A aquellas barrios malos no iba a llegar ninguna inversión
que mejorara las vidas de quienes allí se apilaban. Pero los barrios malos
tuvieron a un poeta que al menos les dio presencia a través de unos héroes cuya
única pretensión era devorar la vida y hacerlo rápidamente: habían visto a
demasiados viejos decrépitos como para desear siquiera adaptarse, entre otras
cosas porque nadie iba a darles una oportunidad de adaptación.
El poeta era Pier Paolo Pasolini, marxista convencido que
echaba en cara a sus compañeros ideólogos que no vieran que debajo de la
clase obrera todavía había una capa más, la de los desahuciados a quienes nadie
iba a prestarles la menor atención.
Escogió para sus novelas a unos muchachos que se
desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que
Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables. "Y en el corazón del suburbio, un partido de fútbol",
escribía Pasolini en uno de sus Poemas con
forma de rosa. Porque también allí, junto a la decrepitud ambiental, el no
tener qué comer, las excursiones al otro mundo, al mundo de la gran ciudad,
para conseguir algún botín, se presentaba de vez en cuando la felicidad en
forma de partido improvisado.
Pasolini, que consideró pronto que había dos iglesias, la
iglesia marxista y la católica, y a ambas había que serle infiel porque no
hacían sino pertrechar dogmas que no ayudaban a vivir, sino a mandar cómo había
que vivir, cantó con audacia y lenguaje tosco, el lenguaje del ambiente que
retrataba, esos lugares que estaban tan cerca y tan lejos del milagro de la
recuperación económica. Los lugares a los que el milagro no llegaba, y la
gente a la que se le prohibía creer en milagros.
El protagonista de Una
Vida violenta, Tommaso, sólo tiene un recurso para seguir adelante, para
inventarse el presente -porque el futuro es un lujo de los otros: la
delincuencia. En sus andanzas, en las que Pasolini derrocha algo que está entre
la admiración y la piedad, entre la envidia y la compasión entre asaltos,
romances apresurados, violencia inevitable, vértigo, desesperación y miseria,
se va erigiendo una conciencia que es a la vez política y trascendente:
como si el protagonista no fuera más que un juguete de quien está
administrándole realidad, es decir, la Muerte, que es la dueña del sueño de los
otros, que es la que inventa el futuro y hace caer a tantos en la trampa de la
esperanza del mañana.
La novela, que tiene una fachada clásica, es algo así como
un himno a la vida ciega, al ahora mismo, y a través de un protagonista al que
no se le da ocasión de acercarse siquiera al cacareado ascensor social, va
examinando, en una intuición que Pasolini desplegaría en obras posteriores, el
sueño confuso de una realidad que no puede retratarse mediante el realismo:
porque la realidad es un artificio, un teatro, y Tommaso, antes de perderse
para siempre, intuirá que le ha tocado uno de los peores papeles, y se
entregará a él con algo parecido a la profesionalidad.
Pasolini era esencialmente poeta. Cuando en el año 1947 se
publicaron las 'Cartas desde la Cárcel'
de Gramsci, quedó, como tanta Italia, sobrecogido. Al visitar su tumba, en el
cementerio protestante, tuvo la iluminación del que sería su gran poema: una
conversación con Gramsci, bajo un cielo que hacía caer babas azules sobre los
tejados ocres que en semicírculos velan las curvas del Tíber y el turquesa
de los montes del Lacio, expandiendo una paz mortal y desenamorada como
nuestros destinos. Ahí, Pasolini, se confiesa a Gramsci: Pobre, como los
pobres, me aferro a humillantes esperanzas y lucho, como ellos, por vivir cada
día. Pero como yo poseo la historia, ella me posee a mí: me ilumina, pero
¿de qué me sirve su luz?
'Las Cenizas de
Gramsci' fue la obra maestra de la obra poética de Pasolini. En ese poema
intenso y decisivo, Pasolini maldecía cómo nos habían enseñado, y habíamos
aprendido y aceptado, a ser un "yo que elude la vida", "teniendo en el pecho el sentido de una
vida que significa olvido profundo y violento". "Con el corazón
consciente, acaba Pasolini sus tercetos a Gramsci, de quien solamente en la
historia tiene vida ¿podré alguna vez por pura pasión actuar si sé que
nuestra historia ha concluido?"
Pasión, compromiso, pero también exaltado canto al vivir,
Pasolini se sumergió en los suburbios, no sólo para denunciar la miseria que
había en ellos, sino también para iluminar las mentiras en las que vivimos
comprando esperanzas banales, aplazando la mera tarea de vivir.
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