“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

2/11/15

Pier Paolo Pasolini — Canto a la vida desde los suburbios

Juan Bonilla   |   Las primeras novelas, acaso las más potentes, de Pier Paolo Pasolini tenían dos protagonistas esenciales: los muchachos y el paisaje subproletario de las afueras de Roma. Condenados a vivir de la picaresca y el delito, rodeados de brutalidad, obligados a la brutalidad, expresándose con brutalidad, tanto en Muchachos de la calle como en Una Vida violenta nos encontramos con una realidad que esquiva el precioso ascensor social mediante el cual las autoridades competentes y el dinero de la posguerra italiana convencían a las clases bajas de que sus mejores hijos acabarían ascendiendo a fuerza de trabajos forzados y merecimientos. Por debajo de esas clases bajas todavía había mundo: un sótano al que no llegaba el ascensor social y donde por tanto regían las leyes de la selva. Esa selva estaba a tiro de piedra de las luces de la gran ciudad, a no muchos kilómetros de donde se hacían negocios en un país que pretendía levantar la cabeza después de los años de fascismo y la destrucción de la guerra.

A aquellas barrios malos no iba a llegar ninguna inversión que mejorara las vidas de quienes allí se apilaban. Pero los barrios malos tuvieron a un poeta que al menos les dio presencia a través de unos héroes cuya única pretensión era devorar la vida y hacerlo rápidamente: habían visto a demasiados viejos decrépitos como para desear siquiera adaptarse, entre otras cosas porque nadie iba a darles una oportunidad de adaptación.

El poeta era Pier Paolo Pasolini, marxista convencido que echaba en cara a sus compañeros ideólogos que no vieran que debajo de la clase obrera todavía había una capa más, la de los desahuciados a quienes nadie iba a prestarles la menor atención.

Escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables. "Y en el corazón del suburbio, un partido de fútbol", escribía Pasolini en uno de sus Poemas con forma de rosa. Porque también allí, junto a la decrepitud ambiental, el no tener qué comer, las excursiones al otro mundo, al mundo de la gran ciudad, para conseguir algún botín, se presentaba de vez en cuando la felicidad en forma de partido improvisado.

Pasolini, que consideró pronto que había dos iglesias, la iglesia marxista y la católica, y a ambas había que serle infiel porque no hacían sino pertrechar dogmas que no ayudaban a vivir, sino a mandar cómo había que vivir, cantó con audacia y lenguaje tosco, el lenguaje del ambiente que retrataba, esos lugares que estaban tan cerca y tan lejos del milagro de la recuperación económica. Los lugares a los que el milagro no llegaba, y la gente a la que se le prohibía creer en milagros.

El protagonista de Una Vida violenta, Tommaso, sólo tiene un recurso para seguir adelante, para inventarse el presente -porque el futuro es un lujo de los otros: la delincuencia. En sus andanzas, en las que Pasolini derrocha algo que está entre la admiración y la piedad, entre la envidia y la compasión entre asaltos, romances apresurados, violencia inevitable, vértigo, desesperación y miseria, se va erigiendo una conciencia que es a la vez política y trascendente: como si el protagonista no fuera más que un juguete de quien está administrándole realidad, es decir, la Muerte, que es la dueña del sueño de los otros, que es la que inventa el futuro y hace caer a tantos en la trampa de la esperanza del mañana.

La novela, que tiene una fachada clásica, es algo así como un himno a la vida ciega, al ahora mismo, y a través de un protagonista al que no se le da ocasión de acercarse siquiera al cacareado ascensor social, va examinando, en una intuición que Pasolini desplegaría en obras posteriores, el sueño confuso de una realidad que no puede retratarse mediante el realismo: porque la realidad es un artificio, un teatro, y Tommaso, antes de perderse para siempre, intuirá que le ha tocado uno de los peores papeles, y se entregará a él con algo parecido a la profesionalidad.

Pasolini era esencialmente poeta. Cuando en el año 1947 se publicaron las 'Cartas desde la Cárcel' de Gramsci, quedó, como tanta Italia, sobrecogido. Al visitar su tumba, en el cementerio protestante, tuvo la iluminación del que sería su gran poema: una conversación con Gramsci, bajo un cielo que hacía caer babas azules sobre los tejados ocres que en semicírculos velan las curvas del Tíber y el turquesa de los montes del Lacio, expandiendo una paz mortal y desenamorada como nuestros destinos. Ahí, Pasolini, se confiesa a Gramsci: Pobre, como los pobres, me aferro a humillantes esperanzas y lucho, como ellos, por vivir cada día. Pero como yo poseo la historia, ella me posee a mí: me ilumina, pero ¿de qué me sirve su luz?

'Las Cenizas de Gramsci' fue la obra maestra de la obra poética de Pasolini. En ese poema intenso y decisivo, Pasolini maldecía cómo nos habían enseñado, y habíamos aprendido y aceptado, a ser un "yo que elude la vida", "teniendo en el pecho el sentido de una vida que significa olvido profundo y violento". "Con el corazón consciente, acaba Pasolini sus tercetos a Gramsci, de quien solamente en la historia tiene vida ¿podré alguna vez por pura pasión actuar si sé que nuestra historia ha concluido?"

Pasión, compromiso, pero también exaltado canto al vivir, Pasolini se sumergió en los suburbios, no sólo para denunciar la miseria que había en ellos, sino también para iluminar las mentiras en las que vivimos comprando esperanzas banales, aplazando la mera tarea de vivir.
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