“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

13/5/15

El camino de la experiencia: la ‘Fenomenología del espíritu’

Luis Eduardo Gama   |   Como en todo gran pensador, la reflexión filosófica de Hegel surgió de una experiencia vital e inquietante con la realidad espiritual de su momento. La inquietud fundamental que anima desde sus inicios al pensamiento hegeliano proviene de la experiencia del desgarramiento del individuo moderno en esferas antitéticas.
Hegel ✆ Afshin Sabouki

Esta experiencia se hace palpable para Hegel en todos los ámbitos de la vida: está presente en el desarraigo del individuo frente a un entorno natural reducido a objeto de las ciencias empíricomatemáticas y de la dominación de la técnica, se hace visible en el ámbito de lo político, en el que un individualismo exacerbado y una visión mecanicista de la sociedad generaron un estado contractual de sujetos egoístas para los que la vida pública era tan solo el medio para satisfacer sus intereses particulares, y está presente en la esfera del arte, donde el romanticismo imperante había hecho del sentimiento subjetivo el principio dominante, con lo que la obra de arte ya no podía cumplir la función constituyente e integradora de lo social que, por ejemplo, tenía entre los griegos. En todos estos casos, los individuos se encuentran divididos entre tendencias contrapuestas, entre la búsqueda de la autonomía individual y la pertenencia a tradiciones históricas y comunidades naturales, entre el ideal de un saber metódico y las verdades evidentes, pero no operacionalizables, de la religión o el arte (ver Giusti, 1986, pág. 27).

En este sentido, la oposición kantiana entre naturaleza y libertad no logra otra cosa que hacer resonar en el ámbito de la moral los desgarramientos y tensiones propios de la época. Kant separó tajantemente al ser humano en su capacidad para conocer el mundo fenoménico de la naturaleza, por un lado, y en su realización como sujeto moral libre, por el otro. Para Hegel, esto resultó en un dualismo intolerable que, al desligar la idea de la libertad de todos sus vínculos con la praxis vital y referirla exclusivamente a la lógica universalizante de la razón práctica, hacía de ella tan solo un vacío concepto formal.

Por supuesto, esta experiencia fundamental y la preocupación que suscita son comunes a todo el mundo intelectual contemporáneo de Hegel. La diferencia estriba en las distintas maneras como en cada caso se buscó responder a esta problemática. La generación de los románticos, por ejemplo, buscaba reanimar en el seno de la cultura moderna el modelo de la antigüedad clásica griega, en tanto veía en ella el paradigma de una cultura que logró aunar armónicamente la polis, la naturaleza y el cosmos, el individuo y la comunidad, el arte y la religión, en el horizonte unitario de una razón vinculante que los griegos llamaron logos. Un propósito integrador similar movió a filósofos como Reinhold o Fichte a tratar de unicar en sus doctrinas la dimensión de la naturaleza y del conocimiento teórico con el universo moral de la libertad humana que el criticismo kantiano había dejado fragmentado. También Hegel abogó desde sus comienzos por la restauración de una dimensión integral que unicara todos los ámbitos de la realidad humana. Frente a las respuestas de sus contemporáneos, su empresa parece tomar un matiz conciliador y, sin embargo, se trata de una solución profundamente original. Como los románticos, Hegel admiraba el poder vinculante del logos griego, pero consideraba irrebatible el principio moderno de la subjetividad y de la libertad individual. Hegel retomó de la filosofía poskantiana la idea de la necesidad de un sistema racional que integrara el todo de la experiencia humana, que en Kant se había disociado, pero no pretendió elaborar ese sistema alrededor de la subjetividad del yo, sino –siguiendo el espíritu del logos griego– desde una dimensión universal de la razón, que por encima de la razón meramente subjetiva permeaba, sin embargo, a los individuos históricos concretos.

