“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

1/5/07

Carlos Ortega nació en Colombia y su vida en Venezuela ha sido ruin y abyecta


Naciste acompañado del ardid, de la mentira, para burlar la Ley. Naciste para ser lo que eres, un fugitivo no sólo de la cárcel, sino de los principios, de las ideas, de las convicciones. Naciste para la traición, no sólo a tu patria de origen, sino a la que te acogió y donde creciste, al menos físicamente. Naciste, en fin, para la vergüenza de la clase que pretendiste representar, para el escarnio de tu persona, para la mofa, para la cobardía.

Nacer en Colombia no es un estigma, no es una afrenta para ninguna persona, todo lo contrario. Pero lo primero que hicieron contigo fue contrabandearte, como lo que eres, como mercancía, como un objeto que se puede prestar al tráfico, al comercio. Así has vivido toda tu miserable vida. Eres tan malagradecido que nunca has mencionado tu origen, porque sin razón te avergüenza, porque reniegas de los tuyos, de los que te vieron nacer, de los afectos de la infancia, con aquellos con quienes compartiste los primeros juegos, que luego trocarías por otros, no tan inocentes y puros como el trompo, el papagayo, las metras…

Siempre fuiste oscuro, sumiso, tramposo y violento, sobretodo con los débiles. Pícaro y venal, nunca dejaste de servir las causas más innobles. Entraste a AD, porque estando allí podrías medrar, ocultar tu ignorancia, tu estultez y tu pecadillo original de ser extranjero: de Colombia y de Venezuela.

Los líderes sindicales honestos de AD fueron echados, expulsados, renunciados, perseguidos, encarcelados y asesinados; por eso fuiste ascendiendo en esa espiral de zancadillas y puñaladas que fue el Buró Sindical. Es verdad, comenzaste desde abajo, ¡pero es que de ahí nunca debiste salir!, porque tu estatura moral está allá, reptante, cual sustancia biliosa, zabilar. La industria petrolera te atrajo, porque siempre te gustó la manguangua, la vagancia, el cobrar sin trabajar, a vivir a costa de las costas, sin moral ni luces.

Vino Fedepetrol, la CTV y como Juan Peña, el inolvidable personaje de Pedro Emilio Coll, fuiste subiendo sin saber por qué. Ignaro, nunca pensaste en lo que podías hacer, por eso te prestaste para lo peor, para tratar de quebrar la espina dorsal de la Patria. Pero esta traición contra “tu” empresa no era un hecho aislado, fortuito, era una derivación de la vida que viviste. No te importó nunca este país, te arrastraste cual víbora y con aberrante contubernio con la oligarquía, tus verdaderos patronos y con todos los enemigos de Venezuela que pudiste encontrar pretendiste destruirla, con el pretexto de sacar o matar a Chávez.

Fuiste de los más ardorosos golpistas el 11 de abril, azuzaste para que la marcha se desviara a Miraflores. Te vimos allí, sólo que al día siguiente, celebrando junto a la canalla, a la que perteneces por derecho, la ruina de nuestro país. Todo fue tan breve como el orgasmo. Te escondiste, no diste la cara aventurero desgonadado y esperaste otro momento para el artero zarpazo.

Pusilánime, irresponsable, por eso dejaste en la estacada a tus seguidores, a tus compinches, y el paro petrolero que con tanto ardor apoyaste junto a todos los vendepatria, “se te fue de las manos”, no supiste hacer frente a la situación, porque moralmente no tenías con qué. Y seguiste huyendo, como siempre, no sólo de la Ley, sino de ti mismo, como renegado jubiloso. La mano peluda de la antipatria te apoyaba, te daba dinero, creíste que eso era suficiente para hacer desaparecer a Chávez. Fallaste otra vez, lerdo y ruin personajillo de comiquitas, escarabajo estercolero.

Ahora andas nuevamente en lo mismo, huyendo cual fantasma desechable, espectro lúdico, azariento, sustancia agraz, hípico impúdico, truquero sin postín. Ludópata impenitente, mojiganga de la desvergüenza, pronto caerás, porque siempre has sido previsible, porque te revuelcas en las excretas. Te encontrarán, los que te devolverán adonde no puedas seguir haciendo daño; o los que dejaste guindados de la brocha y que han jurado ¡por esta!, que te la van a cobrar.