontramos en la actualidad. En concreto, el implementar el concepto
del “looking-glass self” en economía no deja de tener ese cierto regusto a la
perspectiva dialéctica que tanto gustaba al conocido barbudo de Tréveris y a su
amigo de Wuppertal: tal y como lo define Michael Henrich, ésta se basaría en el
hecho de que todas las cosas dependen a su vez del resto de elementos,
interactuando constantemente. La idea de Tirole y Bénabou sobre motivaciones
parece recoger en cierto sentido esta tradición, y profundizar un poco más allí
donde los sicofantes del status quo se contentan con repetir “incentivos,
incentivos” y “reformas estructurales, gñe” como si la solución a los problemas
complejos viniese indefectiblemente de mano de estrategias “de arriba abajo”.
(Por cierto, Tabarrok explica tanto el tema del “problema
Moriarty” como la cuestión de la información que obtiene el agente de los
incentivos mejor que yo, por si os interesa consultarlo. Y además es un
reconocido libertariano de la George Mason University, para que no parezca que
sólo leemos a heterodoxos y radicales).
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