Sobre el trasfondo de estas someras indicaciones debemos entender el propósito último del sistema hegeliano. El sistema debería abarcar en un todo conceptual organizado el horizonte completo de la experiencia humana, de modo que se hiciera visible la profunda interrelación entre cada uno de sus ámbitos. Por un lado, siguiendo a los griegos, la unificación de ese todo se daba gracias a una razón universal omniabarcante, que Hegel llama la idea o el absoluto, y no en virtud de una pretendida omnipotencia de la subjetividad del yo. Por otro lado, siguiendo el impulso de esta subjetividad moderna, esta razón absoluta no debería subsumir la individualidad, sino integrarla armónicamente con ella, salvaguardando así el principio de la libertad humana. Este peculiar entrelazamiento de mutua dependencia entre una razón universal supraindividual y la experiencia concreta histórica de los hombres constituye lo más característico del sistema hegeliano. Por sistema, ya debe ser claro aquí, no entiende Hegel algo como una organización de juicios simplemente dada y estática, ajena a lo concreto y alejada del sano entendimiento humano. En este sentido, Hegel no pretendió nunca plantear la losofía como una doctrina abstracta, extraña a la vida, sino que buscó involucrarla siempre en el amplio mundo de la experiencia humana corriente. Ni siquiera en las reflexiones más especulativas de su sistema Hegel abandonó el ideal de una integración total entre teoría y vida, y con ello no dejó de lado el punto de vista de una filosofía que tomara en serio la experiencia humana real. En una muy citada carta a Schelling, de noviembre de 1800, Hegel se refiere a esta integración como una de sus tareas futuras:
En mi formación científica, que comenzó partiendo de las necesidades subordinadas de los hombres, tuve que ser impulsado hacia la ciencia, y el ideal de la edad juvenil tuvo que transformarse en forma reŽexiva hacia un sistema; ahora me pregunto, mientras sigo ocupándome de esto, qué camino de retorno puede hallarse hacia un introducirse en la vida de los hombres (B, p. 59) 1 .
Así, desde sus comienzos, el sistema hegeliano se orienta hacia la experiencia de la vida y, con ello, contra filosofías del momento puramente especulativas. La idea de sistema no debe entenderse como la de algo estático, sino justamente como «una totalidad orgánica de conceptos» (véase DS, pp. 30-35) que –al decir de Fulda– «puede orientar mejor que la losofía del mundo o la doctrina de la religión de Kant, y donde se vive de manera más plena que en el mundo» (Fulda, 2003, p. 55).

Esta conexión entre sistema conceptual y experiencia vital humana pasó largamente desapercibida. Contra su verdadera intención, una losofía como la de Hegel, que exponía un sistema cerrado y totalizante de una razón absoluta, fue vista por muchos como una filosofía incapaz de captar las experiencias vitales inmediatas de los hombres. Este malentendido se vio atizado además por lo críptico del lenguaje empleado y por el hecho de que fue la Lógica –sin duda el texto más conceptual y difícil de Hegel– la obra alrededor de la cual se centró durante mucho tiempo la recepción de este autor. El prejuicio sobre Hegel como el más grande sistemático de la Modernidad y enemigo de la vida dominó hasta bien entrado el siglo XX. Quizás fue con Dilthey y su recepción de los escritos de juventud de Hegel que este panorama comenzó a cambiar. En efecto, en estos textos resultan centrales nociones como las de vida o amor, ubicadas en las antípodas de las puras conceptualidades especulativas de la Lógica. Y es en línea con esta renovada lectura de Hegel donde debemos situar el interés que años más tarde comenzó a despertar la Fenomenología –más allá de la recepción negativa que sobre esta obra habían hecho en el siglo XIX Marx y Kierkegaard–, un interés que perdura acrecentándose hasta nuestros días.

La Fenomenología del espíritu permite aproximarse de manera ejemplar a esta señalada interrelación entre sistema y vida tan cara a Hegel. Este aspecto se hace patente en esta obra a través de la noción central de experiencia. La Fenomenología describe, en efecto, el tránsito de la experiencia humana a través de diversas configuraciones de sentido o acepciones de mundo, que no son meros constructos teóricos, sino que tienen un correlato real en formas sociales de vida histórico-concretas, pero al mismo tiempo muestra que este camino de la experiencia sigue una estructura racional determinada por el absoluto, con lo que se hace posible conceptualizar la experiencia real de la conciencia en los términos especulativos del sistema. En otras palabras, Hegel se propuso aquí elaborar las formas histórico-reales de la experiencia humana desde la idea de una racionalidad absoluta que en esas formas se va desplegando y que puede recogerse luego en un sistema totalizante. La experiencia humana tiene, pues, lugar en la convergencia de la razón universal y la vivencia particular, a horcajadas entre la contingencia de la vida y lo concreto, por un lado, y la necesidad de una racionalidad absoluta, por el otro. Mi objetivo aquí es ofrecer una breve presentación de esta noción de experiencia, que quizás sirva de aperitivo para una lectura más detallada de la Fenomenología. Antes de pasar a ello conviene, sin embargo, exponer en sus grandes rasgos la línea medular del argumento de esta obra.





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